Adentrarme en los pasillos de una cafetería emblemática de Buenos Aires, donde Julio Cortázar solía encontrar refugio para dar vida a sus palabras, es un viaje fascinante al corazón de la literatura. Caminar por los mismos suelos que alguna vez pisó Cortázar, sentir la inspiración que flota en el aire y descubrir los rincones que alimentaron su creatividad es un honor que cualquier lector disfrutará. Juntos exploraremos cómo esta cafetería se convirtió en un santuario literario y cómo, a través de sus ventanas, la ciudad se entrelaza con la magia de la escritura.
En el vasto y apasionante horizonte de Argentina, resplandecen íconos literarios como joyas preciosas que iluminan nuestra historia. Jorge Luis Borges, con sus laberintos de palabras, y Ernesto Sábato, explorando los abismos del alma humana, nos revelan facetas de la existencia que trascienden el tiempo. Rodolfo Walsh, con su pluma valiente, y Silvina Ocampo, tejedora de mundos oníricos, nos invitan a cuestionar y soñar sin límites. Alfonsina Storni, con su voz única, nos susurra al oído los secretos de la emoción humana.
Sin embargo, en este día, mi ser se sumerge en un vasto océano de emociones argentinas, y mi atención se fija con asombro en la figura insuperable de Julio Cortázar. Como un artífice magistral de las palabras, Cortázar no sólo escribe, sino que pinta con pinceladas impregnadas de pasión y trascendencia. Tal como Mario Vargas Llosa alguna vez mencionó al referirse a las conversaciones entre el escritor y su esposa Aurora, de las cuales fue testigo: "No pueden ser siempre así. Esas conversaciones las ensayan, en casa, para deslumbrar luego a los interlocutores con las anécdotas inusitadas, las citas brillantísimas, las bromas que, en el momento oportuno, descargan el clima intelectual".

A lo largo de mis múltiples viajes a este país, he forjado vínculos profundos que me han enriquecido con experiencias culturales y lugares fascinantes. Es esta conexión especial la que me atrae constantemente y me impulsa a regresar una vez más.
Fue Yazmín Segovia, una amiga entrañable que conocí durante un intercambio universitario que realicé en el 2019, quien se enteró de mi próximo retorno y no tardó en proponer un encuentro. Su entusiasmo me contagió al instante y no pude resistirme a aceptar su invitación. "Sé que te encantará este lugar", afirmó, casi como si hubiera leído mis preferencias. Su confianza me intrigó aún más y programamos la fecha de nuestro paseo.
Hasta ese momento, desconocía que Yazmín compartiera mi afinidad por Cortázar, cuyas palabras, como las de Juan Rulfo, resuenan profundamente con mis propios sentimientos: “Hay escritores que te transforman la visión del mundo o te modifican la conducta, eso es para mí Cortázar”, o como las de Jorge Luis Borges: “He leído con singular agrado ‘Las armas secretas’ de Julio Cortázar y sus cuentos, como aquel que publiqué en la década del cuarenta, me han parecido magníficos”.
El ansiado momento llegó y Yazmín y yo nos fundimos en un cálido abrazo antes de emprender nuestra charla mientras avanzábamos hacia nuestro destino. Atravesamos lugares emblemáticos, desde el imponente Obelisco hasta recorrer a lo largo toda la majestuosa avenida 9 de Julio, hasta llegar, de manera casual, en la intersección de la avenida de Mayo y Perú.
Al pararme frente a la cafetería, mi mirada fue capturada por su imponente arquitectura, un viaje en el tiempo en sí misma. London City se desplegó ante mí como un remanso excepcional desde el primer instante. Cada rincón, desde las paredes hasta las mesas, desde el menú hasta los comensales, estaba impregnado de la esencia de Cortázar: textos e imágenes que crean un entorno cautivador. Incluso pude apreciar un monumento en su honor, un tributo al corazón literario de este lugar.

Al sostener la carta entre mis manos, rápidamente percibí que al comienzo compartían la historia de Cortázar y su vínculo con la cafetería. El relato, titulado "Visitante ilustre", detalla cómo el autor no sólo escribió, sino también ambientó una parte fundamental de su primera novela, "Los Premios" publicada en 1960.
«—La marquesa salió a las cinco —pensó Carlos López—. ¿Dónde diablos he leído eso?» Era en el London de Perú y Avenida; eran las cinco y diez. ¿La marquesa salió a las cinco? López movió la cabeza para desechar el recuerdo incompleto, y probó su Quilmes Cristal. No estaba bastante fría”.
En la actualidad, "El London" se erige como uno de los ilustres "Cafés notables" de Buenos Aires, una selecta categoría que enaltece los establecimientos más icónicos y arraigados en la vida de la ciudad.
Su denominación rinde tributo a la inolvidable tienda de tejidos ingleses que ocupó el edificio hasta 1974, bautizada como "Gath & Chaves".
De este modo, aquellos que se aventuren hoy a esta distinguida cafetería descubrirán un espacio renovado que, con su fragancia a espressos perfectamente preparados, medialunas y tostados mixtos de fina calidad de jamón y queso, sigue manteniendo intacto su encanto de la "belle époque" que logró inspirar al autor de Rayuela.
Y aunque en esta época su presencia física no nos acompañe, su legado perdurará en la memoria de todos, como bien expresó Gabriel García Márquez: “Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer por todo el mundo”.