Una de las cualidades más importantes de Guerrero es que no le gusta perder. Bueno, a nadie le gusta perder. En todo caso, a Guerrero solo le gusta ganar. No soporta una derrota. Cuando era chico, en tiempos en los que jugaba al fútbol con latas en el patio del colegio estatal José María Eguren, era capaz de castigar con una “galleta” al culpable de la derrota de su equipo de salón.
En aquel tiempo de su infancia, Guerrero era un palomilla respondón de la cuadra de su querido Chorrillos. Le decía Damián, se lo contó a su tío, el gran “Cuto” Guadalupe. Tenía ese bicho dentro que lo movía para hacer justo lo que quería, salirse con la suya siempre. Así, cierto día, le robó un sol a su madre para alquilar bicicleta.
Pensó que doña Peta no se iba a dar cuenta porque su cartera había muchas monedas. Se equivocó. “¡Dónde has estado!”. “No, estuve con unos amigos, me fui a caminar, …”. “¡Me has robado un sol para ir a montar bicicleta!”. Doña Peta le dio un a tunda inolvidable. Fue la única vez que Guerrero cogió algo sin permiso.
Desde entonces muchos goles de él ha gritado la afición. Pasó por varios equipos de Barranco y Chorrillos, Alianza Lima, Bayern de Múnich, Hamburgo, Corinthians, Flamengo, Inter de Porto Alegre, Bahia, Racing, LDU. Ahora ya está en Paraguay esperando para abrir el marcador.
El señor de casi cuatro décadas, el extraordinario delantero de la selección, el hijo de doña Peta, es la pieza fundamental del once con el que empezará la era Reynoso.