Cuando todo esto acabe, iremos por el café que quedó pendiente. Cuando todo esto acabe, te daré el abrazo de cumpleaños que no pude. Cuando todo esto acabe, te dejaré las flores más bonitas y te despediré como lo merecías. Cuando todo esto acabe, los niños volverán a llenar de alegría los parques. Cuando todo esto acabe, volverán los almuerzos familiares. Cuando todo esto acabe volveremos a cruzarnos por los pasillos de la universidad o de la escuela. Cuando todo esto acabe: luces, cámara, ¡acción! La obra habrá comenzado para el público expectante. Cuando todo esto acabe, las noches volverán a tener vida y la música y el baile no faltarán. Cuando todo esto acabe, tomaré el primer bus o avión, camino a la aventura. Cuando todo esto acabe.
Cuando creíamos que solo la tecnología había cambiado la manera de comunicarnos, surge un virus, desata una pandemia y de pronto todo cambia en nuestras relaciones humanas. No estaremos a menos de un metro de distancia del otro, saludaremos con un gesto porque no estrecharemos las manos, ni mucho menos nos daremos un beso en la mejilla, y con suerte, para poder conversar, tendremos que usar la incómoda mascarilla y hablar un poquito más fuerte porque no se logra escuchar a esa distancia. Eso, si es que no nos conformamos con una plática por Zoom o videollamadas desde la comodidad de cualquier parte de la casa, porque, claro, no podemos salir.
“Cuando todo esto acabe” nos repetimos imaginando un futuro sin pandemia ni coronavirus. Desde aquel 15 de marzo del 2020, el aislamiento social obligatorio se ha convertido en una nueva forma de vida para los peruanos; fechas antes o después para el resto del mundo. El virus surgido en Wuhan, en China, sigue arrasando a nivel mundial y se ha llevado a muchos de los nuestros, para ser más específicos: hasta el martes 23 de febrero, han fallecido dos millones 474 mil 437 personas desde el anuncio oficial de la Organización Mundial de la Salud sobre la aparición de la enfermedad en el país asiático en diciembre de 2019.
Cuando todo esto acabe, volveremos a sentir la brisa del mar y valoraremos, por un instante, lo buena que es la naturaleza a pesar de destruirla. Cuando todo esto acabe, volverán las risas y charlas entre mujeres en los salones de belleza: “mi hija ya se va a graduar”, “mi hijo está trabajando en esta empresa, le va muy bien”, se escuchará mientras se hacen la manicure o cambian el estilo y forma de su cabello. Cuando todo esto acabe, los restaurantes volverán a llenarse de sabor y compañía, disfrutaremos ese delicioso plato en familia o entre amigos, mientras destapamos una Inca Kola heladita.
La COVID-19 no es la única enfermedad contra la que luchamos. El ser humano, social por naturaleza, como lo predicaba Aristóteles, está siendo limitado en su misma condición natural. Estamos siendo sometidos a un aislamiento y a la no interacción con otros seres para preservar nuestra existencia. La cuarentena obligatoria ha significado un cambio radical en nuestras vidas y ha afectado directamente a la salud mental. Solo en el Perú, entre el mes de marzo y octubre del 2020, el Sistema Nacional de Defunciones (Sinadef) reportó 432 suicidios, de los cuales, 70 fueron de menores de 18 años, a causa de depresión y ansiedad originadas por el fallecimiento de un ser querido a causa del virus, la separación física de un familiar infectado, la angustia por la pérdida de trabajo y una situación económica dejada a la suerte, entre otras.
Si la primera cuarentena del año pasado, más estricta que la de ahora, nos llevó a incursionar en la cocina, la música, el cine, el ejercicio físico y desarrolló las habilidades de negociante y emprendedor que creíamos ocultas o inexistentes, esta segunda cuarentena nos ha encasillado en dos maneras de pensar totalmente opuestas: no servirá de nada o seguiré cuidándome. Curioso es, que cuando el presidente Francisco Sagasti nos anunció el segundo periodo de aislamiento social obligatorio aquel 26 de enero, nuestro miedo y “angustia colectiva” nos llevó a repetir los mismos errores: largas colas en los supermercados para abastecernos de alimentos y aglomeración para la compra de papel higiénico.
Cuando todo esto acabe, volverán los días de ferias, fines de semana en familia yendo a ver qué cosas curiosas hay para comprar. Cuando todo esto acabe, los músicos de la calle entonarán melodías en los buses o en las esquinas de las principales avenidas. Cuando todo esto acabe, saldremos por ese partido de fútbol que quedó pendiente en la canchita del barrio. Cuando todo esto acabe, los estadios volverán a sentir la pasión de los fanáticos que, a una sola voz, dejan suspiros por sus equipos de toda la vida. Cuando todo esto acabe, cantaremos juntos en el concierto de nuestro artista favorito.
“La gente no aprende”, “En lugar de hacer colas deberían comprar a las bodegas”, “Como si el papel higiénico nos fuera a salvar del virus”, “En este país o me muero por el virus o me muero de hambre” son algunas de las frases vistas en redes sociales cuando los grandes medios de comunicación comenzaron a dar aviso de la situación.
Se nos acabaron las ideas para sobrevivir a tiempos de pandemia. El arte sigue siendo ayuda y refugio para muchos. Y el Gobierno, en sus pocos aciertos, también: a cuatro días de anunciada la segunda cuarentena, transfirió 70 millones de soles a diversas regiones del Perú con el objetivo de fortalecer los servicios de salud mental. Además, 15 días después, el 10 de febrero, Perú declaraba la salud mental como necesidad e interés nacional mediante la Ley 31123.
Cuando todo esto acabe, danzaremos con trajes típicos multicolores haciendo honor a nuestra riqueza cultural. Cuando todo esto acabe, volverá el sentimiento de orgullo que inunda de patriotismo los desfiles cada 28 de julio. Cuando todo esto acabe, la tradición y nuestra historia nos devolverán la alegría en los carnavales peruanos. Cuando todo esto acabe, con esperanza, elegiremos a gobernantes que sí nos representen, que en la crisis no nos den la espalda; y la corrupción dejará de ser el rostro viejo y deformado de nuestro país.
Pero sin duda, cuando todo esto acabe, el virus dejará de llevarse a los nuestros; cuando todo esto acabe, no perderemos más héroes de bata blanca que pusieron el hombro por su país y le dieron lucha al virus. Cuando todo esto acabe, al menos, no tendremos que comprar el aire que respiramos.