La 34ª edición del Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz se abrió con un reencuentro. Kleber Mendonça Filho, uno de los cineastas brasileños más reconocidos en el panorama internacional, volvió a estrenar su cine en Francia con El agente secreto, una película que ya había dejado huella en Cannes y que ahora le valió el Abrazo de Honor del certamen. Para el director, Recife sigue siendo el centro de gravedad de su obra, incluso cuando escribe lejos de ella.
El guion se escribió entre Brasil y Francia, durante la pandemia y en los últimos meses del gobierno de Jair Bolsonaro. “Al llegar a Francia busqué un lugar para escribir y en una conversación con amigos surgió la idea del cine Utopia. Pasé un año allí escribiendo la parte final del guion. Iba en bicicleta por la mañana, veía a los niños entrar a las funciones escolares y subía a trabajar hasta mediodía. Después almorzaba y volvía por la tarde. A veces pasaba el día entero sin conseguir escribir nada y terminaba viendo una buena película. Tengo las mejores memorias de ese período y los amigos del Utopia, como Stéphanie, fueron maravillosos. Eran grandes momentos. Y lo curioso es que estaba en Francia escribiendo sobre Recife”, recuerda.
El agente secreto es, según el director, su filme más caro, con un presupuesto de cinco millones de euros. “Desde el inicio sería una película de época. Para hacerlo bien es necesario abrir el plano y mostrar la ciudad. Cada muro, cada mesa, cada detalle cuenta. Me encantó hacer un filme de época y quiero hacer otro”, afirma.

Mendonça recalca la importancia de las políticas públicas en su trayectoria y en el cine brasileño. “En 2010 filmé mi primer largometraje gracias a un fondo con cuotas para la región Nordeste. Eso no ocurría antes. Yo soy fruto de esas políticas, igual que muchos hombres y mujeres que hacen cine hoy en Brasil. Cuantos más filmes se producen, más posibilidades hay de que surjan grandes películas. El agente secreto se hizo con dinero público de Brasil, Francia, Alemania y Países Bajos. Si el cine queda solo en manos del mercado, lo que aparece son fórmulas de éxito. Y esas fórmulas, francamente, no existen”.
El filme recupera también un elemento popular de Recife: la Perna Cabeluda, inventada en los años setenta por periodistas para denunciar la represión militar. “Escuché esas historias de niño y siempre quise utilizarlas. Para mí no es realismo mágico, sino imaginación aplicada a un régimen autoritario. Fue una oportunidad de trabajar incluso con stop motion”, explica.
Otro espacio importante es el parque, escenario de encuentros sexuales tanto en los años setenta como en la actualidad. “La sexualidad está presentada con naturalidad, como parte de la vida social. No lo veo como sensacionalismo. Cuando llega al cine aparece como algo natural, sin consecuencias forzadas. Me gustan mucho las escenas en parques de noche, ya las vi en películas como las de Abel Ferrara, y aquí también quería incluir esa tensión”, comenta.

Uno de los núcleos dramáticos es la relación entre Euclides, un exmilitar, y Hans, un alemán judío casado con un brasileño. “La extrema derecha tiene dificultades para entender ciertas cosas. Euclides admira a Hans porque lo imagina como un soldado, pero no entiende que en realidad es judío. Eso me parece muy curioso y abre una tensión extraña en la película”.
Frente a los reconocimientos, Mendonça mantiene la misma cautela. “Todo es un gran misterio. Que el guion tenga sentido, que alguien quiera financiarlo, que podamos filmar lo necesario, que el montaje funcione, que el público lo reciba, que gane un premio… todo es misterio. Yo prefiero hacer lo mejor que puedo y esperar lo que va a suceder. Las certezas absolutas no existen en el cine”.