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El aprendizaje en un mundo sin fronteras

El aprendizaje es esencial y decisivo para sobrevivir en un mundo digitalizado en mutación.
Lucas Lavado

Es sorprendente pensar que toda la maquinaria educativa de todos los niveles haya girado y sigue pivotando en torno al aprendizaje, desde el cuidado materno hasta el posgrado. 

Si embargo, es aún más sorprendente la ausencia de una teoría que lo explique y que posibilite su desarrollo remolcando la formación sistemática de la persona humana en una sociedad en tránsito dentro de un entramado cada vez dinámico. El aprendizaje es esencial y decisivo para sobrevivir en un mundo en mutación.  

Es inestimable comenzar a pensar desde las ideas de científicos contemporáneos que reflexionan desde sus disciplinas en apariencia lejanas, es decir, ¿por qué matemáticos como Stanislas Dehaene, economistas como Josep Stiglitz, biólogos como Edward Wilson y físicos como Leonard Mlodinow se preguntaron y aventuraron hipótesis sobre el aprendizaje y la creatividad? 

Se trata de cuestiones que entrañan problemas que rebasan los muros de las organizaciones educativas provocando demandas de ideas para recomenzar cada día. Abarca una trama de problemas que escapan al dominio de la pedagogía y la psicología ganadas por las letras cercándola en el verbalismo pueril hasta hacerla poco útil para transgredir fronteras que sólo será posible con la matemática y otras disciplinas que permitan aventurar nuevas hipótesis más innovadoras que son signos de la nueva época. 

El jocundo premio Nobel Richard Feinman fue un genio y un padre amoroso como pocos que se paseaba por construcciones derruidas para encontrar losetas de colores para utilizarlas en su tarea inimitable de enseñarle a pensar a su hijo de una manera divertida. 

Cuando su esposa, al observar su insistencia persistente, le decía “deja al niño” que haga lo que quiera. Él le contestaba con parsimonia “es que quiero que aprenda patrones” y no cualquier cosa y de cualquier manera. Cada cosa que este hombre escribió no tiene desperdicio como cuando decía con optimismo “y si resulta que hay una simple ley última que explique todo, así sea, eso sería muy bonito de descubrir” (2017, 30). 

Es impresionante la riqueza de conocimientos de quienes cruzaron puentes en busca de aprendizajes innovadores. A partir de los datos disponibles, el neurocientífico Roger Schank diseñó hace más de quince años un modelo cerebral desde las moléculas hasta la construcción de las redes complejas que le permitió enseñarles a las máquinas a pensar. 

Es un dato de cómo se hizo el camino de la inteligencia artificial y es cuando vale responder la pregunta poco usual ¿Quiénes les enseñaron a pensar las máquinas acaso no tenían que dominar el requisito de saber cómo piensan los humanos? No solo tenían que saber en el sentido literal sino dominar los intricados mecanismos neuronales. Este es un ejemplo que cubre un aspecto del proceso enigmático para el no avisado enseñante. 

Entonces urge preguntarse si ya se tiene adelantos desde la bilogía, la neurociencia y las interdisciplinas como la bioquímica. ¿Qué está ocurriendo en este proceso que ha lentificado su tránsito a la cultura general? Una primera hipótesis plausible radica en que la divulgación científica ha sufrido un retraso en el manejo de los recursos para poner a disposición de los lectores aquellos logros tan importantes que sirvan de input al aprendizaje creativo y promotor ligado al interés, a las emocione y las prácticas. Todos recordarán al genial Asimov y su inmenso talento para escribir y divulgar las ideas científicas como disparos directos al cerebro. 

Cuando se suele decir “que los niños no aprenden” omitimos precondiciones, requisitos y protocolos elementales como el entender cuáles son sus centros de interés, qué los mueve y qué les emociona. Quizá el ignorar por comodidad y conveniencia el aburrimiento que les causa una hora de escuchar palabras que odia el auditorio es algo que nadie quiere admitir. 

Hay algo que está allí, pero de tanto repetirlo se mecaniza. Sin duda que la memoria es importante no como almacén sino internalización activa de conceptos, habilidades y prácticas. Lo cual no es de ningún modo un “relato” sino es un quehacer profundo de conexiones y de redes que tiene el carácter de funcionalidad y productividad matizadas con prácticas no compulsivas sino graduadas y especiadas. Es esto hace que el aprendizaje nos lleve un concepto para alzar vuelo imaginativo y pensar a través de teorías fecundas.

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Esta es una columna
El análisis y las expresiones vertidas son propias de su autor/a y no necesariamente reflejan el punto de vista de EL PERFIL
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Colaborador de EL PERFIL
Profesor en Filosofía y Ciencias Sociales. Magíster en Docencia Universitaria y Doctor en Ciencias de la Educación. Ha editado más de 400 títulos.