Diego Berrospi, estudiante de Filosofía de San Marcos, no es el característico alumno que se puede ver en las aulas de una clase de Seminario de Racionalismo, ni se parece a esos filósofos con largas barbas y bigotes, al estilo de Nietzsche o Engels, a quienes muchos de sus compañeros intentan imitar.
Diego Berrospi parece, mas bien, un adolescente que rompe con el paradigma: luce una cabellera de sesenta y cinco centímetros y, muchas veces, va a la universidad con atuendos femeninos.
Fue un estudiante aplicado en el colegio e ingresó a Filosofía en el primer intento. En aquel tiempo, aún no usaba ropas femeninas. Después, ya en San Marcos, en los primeros ciclos, empezó a usar atuendos de mujer desde ese día cuando sus compañeros lo retaron a ponerse vestimentas femeninas.
Después continuó haciéndolo. Pero él no se viste como mujer por llamar la atención o por darle la contraria a sus padres, sino para mostrarse tal cual es. “Si una persona es lo que es, es por lo que ha vivido”, me dijo una tarde en el Centro de Estudiantes de Filosofía.
A veces parece que Diego Berrospi no quiere hablar cuando le preguntan algo comprometedor o muy suyo, pero aquella tarde me animé a preguntarle cómo fue su niñez y no dudó en responder: “Fue la peor etapa de mi vida”.
“La odiaba. Yo estaba deprimido desde muy temprana edad [...]. Cuando mi madre decía que por mi culpa o mejor dicho por mi culpa y la de mi hermana ella se iba a morir. No me gustaba. Estaba triste siempre, siempre triste”.

Diego Berrospi tiene una forma singular de hablar, hace pausas continuamente para recordar o ensayar lo que va a decir debido a su amnesia disociativa, un trastorno de la memoria que lo incapacita recordar pasajes de su vida provocados por un evento de naturaleza traumática o estresante. Esta alteración en la memoria episódica que Diego Berrospi sufre desde muy niño, lo condujo de alguna manera, según él, a elegir Filosofía.
Para Diego Berrospi, la filosofía le ofrece la posibilidad de explicar su mundo y, sobre todo, de recuperar esos recuerdos que el olvido amenaza con arrebatarle, recuerdos que, en su ausencia, borran parte de su vida y hasta fragmentos de su personalidad. “Para explicar mi realidad forzosamente tengo que razonar una y otra vez, es cuando descubrí la filosofía y vi que era parecido al proceso de razonamiento continuo que hacía; por lo cual yo lo vi como una necesidad”, me dijo.
La célebre frase del poeta y filósofo francés Paul Valéry, quien afirmaba que los problemas de la filosofía no serían atractivos si fueran fáciles de resolver, se asemeja a lo que Diego Berrospi realiza hoy en su vida. Su lucha no solo es contra el olvido, sino también contra la inercia. Cada vez que intenta evocar detalles de su pasado, repite el mismo ejercicio de escudriñar en sus recuerdos.
“Lo más curioso es que hay cosas cotidianas que recuerdo y me pone feliz… y es parte de cómo hago y experimento la vida. Es mejor disfrutar de esas cosas simples. Estar acompañado mantiene mi mente ocupada. Es esa vivacidad que necesito”, me comenta aquella tarde.
Diego Berrospi es limeño, tiene veintidós años y es el segundo de sus tres hermanos. Yo lo vi por primera vez en los pasillos del segundo piso de la Facultad de Letras de San Marcos con una blusa corta y una falda por encima de las rodillas, su cabello recogido en una coleta prolija. Iba y venía sin prisa, ajeno a cualquier perturbación.
Me causó curiosidad su actitud y me acerqué a él. Le dije para entrevistarlo y aceptó. Cuando lo esperaba para hacerle preguntas, él llegó vestido de hombre. Me dijo que por semana de exámenes le era complicado alistarse por las mañanas como quisiera y vino lo más sencillo posible a nuestro encuentro: un jean negro, una polera guinda, su fiel bolso extravagante colgando del hombro, y el cabello suelto, despeinado por la prisa.
Pienso que Diego Berrospi es de esos chicos nobles y de pocos amigos. Quizá porque, en la adolescencia, lo juzgaban por su forma de vestir, sin detenerse a conocerlo realmente.
En una sesión virtual, la activista feminista Verónica Ferrari explica que cada persona debería vivir como quiere, sin ser limitado por prejuicios mientras no haga daño a otros. “Es necesario cambiar la mentalidad de la sociedad”, reflexiona.
Diego Berrospi, por su parte, disfruta de la buena amistad de sus amigos de la universidad y del barrio. Su filosofía es sencilla: “Aprender a apreciar cosas simples”. Y en ese ejercicio cotidiano, encuentra la felicidad.