En 2014, la epidemia del ébola se volvió una amenaza letal del continente africano. El brote de este virus se había originado en Guinea y se iba expandiendo hacia los territorios vecinos de Sierra Leona y Liberia.
Sin embargo, esto se remonta al año 1976. La aparición de un virus en la República Democrática del Congo (RDC) que provenía de animales como los murciélagos de frutas y que, además, contagiaba a los monos, se convirtió en la enfermedad que cobraría más de 1 500 muertes en África Occidental. Esta enfermedad fue llamada así por los primeros casos que surgieron cerca al río del mismo nombre.
Después de dos años, el 14 de enero del 2016, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el fin del brote del ébola y el rompimiento de las cadenas de transmisión conocidas.
A pesar de la vigilancia a los tres países afectados (Guinea, Sierra Leona y Liberia), la OMS no descartaba nuevos casos. Es así como, el 23 de enero del presente año, el ébola resurgió en la RDC, con un total de 3 416 casos de infectados, de los cuales 2 238 fallecieron.
Ahora, África tiene un nuevo reto: lidiar contra el COVID-19. El continente más pobre del mundo carga con una epidemia y una pandemia sobre sus hombros. Su precaria salud pública, la falta de acceso a necesidades básicas como el agua para lavarse las manos, la hambruna que cada vez toma más fuerza, la carencia de un hogar donde vivir y los conflictos bélicos que aún resuenan en algunos países africanos, son debilidades de las que el nuevo virus está tomando ventaja.
Sudáfrica, como el país más industrializado en el continente, es uno de los más desiguales e informales en el mundo. El coronavirus está avanzando y ya ha cobrado más de 1 100 fallecidos y 22 800 infectados.
Las medidas tomadas por los gobernantes africanos con mucha anticipación, como cierre de aeropuertos, puertos y escuelas, a diferencia de otros continentes justifican ser el menos contagiado, pero el resurgimiento del ébola intensifica la situación.
No todos los países de África están en confinamiento, algunos de sus gobernantes han obligado a la población al asilamiento. Sin embargo, otros están levantando restricciones debido a sus creencias religiosas que priman en el estado. Y aunque, la mayoría de la población africana, sean jóvenes, la vulnerabilidad en los campos de refugiados, mayormente conformados por niños, adolescentes y mujeres embarazadas, quienes tienen un pobre sistema inmunológico haría que el coronavirus desate una catástrofe total.