El futbolista argentino Hernán Barcos cumplió 39 años el 11 de abril y sigue brillando y haciendo goles a favor de Alianza Lima de tal manera que se ha convertido en un ídolo indiscutible del club de La Victoria.
Le está pasando a Barcos lo mismo que a nuestro querido capitán Paolo Guerrero, quien es mayor por tres meses que el argentino, y es la pieza clave en el ataque de su equipo ecuatoriano y esperanza de nuestra selección.
Barcos y Guerrero evidencian que a cierta edad el cuerpo ya no es el mismo para enfrentar los extenuantes partidos profesionales de fútbol; pero saben que con disciplina y esfuerzo se pueden lograr grandes cosas. Los dos comen bien, duermen bien, entrenan con profesionalismo y, sobre todo, han llegado a la madurez de concentrarse en las cuestiones importantes de la vida.
Barcos incluso realiza acciones de caridad porque le sale del corazón. Es generoso con el prójimo. Ayuda. Guerrero seguramente también hace mucho por su familia, amigos, y apoya a niños como lo apoyaron a él. Hay madurez emocional en los dos y eso hay que aplaudir.
En cambio, Christian Alberto Cueva Bravo está perdido. Una de las causas de su ocaso prematuro es que se junta con gente que no vale la pena. Borrachos como él. No le ayudan, sino le empujan a la ruta equivocada. Pero el único responsable es Cueva. No reflexiona.
Ya no frecuenta al entrenador José Neyra, no estudia, no escucha y sigue en la tontera adolescente de buscar diversión para salir de sus problemas. Estoy casi seguro de que él está pensando emborracharse, perderse el 23 de noviembre cuando cumpla apenas 32 años. Pero dejemos a Cueva y aplaudamos a Barcos y Guerrero. Grandes.