El 6 de marzo de este año, el Gobierno confirmó el primer contagiado de coronavirus en el Perú. Desde entonces muchas intenciones de evitar muertos por el ataque del bicho maldito se han esfumado.
Estamos en la fecha más dramática de los estragos de la pandemia. La revista “Hildebrandt en sus trece” informa que, cada hora, mueren 22 por el virus en estas tierras del infortunio y que, según el Sistema Nacional Informático de Defunciones (Sinadef), hasta ahora han fallecido 58, 101 contagiados.
Somos el segundo país con mayor tasa de mortalidad en el mundo con 78 fallecidos por cada 100 mil habitantes. Solo nos gana Bélgica, con 86 muertos por cada 100 mil. Esto hace una combinación fatal con la cifra de la pobreza de casi 7 millones de empleos fenecidos.
El Gobierno, en lugar de decir la verdad y poner sobre la mesa nuestra realidad y desde ahí pelear y resistir, calla, esconde, dibuja, juega con las vacunas.
Antes que llegara abril parecía que Vizcarra tomaba las decisiones en Palacio de Gobierno. Ahora parece que mandara la ministra de Economía cuya labor constante es decir sí a todo a la Confiep.
En estas horas dramáticas del Perú, en estas peores horas de nuestro país, en este momento en que miles lloran en velorios sin abrazos, no queda otra cosa que resistir. Resistir porque, a pesar de todo, la vida es y seguirá siendo hermosa.
Siempre es bueno escuchar a los sabios. Uno de ellos lanzó hace algunos años dos palabras como báculos para tiempos como estos: Optimismo y lucha.