De otrora un partido con arraigo popular a través de las más viles maniobras, aprovechando la histórica ausencia del Estado, la raigambre autoritaria a la que parece que cada cierto tiempo somos favoritos, un asistencialismo comprador de miserias y lo natural que resulta la corrupción en nuestra vida social, en donde lo que se genera es una suerte de ambición por ser aquello que lo pudre todo, y en donde lo doméstico se traspapela al ámbito público, en donde terminan rigiendo lazos de familiaridad que se convierten en el núcleo duro de la corrupción; el fujimorismo ha ido hundiéndose más en su halo mafioso, casi imposible de esconder o disimular a estas alturas.
El fujimorismo no solo representa lo más vil de la política, sino que constantemente somete a la población a movilizarse en contra de sus estrategias para beneficiar a los intereses empresariales con el fin de llenarse ellos y sus amigos los bolsillos, a costa de la salud pública de la población, por encima de los derechos laborales de los jóvenes, colocando en la precariedad la vida de lesbianas, gais, trans y bisexuales, y condenando a la muerte a miles de mujeres que se someten a abortos clandestinos.
El fujimorismo representa todo aquello que nos atrasa como país, y lo comprobamos día tras día con sus actuaciones en el Congreso, en donde la perfidia y la deshonestidad son su marca. Una de la que ya no pueden despegarse ni los congresistas que parecen "menos mafiosos" dentro de ellos. Al final, a todos los mueve los mismos intereses, pero frente a Becerriles y Tubinos, la competencia se les hace demasiado alta. Es más, son los únicos, luego de Mulder, que aparecen mencionados en los famosos audios de la corrupción, encadenados a fuertes relaciones con jueces que hacían y deshacían en el Poder Judicial a favor de ellos.
Es evidente el descalabro del fujimorismo en estos últimos meses, sobre todo en el obstruccionismo al referéndum, que cuando se anunció generó una ola de popularidad sin precedentes para el presidente Martín Vizcarra, quien subió notablemente su aprobación en las encuestas, lo que evidenciaba que la población tiene una fuerte carga de frustración y rabia hacia un espacio oficializado para una representación ausente: el Congreso de la República.
Ahora, con el ultimátum de la cuestión de confianza, luego de meses de dilatar sus posibilidades, el fujimorismo tuvo que asumir sin arrogancia y con muy mala leche que su papel político y su estabilidad laboral estaban en la cuerda floja, y tuvieron que demostrar a la población que trabajaban, por fin.
Apurados en aprobar y desvirtuar todo lo que tenían frente a ellos, no les quedó otra que votar a favor de la cuestión de confianza, a regañadientes y mostrándose muy preocupados, mientras la calle grita cada día más fuerte que cierren el Congreso.
Irresponsables, mediocres, mafiosos y corruptos, el fujimorismo deja una estela de indignidad en donde pone las manos, pero ya se le está acabando la suerte.