José Chicoma buscaba empleo en compañías que necesitaran adquirir los servicios de un conductor profesional. No podía conseguir un espacio, pero no se rendía y con un folder manila en la mano iba de empresa a empresa con el sudor en la frente por el calor veraniego de enero del 2020.
José Chicoma tenía las habilidades y conocimientos necesarios para conducir cualquier tipo de movilidad terrestre, respaldado por la licencia de conducir especial A4. Podía transportar materiales tóxicos hasta cajas de madera que contenían frutas. Contaba con la valiosa experiencia de 30 años manejando por las rutas más inhóspitas del Perú, pero de pronto en plena pandemia perdió su trabajo.
Seguía buscando nuevo trabajo y las empresas no se fijaban en un trabajador que cumpliría 55 años. Los empleadores requerían personal joven y apostaban por un pago menor al que merecía José Chicoma, quien tenía que sustentar los gastos de una familia de cinco integrantes.
En aquel tiempo, el presidente Martín Vizcarra no podía resolver el problema de la llegada de los venezolanos que significó que muchos peruanos perdieran sus puestos de trabajo porque los vecinos cobraban mucho menos por hacer la misma labor.
Los peruanos buscaban puestos laborales en Europa. José Chicoma se sumó a la lista de emigrantes, iba a convertirse en uno de los 193 mil peruanos que se encuentran en España.
Vio un anuncio surgido por internet. Eran una empresa que reclutaba latinoamericanos para viajar a España, llamada Isabel Alonso Alonso, dedicada a ofrecer servicios de despacho por toda la Unión Europea. La necesidad de conseguir un empleo y llenar la billetera hambrienta, incrédulo pero atrevido, decidió mandar su currículo.
Aquella solicitud fue aceptada el 8 de enero y fue el mismo día, mientras terminaba la cena, que José Chicoma hablo con su familia sobre la oportunidad de viajar. Lo felicitaron sabiendo que el viaje significaba un gran sacrificio para él.
Con el entusiasmo de aquel que ve una salida al final del túnel después de tanto sufrimiento, emprendió la ardua tarea del papeleo. Tenía un montículo de hojas en la mesa de trabajo y pasaba horas hablando con colegas suyos que también emprendieron en la travesía de viajar al país del viejo continente. Todo ello sin contar las salidas que lo dejaban fuera del hogar para tramitar el pasaporte de trabajo en la Superintendencia Nacional de Migraciones en Breña y la visa en el Consulado General de España. Sin embargo, entre tantos días de cansancio, no se percató de uno de los requisitos que más adelante lo dejarían en el aeropuerto.
Obtuvo el pasaporte, la visa española y un boleto para España en la aerolínea canadiense Air Canadá. Por motivos económicos optó por comprar un boleto de 600 dólares. Lo curioso de este viaje era el salto a escala que se daría en Canadá. Esto significaba que un avión lo llevaría desde el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez hasta el gran Aeropuerto Internacional de Vancouver en Canadá y esperar 4 horas para subir a otro avión que lo llevaría al Aeropuerto de Madrid en España. Los documentos estaban en regla hasta ese momento.
Llego al mediodía con toda su familia al aeropuerto, donde se ve gente de tantas culturas y los sentimientos afloran. Se despidieron de él entre lágrimas y abrazos. Después del adiós, se marchó para hacer la verificación correspondiente de documentos. Hasta que repentinamente caminaba de regreso, con cólera, frustración, lágrimas en los ojos como un niño al que le arrebatan su juguete.
El viaje fue truncado. Canadá también solicita visa para ingresar, a pesar que la estadía de José Chicoma en ese país era para esperar al vuelo que lo llevaría a España. José desconocía de esto. Los reclamos fueron en vano.
A pesar de ser consciente de no leer con detenimiento los términos y condiciones antes y después de comprar el boleto, el reclamo fue enviado a la agencia de vuelos que un año más tarde terminaría devolviendo los dólares que costaba el viaje frustrado.
Muchas veces, la vida da segundas oportunidades y hay que aprovecharlas, como lo hizo José Chicoma un mes después. La empresa Isabel Alonso Alonso aún estaba dispuesta a contratarlo.
Esta vez, adquirió un boleto para un viaje directamente a España. El viaje se concretó. Lo peor había pasado, o eso creíamos. Cuando llegó a España le dijeron que ya no había contrato. El trato se había rescindido por el tsunami de contagios por un coronavirus sádico. Tuvo que esperar 7 meses hasta que por fin la empresa Aldaner, encargada de distribuir mercancías, lo contrató y hasta ahora labora ahí, como siempre, buscando nuevas oportunidades.