El antropólogo francés Lévy- Strauss decía: “La primera reacción espontánea contra el extranjero es imaginarlo inferior, ya que es diferente de nosotros, no es ni siquiera un hombre o, si lo es, es un bárbaro inferior; si no habla nuestra lengua es que no habla ninguna, como lo pensaba Colón.”
Es así que los eslavos de Europa designan sus vecinos alemanes como nemec, el mudo; los mayas de Yucatán llamaban a los invasores toltecas, los nunob, los mudos. Los aztecas, por su parte, denominaban nonohualca, los mudos, a la gente del sur de Veracruz, y tenime bárbaros o popoloca, salvajes, a quienes no hablaban la lengua náhuatl. Compartían el desprecio de todos los pueblos por sus vecinos, juzgando que los más alejados, cultural o geográficamente, no son ni siquiera aptos para ser sacrificados y consumidos.
Para vastas fracciones de la especie humana y durante decenas de milenios la humanidad cesaba en las fronteras de la tribu, del grupo lingüístico y, a veces, de la aldea. Y es así, continúa Lévy-Strauss, que se les denomina “malos”, “monos de tierra”, “huevos de piojo”, llegando a privar al extranjero de este último grado de realidad, haciendo de él un “fantasma” o una “aparición”. (Notas del libro, “Galaxias Interculturales. Mundos para armar, de Silvia T. de Costanzo y Linda. Wacker-Vignac, publicado por Santillana). Doy estos datos porque muchos preguntan sobre mis fuentes de información y cada día estoy más convencido que la superficialidad en la información es una usina de prejuicios y que estos constituyen una barrera, a veces insalvable, en el mejoramiento de las relaciones humanas y en la comprensión y el respeto por las diferencias culturales.
La ocasión de compartir con quien es, al menos en apariencia o costumbres, distinto a nosotros, es un desafío a movilizar nuestras neuronas y a poner en marcha el poderoso aparato empático que, sin que estemos muy enterados, gobierna desde nuestro cerebro algunas de nuestras decisiones más acertadas y gobernaría el resto si los prejuicios difundidos por la mala prensa, no interfirieran en su diseño original, destinado a lograr que todas las formas de vida existentes convivan en armonía. Dice la ciencia moderna: “La capacidad de tener en cuenta los sentimientos de los demás con actitud compasiva tiene su origen en la sensación del niño de haber sido amado y cuidado por ser como es.” Ello lleva a una sensación de conexión con la humanidad y desarrolla la empatía, que es sentir lo que el otro siente.