En el Festival de Venecia, entre premieres, encuentros internacionales y la efervescencia del circuito de otoño, los hermanos Zoran y Ludovic Boukherma parecen mantenerse al margen de todo protagonismo. Sin embargo, sus películas llevan tiempo captando la atención del cine europeo con una mezcla única de realismo social y cine de género, que les ha valido premios, reconocimiento y, ahora, un lugar dentro del programa Ten to Watch de UniFrance, que destaca a los nuevos talentos del cine francés.
Los Boukherma, gemelos nacidos en un pequeño pueblo del suroeste francés, trabajan juntos desde siempre. Lejos de ser un obstáculo, esa relación fraternal se convierte en su principal herramienta creativa. “Tenemos el mismo pasado, la misma edad, así que entendemos las cosas muy rápido entre nosotros”, explican. “Muchas veces ni siquiera necesitamos terminar la frase; el otro ya sabe a dónde vamos”.
Esa complicidad les permite avanzar con agilidad, pero también repartir responsabilidades. Zoran llegó al cine a través del guion; Ludovic, por la vía de la realización y el montaje. “Nos equilibramos bien, cada uno se apoya en el otro donde se siente más débil”, dicen. La confianza mutua no impide la crítica directa: si una idea no funciona, no dudan en descartarla, aunque también se permiten desarrollarla más allá de lo que harían por separado.
Desde su debut con Teddy (2020), en el que exploraban la figura del hombre lobo en un entorno rural, el dúo ha construido una filmografía que no encaja fácilmente en una sola categoría. En 2022, con L’Année du requin, hicieron una comedia con tiburón en las costas francesas. En su película más reciente, Leurs enfants après eux —una adaptación del libro de Nicolas Mathieu—, apostaron por un drama más contenido, ambientado en una Francia periférica atravesada por la desindustrialización.
Pese a esos cambios de tono, los hermanos aseguran que su afinidad con el cine de género sigue intacta. “Nos gusta cambiar, hacer películas distintas, pero siempre volvemos a lo fantástico. Crecimos viendo cine de terror, y para el próximo proyecto queremos volver a algo más cercano a Teddy, aunque quizá más ambicioso”. Incluso Leurs enfants après eux, dicen, contiene algo de esa atmósfera de género, aunque más sutil. “La novela ya tenía algo de mundos paralelos, de esa energía. Y quisimos mantenerlo en la película, aunque sea más naturalista”.
Cuando se les pregunta por el lugar que ocupa su cine, hacen una comparación interesante con el cine social belga de los hermanos Dardenne. “Nosotros también tratamos temas sociales, pero desde otro ángulo. El género nos permite abordar cuestiones como las desigualdades o la exclusión con un poco más de ligereza, sin caer en lo didáctico”, explican. Teddy, por ejemplo, usaba la figura del hombre lobo para hablar de la radicalización, de la frustración juvenil, del racismo, temas muy presentes en la Francia contemporánea. “Lo fantástico permite hacer un pequeño desvío, y a veces eso lo hace más eficaz”.
Estar en Venecia, y que su película más reciente haya sido bien recibida por un público internacional, fue un momento importante para ambos. “Nunca sabemos cómo va a reaccionar la gente. Durante la proyección uno escucha cada risa, cada silencio”, dicen. Uno de los momentos más emocionantes fue el premio a su joven actor, Paul Kircher, que ganó el Marcello Mastroianni al mejor actor revelación. “Nos alegró mucho por él. Que reconozcan su trabajo fuera de Francia fue un gran logro”.
Su participación en el Ten to Watch también marca un nuevo momento en su carrera: encuentros con la prensa, con programadores, con distribuidores de otros países. Si bien todavía no han concretado una coproducción internacional, se muestran abiertos, incluso interesados en América Latina. “Por ahora filmamos lo que conocemos: nuestra región, nuestro suroeste francés. Pero creemos que contar una historia muy local puede, si se hace bien, tocar a alguien del otro lado del mundo”.
Aunque no vienen de un entorno ligado al cine —“ningún vínculo, ni contactos, ni tradición familiar”, dicen—, ambos destacan que en Francia hay estructuras de apoyo como el CNC que permiten a nuevos realizadores acceder a una primera película. “Nosotros venimos de un pueblo cerca de Agen, de una familia modesta, y aun así conseguimos hacer cine. Hay algo que funciona en eso”, comentan. Zoran estudió guion en una escuela gratuita en Saint-Denis, Ludovic aprendió viendo películas mientras estudiaba inglés. Su primer largometraje fue producido sin experiencia previa, gracias a la confianza de un productor dispuesto a apostar por nuevos talentos.
Esa confianza, multiplicada por el trabajo y la constancia, es la que los ha traído hasta Venecia. No como promesas, sino como una realidad consolidada del cine francés contemporáneo.










