La noche del 21 de agosto de 2025, a las 21:00 horas, la Arena di Verona se transformó en un templo de la lírica con la undécima representación de la nueva producción de Nabucco, el drama en cuatro partes de Giuseppe Verdi con libreto de Temistocle Solera. El imponente festival, que este año celebra su edición número 102, volvió a confirmar por qué es considerado uno de los encuentros operísticos más prestigiosos del mundo.
La majestuosidad de un escenario único
Presentar ópera en un anfiteatro romano del siglo I d.C. añade un aura imposible de replicar. La Arena di Verona, con capacidad para unas 15,000 personas, estuvo casi llena en esta cita que reunió a turistas, melómanos y amantes del arte de todo el mundo. El espectáculo desplegó sobre el escenario a cerca de 300 personas entre solistas, coro, ballet y técnicos, en un verdadero derroche de monumentalidad.
La escena con centenares de judíos esclavos interpretados por el coro fue de lo más sobrecogedor: una auténtica “mole humana” que llenó el gigantesco escenario, multiplicando la sensación de estar ante un ritual colectivo más que un simple espectáculo teatral. Estos detalles convierten cada representación en Verona en una experiencia sensorial única: independientemente de que el espectador sea o no un apasionado de la ópera, en la Arena se vibra de una manera especial, imposible de olvidar.

La trama: poder, fe y redención
Nabucco (1842) fue la tercera ópera de Verdi y la que lo catapultó al reconocimiento internacional. Ambientada en la Jerusalén y Babilonia del siglo VI a.C., la historia narra el enfrentamiento entre los hebreos oprimidos y el rey Nabucodonosor (Nabucco). El eje dramático se centra en el poder desmedido del monarca, que tras proclamarse dios es castigado con la locura, y en la ambición de su supuesta hija Abigaille, dispuesta a traicionar y asesinar para conquistar el trono.
El contrapunto lo ofrece Zaccaria, sumo sacerdote hebreo que encarna la fe inquebrantable, y la figura de Fenena, hija de Nabucco, que se convierte al judaísmo. El conflicto se resuelve con la redención del rey, quien recupera la razón y reconoce al Dios de Israel.
El peso de los intérpretes
El rol de Nabucco fue encarnado por el barítono mongol Amartuvshin Enkhbat, una de las voces más admiradas de su generación. Formado en Ulán Bator, Enkhbat ha construido una sólida carrera en teatros como La Scala de Milán y la Ópera de Viena, gracias a un timbre poderoso y a un fraseo refinado que lo han convertido en referente del repertorio verdiano.
El tenor mexicano Galeano Salas asumió el papel de Ismaele, aportando brillo y elegancia a una parte exigente. Nacido en Houston y con formación en la Universidad de Yale, Salas ha sido miembro del International Opera Studio de Zúrich y es considerado una de las voces líricas emergentes más importantes de América Latina.
Por su parte, el bajo-barítono surcoreano Simon Lim dio vida a Zaccaria, el gran pontífice hebreo, con una voz de profundo color y autoridad escénica. Lim es un habitual de los principales escenarios europeos y ha destacado en papeles de Verdi, Rossini y Wagner.
En el papel de Abigaille, la mezzosoprano rusa Olga Maslova impresionó con su potencia dramática en una de las partituras más temidas del repertorio verdiano.
Dirección y puesta en escena
La batuta estuvo en manos del experimentado director Pinchas Steinberg, cuya trayectoria lo ha llevado a orquestas como la Filarmónica de Viena y la Orquesta de París. Su dirección fue apasionada hasta lo gestual: los movimientos de su cabeza, que pasaban de un lado a otro con intensidad, arrancaron sonrisas en momentos precisos, mostrando no solo rigor musical, sino también entrega personal absoluta.
La puesta en escena corrió a cargo de Stefano Poda, responsable también de la escenografía, el vestuario, la iluminación y la coreografía. Fiel a su estilo totalizador, Poda construyó un universo visual de gran coherencia estética, con imágenes que potenciaron el carácter atemporal de la obra y reforzaron el dramatismo de las luchas entre poder político y fe religiosa que atraviesan la trama.

Breve crítica
La representación alcanzó momentos de gran intensidad emocional, especialmente en el tercer acto con el célebre coro de los esclavos hebreos, interpretado con una sobriedad conmovedora por el coro dirigido por Roberto Gabbiani. Enkhbat dominó el escenario con un Nabucco de gran presencia vocal, mientras que Maslova ofreció una Abigaille de enorme fuerza teatral, aunque en algunos pasajes se notó cierta tensión en el registro agudo. Steinberg mantuvo un pulso firme, logrando un equilibrio entre la monumentalidad del coro y la expresividad de los solistas, al tiempo que transmitía con su cuerpo la pasión de cada compás.
Lo que nos enseña “Nabucco”
Más allá de su belleza musical, Nabucco plantea una reflexión sobre la fragilidad del poder humano frente a lo divino, sobre los peligros de la ambición desmedida y sobre la esperanza de un pueblo que lucha por su libertad. En tiempos convulsos, la obra de Verdi sigue recordando que los himnos de unidad —como “Va, pensiero”— pueden trascender el escenario para convertirse en símbolos universales de resistencia y esperanza.
Una noche para la memoria
La función concluyó entre ovaciones de pie y aplausos prolongados. Más allá de la perfección técnica, lo que se vivió fue una experiencia que apeló a todos los sentidos. En Verona, la ópera no es solo música: es historia viva, es arquitectura monumental y es emoción compartida.
Con esta representación de Nabucco, el Festival de la Arena di Verona volvió a recordarle al mundo que, más de un siglo después de su fundación, sigue siendo uno de los epicentros indiscutibles de la ópera mundial.













