Son pocas las personas que pueden captar en profundidad el alma del pueblo. Para ello no se requieren grandes estudios académicos sino únicamente sensibilidad y empatía, comunión y el arte de escuchar. Alicia Maguiña Málaga, cuyas palabras encabezan el artículo, materializa a través de sus diversas composiciones musicales esa sintonía con lo popular, entendiéndolo como aquel espacio interior en la vida de un pueblo. Es en este universo donde hombres y mujeres expresan su concepción del mundo, sus tradiciones y su manera de proyectarse, y es allí donde ella representa un diálogo que en algunas ocasiones resulta muy complicado, pero que es indiscutiblemente necesario dentro del proceso histórico y evolutivo de nuestra música popular, sea ésta andina o costeña.
Muy próxima a cumplir 80 años de vida, no hay mejor manera de celebrarlos que valorando su legado a través de sus composiciones e interpretaciones que se han nutrido y proyectado en el mundo del otro. De Alicia Maguiña se ha escrito bastante como representante de la música peruana, pero en este texto quisiera ahondar en un aspecto esencial dentro de su trayecto personal y musical: la vinculación con lo social. Una cuestión que apreciamos cuando en sus composiciones expresa esa intensa preocupación por el prójimo, pero también con la valoración de lo andino. Asimismo, es preciso destacar que siempre reconoció la obra musical de otros artistas criollos, y ya en un asunto extra-artística, será provechoso referirnos a su trabajo como presidenta del APDAYC.
“La puna se hizo hombre y nació el indio”
Alicia Rosa Maguiña Málaga nació en Lima un 28 de noviembre de 1938, de padre chalaco y madre arequipeña. Sus primeras creaciones musicales fueron hechas a los 14 años mientras vivía su niñez en la cálida Ica, porque su padre había sido nombrado vocal superior de la corte de dicha ciudad. Un espacio que le permitió conocer al Perú en su profundidad, y eso a través de la cercanía y familiaridad con lo popular, y presenciar muy de cerca las terribles arbitrariedades que la marcarían: “No vivía ajena a las injusticias que pasaban las empleadas del hogar, muchas de ellas provenientes de Huancavelica, y que eran tildadas de torpes por hablar mal el español”. Ese primer contacto despertó en ella una sensibilidad que se haría escuchar a través de la música, y que tiene su culmen con la más emblemática de sus composiciones: Indio (1963). Estrenada en años previos al proceso revolucionario del presidente Juan Velasco Alvarado, es una canción de rebeldía que expresa toda esa necesidad de urgente cambio para el campesinado y que se concretaría en 1969 –al menos parcialmente- con la ley de reforma agraria. Por esta composición sería tildada como la rebelde del vals, si bien aquella Alicia ya marcaba un estilo a seguir y que continuaría hasta el día de hoy, sobre todo cuando los desposeídos y olvidados siguen presentes. Otra de sus creaciones es La apañadora, tondero que nos remite al trabajo de las campesinas con el algodón… y así podríamos seguir nombrando otras composiciones que retratan estampas populares, pero que manifiestan mucho más. Sus canciones son tan sentidas e intensas, que en la armonía de su melodía nos refieren un Perú que, alejado de una mirada idílica de los románticos, se pinta en lo profundo y encarnado de sus personajes. Y cosa interesante, no son sólo personajes populares de la tradición, sino también personas reales que contribuyeron al imaginario de lo criollo como Bartola Sancho-Dávila, Augusto Ascuez y Valentina Barrionuevo, entre otros.
Su vinculación con José María Arguedas
“Por siempre vivirás”, canción compuesta para José María Arguedas, “a quien considero el escritor más profundo, más humano y auténticamente peruano”. Lo conoció a través de sus novelas, pero de manera personal durante un conversatorio de poetas en Puno (1968). En esa reunión cantó frente a él su vals “Indio”, y a decir de ella, “mi vals debía parecerle poco a todo lo que él había sufrido y vivido, pero a él le gustó”. Luego lo encontró en Lima en la oficina de correos y el día 28 de noviembre –fecha del cumpleaños de Alicia- ocurrió su suicidio que se concretaría en la muerte después de una larga agonía. Al asistir a su entierro, advirtió cuando una paisana se acercó y abrazó el ataúd, escena que la conmovió y que plasmaría en su vals cuando dice: “Quisiera hundirme en la tierra, para encontrarme contigo y cargarte a mis espaldas, huérfano, niño dormido”; letra que despliega una gran ternura a alguien que fuera capaz de formular sin miramientos todo lo que pensaba respecto a las injusticias. “No me quiero comparar con Arguedas, pero había muchas cosas en común”, y ciertamente lo común fue aquella sensibilidad profunda respecto a los problemas del país.
Lo andino en su obra
El trabajo de Alicia no se ha limitado al folklore costeño, sino que ha incursionado en otros géneros como el wayno, la tunantada y la muliza, propios de la música andina, aplicándolos con singular destreza, con lo cual nos demuestra que para ella el Perú es un país de todas las sangres donde no existe un lugar donde encasillarse, sino que debe conocerse y valorar la diversidad. Lo rescatable de este trabajo en otros géneros musicales, es que se ha abocado al estudio serio de cada uno y así pudo componer respetando forma y estilo, para luego interpretarlos con propiedad y tratar en la medida de lo posible incluirlos en su repertorio. Por ende, indagó sobre las raíces de dichos ritmos y se dirigió entonces a su lugar de origen el Valle del Mantaro, espacio donde pudo conocer al maestro del violín Zenobio Dagha, así como a Olga Zevallos y otros exponentes del folklore wanka. Allí mismo ahondo en sus conocimientos andinos, incluso transfigurándose en una colla para cantarle a la Virgen de Cocharcas en Sapallanga (Huancayo) cada 8 de septiembre durante más de 30 años. Huelga señalar también la amistad con reconocidos artistas como el virtuoso charanguista Jaime Guardia, la floclorista Agripina Castro y el maestro de la guitarra Raúl García Zárate.
Reconocer la obra de los demás
Sus composiciones son numerosas, y he allí que podemos mencionar Inocente amor, Viva el Perú y Sereno, Recordando a mi padre, Soledad sola, Todo me habla de ti, Estampa limeña, Felicidad, Paraíso de amor, Jarana para llorar riendo, Augusto dueño del santo, etc. Canciones nacidas del alma y no para el fácil aplauso. Todas ellas forman ya parte de nuestro repertorio musical y nacional, incluyendo las obras de otros artistas con lo cual queda patente su sencillez. En ese sentido, subrayamos su relación con Carlos Hayre, con quien estuvo casada. Ambos produjeron siete discos, en lo que tal vez se considere la etapa más interesante del trabajo musical de Alicia. Hayre fue uno de los mejores guitarristas que hemos tenido y un innovador con conceptos muy avanzados. Con él trabajó en la línea de innovar sin tener que renunciar al reconocimiento y respeto de la tradición.
¿Y los derechos humanos del artista?
Es la pregunta que se hacía Alicia en un texto que escribió para la revista Ideele N° 62 en la que describía la situación del artista peruano y su poca valoración: “Pero también vivo en el Perú y lo que ello significa: sufrir al igual que mis colegas (los artistas peruanos) el temor a la falta de trabajo, al mañana, en un país en el que el arte sólo se valora si viene de afuera”. No ha sido una artista desatendida de las preocupaciones de su gremio. Asumió el cargo de presidenta de la Asociación Peruana de Autores y Compositores (APDAYC), espacio que le permitió realizar una labor a favor de los artistas, al incluirlos dentro de la institución y aclarándoles cuáles eran sus derechos.
La actualidad de su trabajo
Quisiera poder resumir algunos puntos que me parecen centrales en su vida y obra, sobre todo porque la próxima celebración de sus 80 años es momento propicio de hacer una relectura de lo que significa para el Perú una artista de larga trayectoria artística que aún se mantiene en actividad. Es necesario revisar su vida con una mirada hacia el bicentenario, acontecimiento que nos invitar a observar la obra de personajes que han contribuido a la comprensión del significado de la peruanidad.
Alicia siempre ha sido una contestaría y ello le ha dado la libertad en su actuar, y así poder entregarse con amor y sin barreras a la música peruana. Su voz es un canto de sirena enamorada, pero enamorada del Perú, y no desde arriba hacia abajo, sino a través de una mirada horizontal. Su obra dibuja las mejores estampas de la peruanidad, pero esencialmente nos invita al respeto al prójimo como una manera de ser peruano y a entendernos como país, con un trabajo que ha madurado hacia el encuentro y el entendimiento de la tradición, rescatando ritmos costeños y andinos que nos guían por el camino de la convivencia de todas esas naciones que conforman el Perú. Y lo más importante, un sentido claro del significado de la palabra “justicia”, en cuanto a una apuesta por un país que aprenda a convivir con su diversidad, y donde la preocupación por los más vulnerables constituya la base de la construcción de una nueva sociedad. Por todo ello el Perú te agradece.