Verona, 22 de agosto de 2025. — La Arena di Verona volvió a vibrar la noche del 22 de agosto a las 21:00 horas con la segunda representación de Rigoletto, de Giuseppe Verdi, dentro de la edición número 102 del Arena di Verona Opera Festival. Un festival que, desde 1913, ha convertido el anfiteatro romano en un templo internacional de la lírica y que hoy se mantiene como uno de los encuentros operísticos más prestigiosos y longevos del mundo.
Un festival con historia y prestigio
Con más de un siglo de trayectoria, el festival ha recibido a las voces más grandes del repertorio —de Maria Callas a Plácido Domingo— y ha mantenido viva la tradición de presentar las óperas más icónicas del repertorio italiano en un espacio que potencia la grandiosidad y la comunión colectiva. Ver Rigoletto en Verona no es solo presenciar una representación operística: es entrar en diálogo con la historia misma de la ópera, enmarcada por un escenario que combina la monumentalidad romana con la magia del espectáculo nocturno al aire libre.

El montaje: homenaje a 1928
Esta nueva producción de Rigoletto estuvo marcada por un gesto de memoria: recuperar la estética y la atmósfera de la histórica edición de 1928, con escenografía inspirada en los diseños originales de Raffaele del Savio. La dirección escénica de Ivo Guerra apostó por la sobriedad y la claridad narrativa, mientras los vestuarios de Carla Galleri trasladaron al espectador a un Renacimiento cortesano, lleno de lujo y tensiones de poder. La iluminación, diseñada por Claudio Schmid, aportó dramatismo a cada acto, subrayando los momentos más íntimos y explosivos de la trama.
La dirección musical recayó en el maestro Michele Spotti, quien condujo a la Orquesta y Coro de la Fondazione Arena di Verona con energía y precisión, equilibrando la brillantez instrumental con el protagonismo vocal. El coro, preparado por Roberto Gabbiani, desplegó su fuerza en los momentos colectivos sin perder refinamiento en los matices.
Elenco: voces de altura
Uno de los grandes atractivos de la velada fue la calidad del elenco. El tenor Galeano Salas encarnó al Duque de Mantua con un fraseo elegante y una voz luminosa que supo transmitir tanto la seducción superficial como el cinismo del personaje.
El barítono Amartuvshin Enkhbat se llevó la ovación más prolongada de la noche: su Rigoletto fue un retrato de hondura psicológica, capaz de alternar entre la ironía amarga del bufón y el dolor devastador del padre. Su "Cortigiani, vil razza dannata" estremeció al público, que respondió con bravos apasionados.
La soprano Rosa Feola aportó delicadeza y pureza al rol de Gilda, con un canto cristalino y lleno de emoción, destacando en su aria "Caro nome". El bajo Gianluca Buratto, como Sparafucile, ofreció una interpretación oscura y rotunda, mientras que la mezzosoprano Martina Belli dio a Maddalena sensualidad y fuerza escénica. El reparto se completó con un sólido equipo de comprimarios —entre ellos Agostina Smimmero, Abramo Rosalen y Nicolò Ceriani— que sostuvieron con eficacia la trama.
Una tragedia que interpela al presente
Más allá del brillo vocal y visual, Rigoletto sigue conmoviendo por la vigencia de sus temas. La historia de un bufón condenado a reír para divertir a los demás, mientras sufre la humillación y la tragedia personal, resuena como metáfora de la deshumanización. La maldición que atraviesa la obra no solo habla de fatalidad, sino también de los abusos de poder, de una sociedad patriarcal que mercantiliza a la mujer y de la delgada línea entre justicia y venganza.
Lo que parece una intriga cortesana del siglo XVI se convierte, en el escenario de Verona, en una advertencia contemporánea: los conflictos de poder, la represión de la libertad femenina y la violencia ejercida desde la autoridad siguen presentes en la actualidad. Por eso, cuando el cuerpo de Gilda yace en brazos de su padre en el desenlace, el silencio que invade la Arena no pertenece solo a la ficción, sino a una emoción colectiva que atraviesa generaciones.
Un eco que trasciende
El público, que llenó la Arena en una cálida noche de verano, respondió con una ovación sostenida que confirmó el poder intemporal de la obra de Verdi y la vigencia del festival como punto de encuentro internacional de la ópera.
Al caer el telón, quedó claro que, tras 102 años de historia, la Arena di Verona no solo preserva la tradición operística, sino que la revitaliza y la proyecta al futuro. Y que Rigoletto, con su risa amarga y su llanto silenciado, sigue siendo una de las tragedias más profundamente humanas del repertorio lírico.