Javier Cercas ingresa al auditorio de Humanidades de la Católica y los asistentes lo están viendo. Masivamente aplauden al escritor, quien está resguardado por un centinela de altísima estatura, otro escribidor, Alonso Cueto; y el rector de la Universidad, el filósofo Julio del Valle. Cercas desciende escalón por escalón mientras la masa observa sus pasos. El cronista también lo ve, a través de un lente, detrás de un trípode, y lo sigue. Entonces, Cercas ha llegado al escenario y toma su lugar en la mesa de honor.
Cercas sonríe a las distintas miradas, saluda. Está sobrio, encorvado y alza la mano con un pulgar arriba. Mira de frente a la masa. Luego apoya su rostro en la palma abierta de su mano derecha y rápidamente cambia de posición. Se toca la cara, asiente con la cabeza y se toca el corazón repetidas veces ante el aplauso del público cuando el maestro de ceremonias pronuncia las siguientes palabras: «Resuelve, nombrar Doctor Honoris Causa de la Pontificia Universidad Católica del Perú al doctor Javier Cercas, en reconocimiento a su destacada trayectoria literaria, significativa contribución al pensamiento contemporáneo y su impacto en el ámbito académico cultural e internacional. Regístrese, comuníquese y archívese».
El cronista, desde una esquina del auditorio, atisba en lo alto, en la última fila, a Cercas. Por la trascendencia del certamen y las personalidades presentes, entiende que Cercas, difícilmente, aceptaría una entrevista a solas, en la que tuviera al despiadado tiempo a su favor, para que el escritor pudiera, sin apuro, contestar alguna de sus preguntas. El cronista piensa entonces en la imposibilidad, y recuerda un cortísimo fragmento del discurso de Cercas de hace unos meses: «Entonces, para mi padre, un joven veterinario rural [...], lo máximo que se podía aspirar a ser en esta vida era catedrático de la Universidad de Salamanca. [...] ni en sus sueños más desbocados se le pasó que su único hijo varón pudiera ingresar un día en la Real Academia Española».

“En cuanto a imposibilidades, ¿qué tan trillado estaría preguntarle por el Premio Nobel? No. Infantilísima pregunta. Aunque, a veces hay que preguntar las obviedades… No, además, sin ser humilde, dirá que aún no, que se encuentra muy lejos. Bueno. Él ha dicho, en una entrevista para El Comercio, que al Papa se le ha visto como una autoridad política, sin tener poder político. Algo similar pasa con los escritores, así que tampoco sería correcto una pregunta sobre Pedro Sánchez o Dina Boluarte. Quizás escuchando a Alonso Cueto reciba alguna pista”, piensa el cronista y atiende el discurso de orden y homenaje. Cueto, seriamente, expresa:
«Como bien sabemos, un escritor nunca da respuestas ni interpretaciones ni lecciones. Lo que define a un escritor son unas preguntas cuyas respuestas son siempre, otras preguntas».
Entonces, el cronista se cuestiona, se pregunta. Sigue detrás del trípode y retoma la búsqueda de una pregunta. Impertinente no, tampoco mansa. Se decide, el cronista, a preguntarle por la literatura. Formula en las notas de su teléfono unas preguntas, que, insatisfecho por ellas, las interviene, modifica, muchas veces, hasta que después de vueltas, de mirar la cámara y en ella la pálida cabellera del señor Cueto, obtiene tres.
Cueto concluye su discurso y Cercas lo aplaude como a él lo aplaudía la masa en su ingreso al auditorio. Sigue encorvado, desenvuelto en su forma de sentarse. Cruzas miradas con el rector, que tiene la palabra y es consciente de que la masa no vino a escucharlo a él, sino a Cercas. También lo cree el cronista. Abandona la serenidad de su esquina y se acerca, con cámara en mano, ante las inminentes palabras del escritor español, que no se alista, no tiene hojas y espera las últimas palabras de Julio del Valle, apoyado en sus dedos, que le arrugan la cara.
«Cercas ha dicho que, generalmente, cuando uno conoce a un escritor, se decepciona tremendamente, pero, claro, si lo mejor de él está en sus novelas. Un maestro dijo en clase, hace unas semanas, “y esto lo aprendí muy joven: es mejor no conocer a los autores”. No le pasó a Cercas con Vargas Llosa. “La persona estaba a la altura del escritor” decía, pero me puede pasar a mí con Cercas, como ya me pasó con otro escritor y me seguirá pasando, seguramente», piensa el cronista.
Cercas se para, está frente a frente con el rector. Espera con las manos juntas sobre su vientre, sonríe y vuelve a mirar a la masa. Encomendado, se inclina para que el rector le confiera la medalla de honor. El cronista ahora está en primera fila, muy cerca y al girar encuentra aplausos en abundancia. Nuevamente, el escritor español se toca el corazón y hace una venia. Prosigue el rector y abre el pergamino que perpetúa a Cercas como parte de la universidad. Ante tal acontecimiento, capturan la anatomía del instante los camarógrafos y la masa con sus teléfonos. El cronista ya no da vueltas por las preguntas, no reflexiona, solo observa y escucha, atentamente.
Cercas comienza, que hubiese querido hacer gala de la soberbia de Unamuno, que no puede, que conoce a sus predecesores con esta distinción, Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa, que está muy conmovido y solo puede dar las gracias, por la generosidad, que no tiene palabras para agradecer…
“Si no ha preparado nada…”, piensa el cronista.
Que realmente es un honor que no merece. Cercas acelera en su memoria y recuerda al ídolo, recientemente fallecido, don Mario, como una especie de amor no correspondido. Cercas lo respeta y repite, como en otras entrevistas, «Yo no me atrevería a decir que Mario Vargas Llosa era amigo mío, me parece excesivo. Pero sí tuvimos una relación personal y yo sentí, además de admiración por el escritor, por la persona, lo cual es extrañísimo». Entonces Cercas propone, en el auditorio de Humanidades, reproducir la misma anécdota contada en otras entrevistas. Por lo que el cronista cree que escucha lo mismo de algún otro lado y relee sus preguntas. Aún confía, pero no tiene idea de cómo acercarse al escritor.
«¡Se equivocó, como todos nos equivocamos!» dice refiriéndose a Mario Vargas Llosa y el cronista observa un oculto estremecimiento en la masa. «Pero nunca se equivocó a su favor, siempre se equivocó porque creía en lo que decía» y el cronista aprueba la frase. Cercas continúa con sus improvisadas palabras, que lo lleva por distintos temas, como ahora, por la vocación del escritor. Todos lo observan y sincronizadamente mueven la cabeza de arriba hacia abajo cuando Cercas acierta con esta frase: «el novelista es novelista porque tiene alguna carencia, porque hay alguna falla en su interior».
Mueve sus manos impacientemente cerca del micrófono mientras habla de la felicidad. El cronista oye y se ríe: «La felicidad no es literariamente productiva. En un mundo feliz no habría literatura, al menos no habría novelas, poesía tal vez, poquísima y malísima». Cercas dice que los escritores trabajan con el dolor, con la violencia, con las crisis, con lo malo y no con lo bueno y el escritor lo transforma en belleza y en sentido. Contra su tiempo, resalta «la literatura es útil, siempre y cuando no se proponga ser útil, sino se convierte en propaganda, en pedagogía».
Avanza Cercas, contra el tiempo y su tiempo. El escritor español busca las primeras manifestaciones de su pasión por la literatura. Le agradece a Unamuno por provocar su desarraigo espiritual, del que no ha salido hasta ahora. Y la masa ríe. Él había sido un lector hedónico, dice, leía por placer, y cita la cita que Cueto hizo de él mismo y replica: «Estoy de acuerdo conmigo mismo, lo que decía Alonso, la literatura es antes que nada un placer, como el sexo, pero también es una forma de conocimiento, como el sexo. Por eso, cuando alguien me dice que no le gusta leer lo único que se me ocurre es darle el pésame, es como alguien al que no le gusta el sexo, practicar el sexo».

«En unos minutos más termina y bueno, sinceramente no estoy listo. ¿Qué dijo? “Yo soy escritor porque perdí la fe”. Sí, se entiende, si es como dijo al inicio Alonso Cueto, que la literatura no da seguridades, sino más preguntas. Ya no cambiaré mis preguntas. Espero que salga bien. No es una mala pregunta, en efecto, o eso creo. Veremos. Ya va a terminar. Ya está agradeciendo. Bien. Afuera lo buscaré, como dijo mi profesor, “insiste, debes conseguir hablar con él”», piensa el cronista.
«Perdí a Dios y gracias a eso me ha pasado lo mejor que tiene la vida. Y al final aquí estoy, recibiendo esta distinción, que agradezco muchísimo, y qué más puedo decir. Muchísimas gracias, nada más» finaliza Cercas y la masa brinda incesantes aplausos. Se ponen de pie y no dejan de aplaudir. Y los ponentes y el distinguido se paran y reciben la ovación de la masa. Ante ello, el cronista busca algún camino para acercarse y no lo encuentra. Sale, bebe una copa de champagne y, resuelto a entrevistarlo, regresa y da con una columna de jóvenes que esperan una firma de Cercas. Fácilmente, el cronista se digna a esperar en la cola, hasta su momento.
—Muy buenas tardes, don Javier.
—Buenas tardes. ¿Es para ti el libro? —pregunta, religiosamente, Cercas.
—Antes de que pudiera firmar el libro, no sé si pudiera hacerle algunas preguntas, estoy muy interesado en poder entrevistarlo.
—Yo estaría encantado, lo que pasa es que hoy es un poco complicado.
—Solamente quiero que me responda una pregunta, por favor.
—Venga, vamos.
—Si el espíritu de la novela es el espíritu de la continuidad, como una respuesta a las obras precedentes, ¿qué otras respuestas podría encontrar usted a la novela de autoficción?
—¿Respuestas? La autoficción, bueno, existe, digamos, aunque cuando yo empecé a practicarla nadie la llamaba así. Es un instrumento que se puede utilizar bien, mal, eso es lo que cuenta. La literatura es forma y lo que cuenta es la forma de utilizar las cosas. Tú puedes hacer autoficción y hacer cosas muy malas y escribir autoficción y hacer cosas extraordinarias. No tiene mucha importancia en el fondo.
—¿Y considera usted que en nuestro tiempo hay una banalización de la forma novelesca?
—Hombre, hay novelas malas, pero también hay novelas buenas, entonces, no. La novela es un género muy popular, pero eso no significa que sea malo, al contrario, puede ser muy bueno. Depende de quién lo haga y cómo lo haga. No, no, yo creo que la novela tiene mucho futuro, depende de los novelistas.
Y el cronista se va, como imaginó, le pasaría.