En la marcha de ayer me llamó la atención un banderín en el que se decía: “PIURA. ¡Abajo la corrupción!”. Un acierto porque, en efecto, la gran corrupción está arriba, y hay que abajarla, derrocarla y derogarla.
La consigna me hizo recordar el momento en que los apristas persiguieron al gran poeta Alberto Hidalgo, quien había publicado un quemante panfleto contra Víctor Raúl Haya de la Torre.
Un grupo de poetas izquierdistas había invitado a Hidalgo a la Casona sanmarquina del Parque Universitario, y los apristas querían castigar a Hidalgo. Al final, el poeta y sus amigos se refugiaron en el segundo piso del Patio de Letras. Los apristas comenzaron a gritar, desde abajo, con referencia a la larga militancia de Hidalgo en el Apra: “¡Abajo los traidores!”. El joven poeta Arturo Corcuera exclamó, desde el balcón: “¡En efecto, los traidores están abajo!”. Entretanto, el poeta César Calvo, el engreído de las universitarias, era protegido de la embestida de los búfalos por un batallón de chicas. En esa época, el Apra era una fuerza política poderosa y violenta. Solía tener el 25 por ciento de los votos nacionales, y a veces un poco más. Sus métodos distaban de ser democráticos. Garrotes, balas, eran sus armas favoritas.
La marcha de anoche demostró hasta qué punto eso ha cambiado. La lucha contra la corrupción es en buena parte, lucha contra el entramado inmoral y extenso que el Apra construyó a lo largo de décadas.
En la etapa en que fue ilegal y clandestino, el Apra se convirtió en un partido popular. Dominaba en la organización de maestros, de estudiantes, de mineros. En días de partido legal, defendió a la empresa estafadora International Petroleum Company, filial de la Standar Oil, se alineó con la oligarquía azucarera, se sumó a la agresión imperialista contra Cuba, y aconsejó la invasión colectiva de la isla.
Escribo cuando la marcha cívica no ha alcanzado su plenitud, pero es ya una gran marcha. En esas muchedumbres se expresa la marcha de la historia.