Este siglo que transitamos comenzó con el impacto y la constatación de grandes cambios y su inusitada aceleración. El desconcierto y la confusión inicial no ha dado tiempo para ordenar e integrar las ideas y las proposiciones científicas en todos los campos. A esta falta de orden se agregan las enormes dimensiones de datos que exceden a la capacidad individual dejando la labor a las organizaciones de investigación de los que carecemos. El hecho constatable es que vivimos en un nuevo entorno difícil de cuantificar, medir, prever y, en consecuencia, controlar, los que a su vez ponen al descubierto nuestras falencias.
Lo anterior ha obligado a buscar estrategias como la multidisciplinariedad y la interdisciplina que se sitúan cada vez más como alternativa adecuada para abordar cuestiones complejas y de mayores alcances. Un ejemplo siempre es pertinente cuando es necesario como el que se propone Edwar Wilson para responder a la cuestión “¿Cuál fue la fuerza que nos creó? y ¿Qué fue exactamente lo que reemplazó a los dioses?” en Génesis (2020), hace énfasis en el trabajo conjunto de investigadores de cinco disciplinas “paleontología, antropología, psicología, biología evolutiva y neurociencias” para explicar tan cruciales cuestiones. Investigó con hondura hasta el final de su fecunda vida. Falleció en diciembre de 2021.
Los libros de 800 páginas que circulan como tremendos adobes pesados e indigestos ¿puede alguien creer que fueron pensados y procesados al menos por quienes son sus “autores”? Cuando nos ponemos a pensar solamente en las dos páginas que cambiaron el mundo escritas por Watson y Crick sobre el ADN en 1953, es simplemente apabullante. Nos obliga a pensar, cómo no, sobre lo que está ocurriendo en nuestro entorno conectado con la política, la economía, la cultura y el derecho. Un entramado de corrupción.
La velocidad ha llevado a otro error común no menos pernicioso. El de confundir la computadora con los algoritmos y la inteligencia artificial que no se pueden despachar alegremente especulando en su utilidad para detectar el desempleo.
En primer lugar, apenas ha comenzado la Inteligencia Artificial (IA) que no es tan solo “combinación de algoritmos” ni los problemas de desigualdad se resolverán con ella (la IA). En un país que carece de redes eléctricas, computadoras conectadas en redes universitarias, profesores afianzados en este apoyo y vigorosa formación matemática y lógica, divulgar y explicar con mesura es una necesidad que exige ponderación.
Es bueno distinguir el software principal del sistema informático encargado de gestionar el hardware que es una “estructura física” movido por el sistema operativo que es un metaprograma y un programa que soporta otros, como afirma el divulgador Mario Alonso Puig en Resetea tu mente (2021). Mientras tanto, el desempleo es una realidad que se constata diariamente.
Estamos literalmente nadando en datos, datos y más datos. Es tanta la cantidad y la variedad que han conducido a la crear unidades de almacenamiento. Se le llama Big Data, “datos masivos” o “datos a gran escala”. Caracterizada por su volumen, variedad y velocidad. Los censores e internet de las cosas están dando lugar a datos espectaculares. Todos los días se crean y almacenan datos y se cuantifican en unidades de medida que va desde el Bit (un dígito binario 0 o 1) que lleva otro mayor el Yottabyte (Yb) que equivale a 1,000 zettabytes. Y en expresiones de la profesora Dawn E. Holmes en su estupendo libro Biga Data (2018) el “gran volumen de datos que se genera en el mundo no deja de crecer, … Big Data es poder. Su poder para hacer el bien es enorme. De nosotros depende su utilización indebida”. Estamos advertidos.
Tenemos al frente un reto sin saberlo. El impresionante desarrollo de la matemática y en este punto los algoritmos ocupan tanto espacio en el diálogo muchas veces sin conocer su naturaleza y su uso. Todo cae bajo su dominio, no solo solo en mecánica sino en psicología y nos endilgan el camelo de la santísima neutralidad ¿es así?
En principio es un procedimiento mecánico que no falla en la solución de problemas directos. Cuando algunos psicólogos dicen que los procesos mentales son algorítmicos como los de la computadora, se sugiere de inmediato que piensa como un humano. Es apenas un tema de café.
Pero este canto de sirena encuentra poderoso reparo en los argumentos de Mario Bunge esgrimidos en su libro A la caza de la realidad (2007). Los algoritmos son reglas artificiales para realizar cómputos con símbolos, por lo que no son procesos naturales y legales y toda especulación se aclara con la exigencia de recorrer la escalera “de la molécula al cerebro y el entorno, y bajar otra vez. Sin conocimiento del mecanismo no hay comprensión ni control”. Es pues importante no olvidar la relación entre la realidad y las reglas usadas en el proceso de conexiones de las neuronas como sugieren recientemente Sigman y Bilinkis en el muy difundido y actualísimo Artificial (2023). A este respecto es importante mencionar el negocio recientísimo de Elon Musk y su famoso Chip instalado en el cerebro.