Vi un reportaje en el canal 2 en el cual describían la situación alarmante en que se encuentra el colegio más prestigioso de Collique (Comas) Andrés Avelino Cáceres. En el informe, Luis Huarcaya, un exalumno se queja de que, a pesar de todos los reclamos formales a todas las instancias, no le hacen caso y no tiene forma de mejorar la infraestructura del colegio que antes era el mejor de todo el distrito. Al final, le dan la palara a un supuesto especialista quien dice que una de las salidas para recuperar los colegios del Estado es optar por las asociaciones público-privadas, es decir, recurrir a la fórmula inicial de la privatización más descarada. Entonces, decidí visitar los recintos a donde miles de niños volverán a clases.
Avancé a pie hacia el primer colegio mientras en mi cabeza daba vueltas un titular de hace una semana: “Perú tiene la economía más sólida y estable de Latinoamérica y el Caribe, según las cifras de Bloomberg”, era de mañana y en una banca de la Plaza Cívica de Pro, los indigentes despertaban de su sueño entre cartones. Seguí caminando y se afianzó una idea que me perturbó aún más: quedan tan solo tres semanas para el regreso a la presencialidad en los colegios, y ese Estado creciente y emprendedor del titular ha dejado a las escuelas públicas en el abandono. Recordé además que el último censo de infraestructura educativa indicaba de 54 800 colegios, 39 500 necesitaban reforzamiento o ser demolidos.
Horas más tarde constataría que ese desamparo ha empujado a abrirle las puertas a empresas privadas y a la autogestión, dando cabida a que la educación sea vista como mercancía con malos manejos de los ingresos en muchos casos.
“Lo que más cólera da es que el presidente es un profesor, un maestro, y mira cómo tiene de abandonados a los colegios”, me dijo una madre de familia en Collique. Pedro Castillo llevó la bandera de la reivindicación del maestro y la educación desde el 2017, en que dirigió una de las huelgas magisteriales más importantes de los últimos tiempos. Incluso, durante la campaña presidencial en el 2021, prometió asignar el 10 % del Producto Bruto Interno (PBI) al sector Educación, y con ello aumentar el sueldo a maestros y mejorar la infraestructura de los colegios; sin embargo, como muchas otras promesas, hasta ahora todo sigue siendo palabra en saco roto.
I.E. 2095 Herman Busse de la Guerra (Pro, Los Olivos)
El polvo ha engullido la claridad del escudo en lo alto de la entrada de la institución educativa Herman Busse de la Guerra; el óxido, como el olvido, se ha apoderado de las rejas y marcos de ventanas en este colegio del distrito de Los Olivos. Las aulas aquí abarcan cerca de la mitad del territorio cercado, el resto lo ocupan dos canchas de gras sintético y una loza deportiva, donde funcionaba hasta antes de la pandemia el complejo deportivo “Monumenta del Pro”, bajo la administración de una empresa privada.
La blanquiazul fachada de mayólicas, la telaraña de cables y un par de grafitis negros dan la bienvenida al colegio histórico de Pro; por aquí han pasado dos generaciones de vecinos, y en algunos casos incluso más. Sus aulas de 45 años se sostienen a duras penas, luego de que por los años 80, según cuentan los vecinos, la Municipalidad mutilara la mitad de su territorio y se lo entregara a la urbanizadora de Pro. Y aún así, la mitad de su territorio actual, destinada al deporte, se encuentra llena de maleza y polvo.
Este recinto que alberga a más de 1 100 alumnos ya no tiene ninguna vacante disponible, y, como me cuenta la vecina Mercedes, esta es la única opción nacional que hay en los alrededores, la otra, de una extensión menor, se encuentra a un kilómetro de distancia. Doña Mercedes, madre de familia, me aclara una duda que me generó la vista a través de una rendija indiscreta entre dos paredes, la Asociación de Padres de Familia (APAFA) logró habilitar las canchas de gras sintético por el año 2014, y la empresa privada se encargó de pagar el alquiler respectivo y lucrar jugosamente con los ingresos de dichos espacios dentro del colegio.

Una exestudiante del Busse llamada Nancy me recordó en un comentario que todos los colegios nacionales están igual de viejos y dañados. “Gran parte de las infraestructuras han sido hechas por gestión de la APAFA, quienes recaudaban fondos a través de cobros como el de matrícula. Luego ya eso se convirtió en un pago voluntario”, me dijo, y me hizo recordar que cuando ingresé a la institución educativa de la PNP, “Precursores de la Independencia Nacional”, a mi madre la APAFA le cobró un monto de entre 500 y 600 soles.
I.E. Perú BIRF Andrés Avelino Cáceres (Collique, Comas)
El carro me deja en la avenida Revolución, cuya prolongación llega hasta la avenida Canto Grande: su trayecto es conocido como Pasamayito, esa ruta que une Comas y San Juan de Lurigancho, forjada por los mismos vecinos ante el abandono de las autoridades. En la primera zona de Collique, a una cuadra de esa avenida, en frente de un botadero de basura y desmonte, se alza la institución educativa Perú BIRF Andrés Avelino Cáceres. El colegio, cual Pasamayito, se abre paso gracias al trabajo de toda la comunidad educativa y algunos ayudantes inusuales.
Aquí llegaron las cámaras de Latina hace un par de semanas, y detallaron el precario estado en que se encontraban las instalaciones. Un arquitecto, cerca del final de dicho reportaje indicó que una salida beneficiosa sería la asociación público-privada. La sola insinuación me pareció perfecta para mostrar cómo los mercaderes de la educación buscan entrar en los espacios públicos para generar ganancias a costa de las comunidades educativas.
Victoria Morales, directora de la escuela, me recibió en las puertas del recinto y muy amablemente me dijo adiós. “Con gusto le permitiría el ingreso, pero últimamente ya muchos medios han entrado y constatado el estado de las aulas; la UGEL y el Ministerio ya vinieron a tratar de subsanar las falencias. Prefiero que ya no haya más cobertura para no tener problemas con dichas instituciones”, señaló la encargada. Decidí entonces ir a conversar con quienes se hallaban limpiando y acondicionando el lugar.

Martes de faena: Manuel limpia la vereda y el jardín marrón del exterior del colegio con una escoba de paja. Tres motorizados detienen un auto en la esquina, los policías revisan la maletera y encuentran zapatillas de dudosa procedencia, el chofer las muestra cuidadosamente y lleva una mano al bolsillo trasero. Manuel y yo volteamos la mirada. “Qué bueno que estén chambeando por el colegio, ¿tú eres padre de familia?” “No, mano, a mí me mandó el INPE de Los Olivos”. Trago saliva. “Espera, espera, cuéntame cómo es eso”. Manuel, escoba en mano, inicia su relato.
“Hay varios como yo adentro, estamos sentenciados a trabajo comunitario. En mi caso, yo tengo denuncia por violencia familiar, y debo cumplir 86 días, de 5 horas cada día, en chambas como esta, tengo que pagar una reparación civil y asistir a terapia psicológica. Y, aparte, me quieren poner demanda de alimentos, cuando yo siempre le he entregado a mis dos hijas lo que les corresponde”.

Dos muchachos de buzo, sudor en la frente, mascarilla en el mentón, retiran la maleza del colegio y la avientan al botadero del costado. Una mototaxi cruzó una vez mientras Manuel me hablaba de sus hijas y sus terapias, y volvió a cruzar con el mismo pasajero, veinte minutos después, mientras fotografiaba las ventanas oxidadas. Los muchachos y padres de familia desempolvaban las carpetas, limpiaban los jardines internos y colaboraban entre sí en este colegio que fue obra de la cooperación entre el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento de los Estados Unidos, del Banco Mundial, y el gobierno peruano en el año 1980.
I.E. 2086 Perú – Holanda (Collique, Comas)
Lo primero que resalta al recorrer los alrededores del colegio Perú – Holanda es la parte alta del muro lateral empujado por el tiempo hacia el piso y las ventanas rotas a pedradas y los infaltables grafitis. Un padre de familia me recibe en la puerta, lleva ropa de trabajo y por lo que escucho, muchos como él, también participan de la faena de limpieza y acondicionamiento. ¿El problema? ¡Más del 50% de los pabellones de este colegio se encuentra en condición inhabitable!
Este lugar fue muy famoso en el 2018, cuando la selección nos hizo gritar y llorar de emoción con la clasificación al mundial de Rusia, pues Edison Flores estudió aquí y también en el Andrés Avelino Cáceres.

Orejas, el de los goles importantes, tuvo murales de su rostro en los dos colegios en ese año; sin embargo, luego de la fiebre del fútbol, los centros educativos volvieron a sumirse en el olvido y sus aulas fueron precarizándose cada vez más.
La directora Vilma Ramón indicó hace poco que había propuesto demoler los pabellones inhabitables y construir allí aulas prefabricadas para los 1 950 alumnos que acudirían diariamente a estudiar.

Cuando llegué a la sala administrativa, la subdirectora y un encargado que no quiso decir ni su nombre ni su cargo, me indicaron que, al igual que en el Avelino Cáceres, ellos prefieren ya no brindar información ni permitir el ingreso a las aulas para no tener problemas con las autoridades. Minutos después, un par de madres de familia me dijeron que en realidad no me dejaron reportear adentro, para que no se vea el desastre. “Patas pa' arriba está el colegio”, me dijeron.
“Hay huecos y rajaduras de hasta 6 metros (esto también lo informó RPP hace un par de semanas), las aulas están para caerse, pero ¿qué se puede hacer?, no tenemos ninguna otra opción por aquí”.
Al fondo, se observa un tanque de agua sobre una construcción que tambalea su figura por las tantas rajaduras que ostenta. “En cualquier momento esto podría caerle a algún niño”. El cerco perimétrico está repleto de ladrillos raídos y por partes incluso se puede ver a través de algunos huecos hacia el otro extremo.

“Lo que más cólera da es que el presidente es un profesor, un maestro, y mira cómo tiene abandonados a los colegios”, me dijo una madre de familia en Collique, con resignación y molestia.
El maestro chotano defrauda al pueblo del que tanto habla al no cumplir con sus promesas de campaña, entre ellas, la de aumentar al 10 % del PBI el presupuesto para el sector educación. Con esa idea, el pollo del almuerzo se me hace amargo. ¿Cómo diablos volver presencialmente a unas aulas inhabitables?, ¿cómo hacer algo para revertir la situación sin sacrificar a cualquier mercader la gratuidad de la enseñanza?; en el letargo de la tarde, estas preguntas me quitaron el sueño en la combi, donde el cobrador departía sencillo sin mascarilla.
I.E. Emblemática José Granda (San Martín de Porres)
Estoy ahora en la avenida José Granda, y observo la Gran Unidad Escolar del mismo nombre, me reciben con los brazos abiertos los grafitis y pintas como si de prendas que cubren todos los colegios de Lima se tratase. Una pinta reza: “Lima sin ti es aún más gris”, en lo que pareciera un reclamo de afecto de este colegio emblemático sumido en la soledad.

Hay tráfico en el cruce de las avenidas Universitaria con José Granda, y en el transcurrir de los autos, el polvo y el humo de los escapes van formando capas de negritud en el cerco perimétrico. Por entre las rendijas, una máquina sobresale en el camino hacia las aulas, parece ser una imprenta verde oxidada, y un poco más hacia la pared hay un anda andrajosa que extraña a algún patrono religioso.
“Nosotros tenemos que ser el cambio que queremos ser en el mundo”, dice un mural que representa varios rostros y tiene como protagonistas a quienes serán los observadores en la presencialidad cercana: los alumnos y su enorme diversidad cultural. Debajo, como nunca debe faltar, resalta el ESCARCHO 420 9000 cual estampa limeña de toda la vida.

Frente a esta escuela de 60 años, en la mesa de una bodega, un gato se deshace en jirones y me bosteza como diciendo: “mi dueño está durmiendo, anda jode a otro lado”. Doña Rosario, dos casa más adelante, me recuerda que este fue uno de los puntos de vacunación más importantes de todo San Martín de Porres, y que recién hace poco el Ministerio de Salud retiró sus instalaciones provisionales del colegio para que este puede acondicionarse.
“Todos mis hermanos han estudiado en este colegio, cuando era de puros hombres nomás; cuando lo declararon colegio emblemático, recién se puede decir que el José Granda volvió a la vida, obtuvo color, canchas de gras y hasta una piscina, es triste que por la pandemia todo hubiera quedado abandonado”, me comenta la querida bodeguera que seguro extraña la inversión sonante de los chibolos a la hora de salida.
La cara lateral que da a la avenida Lima es la más elocuente. En el cruce con la Universitaria las paredes del José Granda se visten de colores chicha; agárrense: “Este viernes 25. ¡Los claveles de la cumbia y Zaperoko en el ex Yacumama!”. A unos pasos, en un sector de la vereda, las rajaduras y elevaciones han deformado el lugar por donde caminarían cientos o miles de alumnos todos los días, pues en esta zona se encuentra el ingreso a la cancha de gras natural. Hay vestigios de un basural. Las palomas pelean por comida. La gente pelea por sobrevivir. Entre grafitis enormes y desechos.
Una covacha armada con cartones y maderas, abrigada por un par de frazadas, se alza en la pared externa del colegio. Pienso en Montacerdos, de Cronwell Jara. “Traíamos nuestra casa en hombros”, pensó la loca Maruja cuando llegaron a la barriada del Rímac que le dio nombre al cuento, su hermano Yococo llevaba una llaga que le carcomía la cabeza y Mamá Griselda decidió colocar su nuevo hogar en la pared lateral de una casa. El dueño de esta, días más tarde, habría de iniciar una hoguera inapagable en la precaria choza de los recién llegados.

Una señora con sombrero y guantes recicla en los pequeños espacios de basura en la avenida. Camina despacio en contra del tráfico y se pierde camino al atardecer. En el perímetro del José Granda, los vecinos han tomado las paredes externas del colegio para hacer sus jardines, huertos y hasta espacios de piscina.
Un grafiti de una figura fantasmal se cierne sobre la covacha, de donde emerge un flaquísimo hombre de polo rojo. Ordena meticulosamente sus botellas, cartones y se dispone a empezar una nueva jornada de recojo de material reciclable. Y yo solo pienso en qué ocurrirá con este hombre de la piel pegada al hueso cuando los alumnos, en dos semanas, deban volver.
I.E. Emblemática Hipólito Unanue (Mirones, Cercado de Lima)
Me despedí del José Granda y llegué al colegio emblemático famoso por haber albergado en sus aulas a Carlos Alcántara. Aquí, el verde del biohuerto interno ha abandonado su espacio, ahora está lleno de maleza y desperdicios. Pero en el otro extremo resalta otro tipo de verdor: la cancha de gras, donde algunos pequeños perfeccionan sus primeros amagues y tiros al arco. Desde hace más de 5 años, una empresa paga el alquiler de este espacio al colegio, para ofrecer sus servicios a los peloteros de la zona.

Mirones es un barrio apacible y de cierta manera intimidante. El canto de aves y celulares dan pinceladas en el silencio de las 5 de la tarde en este verde lugar. Las calles laberínticas completan el aire místico de la zona. Frente a los hogares, se yergue el Unanue, el colegio de 74 años que, tras haber sido remodelado en el 2010, posee un rostro más amable, pero también lleva una remora aferrada fuertemente en su cancha de gras, por donde los administradores succionan ingresos ocupando terreno del colegio estatal.


Antes de irme, retraté en una imagen un ambiente más lúgubre: el patio externo de la escuela se había convertido en depósito congelado en el tiempo de autos destartalados. Y estos descansaban sin vida sobre lo que debió ser un área verde, pero ahora era solo polvo.
I.E. Emblemática Bartolomé Herrera (San Miguel)
Llego a la avenida Bolívar y camino hasta La Marina donde me encuentro con una de las fachadas más bonitas de colegio estatal que he visto: se trata del Colegio Emblemático Batolomé Herrera, una Gran Unidad Escolar que se encuentra en el límite de Pueblo Libre con San Miguel. Este recinto cumple 74 años en el 2022. El buen Bartolo parece estar listo para el retorno a la presencialidad; en su piscina concesionada a AquaXtreme ya se vienen realizando desde hace buen tiempo los entrenamientos para quienes puedan costear sus clases.

Subo al puente del costado del colegio, el sol parece dejarse caer poco a poco por detrás de las letras que forman el nombre de la institución. A lo lejos se ve la cancha de gras, que en tiempos prepandémicos era utilizada por los alumnos hasta las 3 de la tarde, y de ahí en adelante se alquilaba a quien quisiera dar los toques respectivos con su propio equipo.
En la cara lateral que da al jirón Miguel de Unamuno, el grafiti ha revestido y rebautizado las paredes del colegio; las pintas románticas y achoradas han de haber sido hechas por los adolescentes querendones y carretones del mismo colegio o de los alrededores. Pienso que estas paredes son el testimonio palpable del cariño efímero y apasionado de la juventud. Un ficus frondosísimo retiene el polvo y el humo de los escapes de los autos en esta zona y yo, ya cansado, siento ganas de abrazarlo y pedirle perdón.

Colegio emblemático Alfonso Ugarte (San Isidro)
Es un nuevo día para mí, y gracias al Metropolitano llegué rápido al corazón de San Isidro, donde se encuentra la institución emblemática Alfonso Ugarte, que este año cumple 95 años. Al llegar me recibe una explanada bella; sin embargo, tras caminar un poco, me encuentro con la cochera en la parte trasera del colegio, espacio que acorta su terreno. Resultó que un exministro que prohibió las fiestas y reuniones sociales para el 31 de octubre y que armó el tonazo criollo en su casa de Surco guarda a diario en este lugar su preciada camioneta negra.

Luis Barranzuela, socio fundador de un estudio de abogados que queda cerca de este lugar, fue ministro del Interior hasta que se vio obligado a renunciar. Él deja en este lugar su camioneta todos los días, en la playa central del Colegio Nacional del Alfonso Ugarte. Allí dentro, hasta hace unos quince también estuvieron llegando los allegados al presidente Pedro Castillo, “esos señores que salen la tele”, me comenta uno de los cuidadores que prefirió el anonimato.

Un carro de serenazgo pasa aquí tres veces por mi costado, lo que me hace pensar en la nota del día anterior. El abandono contra el patrullaje constante. Una piscina concesionada a AquaXtreme (igual que en el Bartolomé Herrera), que pertenece al colegio, aparece al costado del estacionamiento. Unos padres de familia alientan con fervor a sus hijos e hijas. Aquí ellos me comentan que el ingreso para los alumnos era libre hasta antes de pandemia. “Si los alumnos quieren llevan clases aquí dentro, con profesores especializados, tienen el beneficio del 50 % de descuento”, me comenta una señora, y yo pienso: “en qué momento llegamos a este punto en que una piscina, que para empezar debería ser completamente pública, me da el beneficio de 50 % de descuento y yo debo sentir que me hacen un favor con tal ofrecimiento”.

Centro de Educación Básica Alternativa Ricardo Palma (Surquillo)
Un retrato de Ricardo Palma en el fondo de un aula me mira como juzgándome, pareciera que pregunta “¿qué diablos haces tomándole fotos a mi fachada, al escudo y a mi colegio sin ningún nombre en la entrada?, ¿o a mis sillas polveadas y amontonadas en un salón del segundo piso?, ¿al ingreso a mi colegio cuya pared dañada le da a la bienvenida a los alumnos?

También aparenta estar orgulloso de las paredes bien pintadas y las áreas verdes del colegio, aunque se avergüenza por la maleza acumulada en la zona de la cochera. Este Ricardo Palma en su vida hubiera pensado llevar mascarilla, tampoco hubiera pensado que el polvo y el abandono habría de ser causado por una pandemia que se llevó a sus alumnos a estudiar a sus casas por dos años.

Al costado de esta institución que está por cumplir 72 años, los cuervos revolotean asustados por el sonido de las palas que chocan contra las piedras de los trabajadores de Cálidda. Pienso que es mejor hacer bulla y joder a los vecinos antes para no joder a los vecinos y a los alumnos durante las clases. En el tercer pabellón aún se ven las letras de Bienvenidos en un aula, esto de cuando se tuvieron que cerrar abruptamente las escuelas a causa del virus maldito que detuvo el mundo por unos días y alejó a todos de las aulas.
I.E. Nuestra Señora de Lourdes (Surquillo)
Dentro de la institución educativa 1957 Nuestra Señora de Lourdes, un equipo de muchachos pertenecientes a un taller de alto rendimiento entrenaba basquetbol bajo un techo de lona en una cancha recién pintada. Las aulas a su alrededor se veían consumidas por el tiempo, el celeste de antaño se veía envejecido por el sol. “Entrenamos aquí de 3 a 5, pero cuando vuelvan los alumnos, lo haremos de 5 a 7”, me comenta el encargado”.

Las grietas se abren paso en la base las aulas del primer piso, pero el nivel de deterioro no alcanza los daños que tenían los colegios de la primera zona de Collique. Las carpetas estaban acumuladas en el segundo patio, esperando ser limpiadas o pintadas y devueltas a sus espacios, a esperar a las muchachas que aquí estudian. La capilla a Nuestra Señora de Lourdes es lo más llamativo, se forman arcos con los árboles que están al lado del camino, y al fondo en una gruta se ve orgullosa a la virgen.
La imagen bella del cuidado interno contraste mucho con la externa, pues su cara aparenta pequeñez y descuido, sin embargo, al ingresar, el colegio de esta zona de Surquillo tiene su encanto.

Lo más extraño es que un poste que pertenece a JMT outdoors con un cartel inmenso que se ve en toda la avenida Angamos se encuentra a la espalda de la capilla de la virgen, dentro del colegio. Un poste grueso privado que ocupa el interior de un espacio de educación pública para hacer publicidad de un perrito con gafas que “despierta miradas” es una gran muestra de cuán desprotegidas se encuentran las escuelas públicas.
I.E La Divina Providencia (Surquillo)
A un paso del Nuestra Señora de Lourdes, se encuentra la institución educativa La Divina Providencia. A la espalda de esta institución se desarrolla una academia de fútbol, ingresé y aproveché para adentrarme casi a rastras hasta la última cancha abandonada desde la cual se puede observar que, al fondo del colegio, los encargados han decidido amontonar un amasijo extraño de carpetas, sillas fierros, maleza y más.

Esta zona, abandonada, dejada a su suerte, que podría convertirse en un foco importante de propagación de plagas y roedores se encuentra a tan solo metros de las aulas blancas y verdes de la institución; fuera de eso, las aulas ya se encuentran acondicionadas y listas para el retorno.

La piscina lleva encima un toldo derrumbado y el agua ha huido de la zona del desastre, el lugar podría convertirse en espacio de caídas si es que no se adecúa pronto. Al salir, encuentro aún adornos de Navidad que le dan al colegio un aura más acogedora; sin embargo, esto podría ser parte de una romantización descarada de mi visión, por la falta de alimento.
Me retiro de este último colegio, con la convicción de que todos debemos luchar por mantener la gratuidad de la enseñanza y por mejorar los espacios en los que los niños y niñas han de pasar algunos de los momentos más importantes de sus vidas. Lo que se necesita es solo un poco de espacios dignos. No ostentosos: dignos, en los que toda la comunidad educativa pueda crecer y sentirse orgullosa.
Recuerdo por último mis días de colegio y las bromas con mis patas, las escaleras llenas de muchachos besándose, las reglas estúpidas que nos imponían los auxiliares, pero lo más importante recuerdo cómo algunos de los maestros enseñaban con verdadera pasión, aunque muchos ni les hicieran caso. Para ellos y para garantizar un verdadero avance como país en que los niños y niñas crezcan preparados para la vida y para mayores metas profesionales, el Estado debe garantizar que la educación no se vuelve una mercancía más. Este ha sido un homenaje a los colegios de Lima y del Perú y a sus siempre pintadas fachadas y a su gente chambeadora que nunca baja la cabeza.