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Este artículo es de hace 6 años

García, el cobarde

Alan García, Jorge del Castillo y Mauricio Mulder no pertenecen a la estirpe de Manuel Arévalo o Armando Villanueva. La represión no los ha tocado ni con el pétalo de una rosa.
César Lévano

Alan García ha buscado asilo debido a que sufre una implacable persecución: la del miedo, el miedo a la cárcel, que él sabe que se merece, el miedo de los asesinos y malvados.

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Algunos han comparado el asilo buscado por García en la embajada de Uruguay con el que solicitó Víctor Raúl Haya de la Torre en la embajada de Colombia. Como muchas analogías, esta se atiene a consideraciones formales, y omiten la verdad histórica y el contexto internacional.

Yo estuve preso en El Sexto en 1950, bajo la dictadura del general Odría. Compartí esa prisión con numerosos exmarineros apristas que habían participado en el intento de golpe militar, incluida la rebelión masiva de la Marina. La insurrección había sido propiciada por Haya en persona y fue él quien en último momento ordenó terminarla. El comando de defensa del Apra expresó que la dirección hayista había cometido traición y había sembrado en vano los cadáveres de cientos de militares y civiles apristas.

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Haya de la Torre fue amenazado de muerte por defensistas del Apra. Varios presos apristas, con los que compartíamos debates y recuerdos, me dijeron que Haya buscó asilo para huir de las amenazas y la persecución de militantes del Comando Revolucionario.

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Entre los apristas de El Sexto, recuerdo a Helmo Gómez Lucich, que salió al destierro ya convertido en comunista. Él fue un suboficial de Aviación que participó en la conjura aprista. En el destierro en Colombia, se convirtió en dirigente estudiantil. Lo mataron en una marcha de universitarios. Lo mató a distancia un tirador selecto. En diálogos secretos, Helmo, allá por 1950, hablaba de organizar guerrillas en el Perú. En México, el desterrado Gonzalo Rose escribió: “Morir en el destierro, eso es morir”.

Gabriel García Márquez ha narrado la escena en Noticias de un Secuestro: la muerte de Helmo, pero no consigna su nombre ni nacionalidad.

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Pero volvamos a nuestro carnero; mejor dicho, a nuestro búfalo. Alan García, Jorge del Castillo y Mauricio Mulder no pertenecen a la estirpe de Manuel Arévalo o Armando Villanueva. La represión no los ha tocado ni con el pétalo de una rosa.

No han sufrido prisión, tortura, destierro, persecución. Han cosechado lo que sembraron los mártires, esos que en años aurorales del Apra lucharon contra el imperialismo yanqui, por la unidad de América Latina y contra la oligarquía de empresarios y gamonales. No han sido sufridos para el castigo, sino los aprovechadores de un contubernio con la casta dominante. No forman en el frente unitario que impulsaron Bolívar, San Martín, Manuel Ugarte, Fidel Castro, sino agentes del imperialismo que lanza agresiones y amenazas contra Cuba, Venezuela, Nicaragua.

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Alan García pertenece a lo que he llamado “la generación podrida” de los expresidentes que merecen la cárcel: Alberto Fujimori, él mismo, Alejandro Toledo y Ollanta Humala.

García es un caso particular de corrupción. Surgido de las capas medias de la sociedad peruana, se ha hecho millonario sin trabajar un solo día en su vida. Se hace llamar doctor sin trabajar una sola página de tesis. No le tembló el pulso para ordenar la matanza de presos encerrados entre una colina y el mar, en el Frontón.

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Alan García ha hecho méritos para ganar el título de cobarde, conforme a la definición del Breve diccionario etimológico de la lengua española de Guido Gómez de Silva (Fondo de Cultura Económica, México, 1988): miedoso, temeroso, quien no es valiente ante el peligro o el sufrimiento: francés antiguo “coart” cobarde (sentido implícito posible: animal con el rabo entre las patas), de coe, coue cola, rabo, del latín cauda “cola”.

La cobardía parece ser enfermedad profesional de ciertos gobernantes del Perú. En efecto, cuando un grupo de militares de oposición intentaron un golpe de Estado contra Alberto Fujimori, este huyó de Palacio y corrió a refugiarse a la embajada de Japón. Después llegó al extremo de candidatear un puesto de congresista en el Congreso de Japón.

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No fue el caso de otros mandatarios. En 1909, Augusto B. Leguía fue tomado prisionero y paseado por el Centro de Lima. Con todo lo tirano que era, se negó a renunciar. En la plaza del Congreso entretuvo a sus captores con la frase: “Un momento, que voy a firmar”. Hasta que llegaron militares adictos a él, y lo liberaron.

En 1912, las turbas populares de Lima impidieron las elecciones convocadas para ese momento. Un profesor conocido como el Burro Pérez, que presidía la mesa electoral del Correo Central de Lima, abandonó su mesa. Un amigo lo encontró corriendo y le dijo: “Cómo es posible que te escapes si tú eres el presidente de la mesa. El burro Pérez le respondió: “Prefiero que digan que acá corrió Pérez por cobarde, y no acá murió Pérez por cojudo”.

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Ni Alan ni Fujimori enfrentan tan dramático o cómico dilema. Lo único que en ellos se manifiesta es su resorte psicológico fundamental: la cobardía.

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César Lévano Director fundador de EL PERFIL
Lima, 1926 - Lima, 2019. Fue un intelectual, periodista, escritor, profesor y poeta peruano, destacado por sus ensayos y artículos...