Leía, en The New York Times, declaraciones del cantante uruguayo Jorge Drexler y comprobaba que él se formulaba, simultáneamente, una reflexión y una pregunta que muchos de nosotros, latinoamericanos, nos hemos formulado varias veces sobre superpotencia del Norte: “Estados Unidos es muchos países. Es la tierra de Miles Davis y Noam Chomsky, pero también de Donald Trump. Estuve ahí la semana del tiroteo de Parkland y tuve que salir a cantar en San Francisco esa noche.
La verdad es que fue muy duro y empecé a informarme, porque ¿cómo a alguien le puede parecer lógico que se vendan armas de asalto semiautomáticas que son diseñadas para matar a la mayor cantidad de gente?”
Más allá de la obsesión por el lucro de algunos empresarios y los delirios necrófilos de algunos dementes, no encuentro ninguna ruta racional para entender esta realidad. ¿Puede una industria ser tan poderosa como para poner de rodillas al potente instinto de supervivencia con el que la Naturaleza ha dotado a los seres humanos y, puede que haya excepciones, a todas las especies vivas?
Para lograrlo han debido crear una lectura de la realidad ajustada a sus intereses. Y esa lectura está apuntalada por parte importante de la prensa, por Hollywood, por la televisión y, of course, por los buenos muchachos que lideran el Club del Rifle.
Cuando los Estados Unidos expresa su preocupación y condena por la proliferación de armas de destrucción masiva (recordar al pobre y cada vez más enclenque Irak), entendemos los porqués de esa preocupación, lo que no logramos entender es cómo, a nivel interno, esas armas circulan y se comercian con tanta facilidad.
Sé que esas armas y las que se les atribuyen a otros países (con razonamientos no siempre muy sustentables) son diferentes (no todas) pero ubicadas en el contexto en el que van a ser usadas, la mayoría parece destinada a matar a los propios estadounidenses.
En el extranjero porque recibirá tropas de Estados Unidos (Irak, Afganistán, Siria) y en el propio país porque además de los millones de inmigrantes que lo habitan, hay mucho más millones con varias generaciones viviendo en esas tierras que seguramente amarán, como casi todos amamos la tierra donde hemos nacido. Viendo una serie de Discovery sobre asesinatos, traiciones, disputas familiares, muerte en suma, me llamó la atención la cantidad de armas (en la mayoría de los casos, no en todos, pequeñas) que aparecían en cada relato.
Para nuestra cultura resultaría insólito que alguien preguntará a su vecino o a un familiar: “¿Oye tú, dónde guardas tu arma(s)? En mi casa nuestro abuelo dejó de legado un revolver Smith Weson que permaneció medio siglo entre uno que otro recuerdo de la familia y jamás supo lo que era una bala. Era una reliquia con la que ni siquiera se nos permitía jugar.