Este artículo es de hace 4 años

Entre guitarras y cajones despidieron al maestro Adolfo Zelada

Amigos, familiares y admiradores lo acompañaron en el Ministerio de Cultura.

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Una veintena de arreglos florales fúnebres adornaban parte de la Sala Nasca del Ministerio de Cultura; uno de ellos resaltaba, tenía la cuidadosa y casi ondulante forma de una guitarra, y estaba a la izquierda del féretro en el que descansaba, ahora para la eternidad, don Adolfo Zelada Arteaga

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La izquierda, era la mano con la que el maestro realizaba arpegios y punteos para enaltecer la música peruana, arpegios que acompañaban temas de la costa jaranera y sabrosa, arpegios que todos recordaron en aquel homenaje con el que se le despidió entre cantos, guitarras y cajones.

Adolfo Zelada fue un músico, compositor y arreglista, trujillano de nacimiento, que dedicó casi ochenta años de su vida al arte, a la música. Podía tocar de todo, una zamacueca, un landó, un valsecito, un festejo, un tondero, un panalivio y mucho más, su capacidad creadora lo llevó a ejecutar la primera guitarra juntos a otros grandes intérpretes de la canción criolla, como Jesús Vásquez, Leo Marini y Los Trovadores del Perú. 

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Integró además numerosas agrupaciones, entre ellas, Los Gavilanes, y Ébano y Marfil. Trabajó por doce años en Radio Nacional, junto a Óscar Avilés, y se encargó de la dirección del conjunto criollo de la Escuela Nacional del Folklor, y no se detuvo hasta el final. 

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Manuel Acosta Ojeda, en la presentación de su disco Canción de Fe, publicado por sus cincuenta años de vida artística, escribió lo siguiente: “Mis valses criollos los enriquece la primera guitarra de Adolfo Zelada Arteaga, que, junto a Oscar Avilés Arcos, es el único de los grandes guitarristas que conservan el sabor antiguo.”, y vaya que tenía razón, Adolfo Zelada era historia viva y siguió deleitándonos con su música hasta sus últimos momentos.

Intérpretes y agrupaciones tomaron la iniciativa musical y empezaron a dar muestras del aprecio y admiración que tenían por el trujillano fallecido a los noventa y seis años. Primero, hizo lo suyo la agrupación “Barrios Altos”; luego, Olga Milla se apuntó con un bello tondero que, según ella, le gustaba mucho al maestro Zelada.

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El vocalista de la agrupación “Los Cholos”, Jinre Guevara Díaz recordó pasajes que compartieron juntos, y recalcó que uno de los mejores músicos criollos, sino el mejor, del siglo XX se había ido, ahora para siempre; y luego de tocar un vals, y un par de hermosos waynos, se despidieron con un grito a la voz de: “¡Adolfo Zelada Arteaga!” y la respuesta general, enérgica: “¡Presente!”. Un desgarrador “quebranto” fue el de doña Rosa Guzmán, morena de voz de oro, quien le dedicó esa dulce canción a su amigo Adolfo y emocionó a toda la concurrencia con ese estilo deslumbrante que solo ella posee.

Los intérpretes, uno a uno, iban despidiendo emotivamente a quien fue su compañero de jaranas con las sentidas letras en honor al trabajo incansable del maestro Zelada, en ritmo de zamacueca:

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“Trabaja, trabaja,

el campo te llama, 

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y dale a la vida un lindo mañana”

No había tristeza, todos estaban ahí para festejar la música criolla y la gloria de un hombre que deja en cierta orfandad a ese género tradicional. Su obra seguirá presente. En sus temas, sus arpegios, sus arreglos, dejó todo su talento para nuestro deleite. No dejemos que el olvido nos lo arrebate.

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Sobre la firma
Periodista y redactor de política, cultura y actualidad en EL PERFIL.
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