En los años treinta y cuarenta del siglo pasado era frecuente ver pasearse en el centro de Lima a un caballero sesentón que vestía levita y lucía una banda presidencial descolorida, y que se proclamaba presidente moral del Perú y mariscal de tierra, aire, mar y profundidad.
El caballero era siempre seguido por una multitud de chiquillos de los barrios populares de la ciudad. Su presidencia moral se parece a la del presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó —“Juan Guiado”, le llaman—. La diferencia entre ambos personajes estriba en que don Pedro era verdaderamente loco y no trabajaba para ninguna potencia extranjera, como el imperialismo yanqui.
Según he podido colegir, don Pedro era profesor de música en la Academia Alcedo, y había escrito una ópera que estrenó en el teatro municipal. Cuando se corrió la cortina del teatro, don Pedro enloqueció. La sala del teatro estaba vacía y, a lo más, dos profesores de la academia habían concurrido.
Después, un grupo de intelectuales bohemios y palomillas, encabezado por Federico More, lo convenció de que era presidente. Don Pedro asumió la farsa.
Juan Guaidó se ha hecho elegir presidente por una asamblea que no estaba facultada para esa decisión. Llama usurpador a Nicolás Maduro, quien fue elegido por voto popular, cuando el usurpador es él.
El personaje Cordero y Velarde, el “presidente moral”, no tenía más fuerza que su banda presidencial. El primer punto de su programa de gobierno era “abaratar el jabón de pepita”. Juan Guaidó confía en el apoyo de los Estados Unidos.
John Bolton, el exministro de Donald Trump y actual consejero de seguridad nacional de los Estados Unidos, apoya el golpe de Estado y dice que la política norteamericana en Venezuela se basa en la Doctrina Monroe (“América para los americanos”). No es cierto. Esa política se basa, más bien, en el Corolario Roosevelt.
En el primer volumen de America reader se incluye el discurso de Theodore Roosevelt, que pronunció en el Congreso de su país en 1904. Ahí se lee que la Doctrina Monroe puede obligar a los Estados Unidos a intervenir en los países que no cumplen sus compromisos o sus deudas. Manuel Ugarte, en su conferencia pronunciada en Lima en 1912, Norte contra sur, dijo: “La Doctrina Monroe nos defiende de Europa, ¿pero quién nos defiende la Doctrina Monroe?”.
El Corolario Roosevelt fue instrumento para matanzas masivas, como la de la huelga de los bananeros de 1928, magistralmente relatada por Gabriel García Márquez. En esa etapa, por órdenes del embajador de Estados Unidos, fue asesinado Sandino, el genial guerrillero que derrotó a los yanquis y los expulsó de Nicaragua. Invasiones, derrocamientos de presidentes, criminal oposición a la revolución mexicana, agresión a México, que defendía a su país contra los abusos de las petroleras.
Ahora Bolton acaba de manifestar que su país tiene interés en el petróleo venezolano en vista de la crisis y fracaso de las petroleras de su país. Triste suerte la del “presidente” interino de Venezuela: vestir la librea de doméstico de la Casa Blanca en el país de Bolívar y Hugo Chávez.
La clave del futuro está, por supuesto, en la correlación de fuerzas. Los norteamericanos saben que Nicolás Maduro no solo tiene el apoyo de las Fuerzas Armadas y la Policía, sino de un militante movimiento de milicias populares armadas y entrenadas militarmente.
Por el lado militar, no hay salida para el conflicto. Quizá por eso muchos empiezan a mirar con buenos ojos la propuesta del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quien, junto con el presidente de Uruguay, ha convocado una reunión continental para buscar salidas pacíficas que diluyan a todas las partes del juego.