Estamos perdiendo el tren de la historia debido a nuestro retraso educativo y deterioro político irreversible. Hace tres décadas íbamos delante de Colombia, que ahora nos lleva décadas de adelanto. Un botón basta de muestra: ellos publican en revistas indexadas mil artículos por año sobre tecnología de la información y la comunicación (TIC), a diferencia del Perú que apenas llega a 118. Igual nos ocurre con respecto a nuestros demás vecinos.
Mientras tanto aquí seguimos culpando solo a las limitaciones de presupuesto y nos hacemos de la vista gorda con la incompetencia y la desidia académica. ¿Se necesita mucha inversión para aprender y enseñar, física teórica, algoritmos, big data, lógica? Los recursos financieros y de infraestructura física y de tecnología son necesarios, pero hay también urgente necesidad de dar un norte claro a la educación, a la investigación y a la generación, conservación y distribución del conocimiento. No existe mayor atentado contra la investigación, competencia profesional y la autoformación que el bachillerato automático.
Hay que empezar por el principio. La columna vertebral de la argumentación, esto es la deducción o el método deductivo, fue inventada hace dos mil quinientos años por los geniales griegos, quienes también inventaron, entre otros portentos, el principio de la no contradicción, que es la base de la racionalidad. Deducción y no contradicción son los fundamentos del conocimiento e innovaciones de la ciencia moderna y actual. Hoy, en nuestro tiempo, hay verdaderos prodigios como Alan Turing, Claude Shannon, Howard Aiken, John von Neumann, Bill Gates, Steve Jobs, Steve Wozniak y otros referentes, cuyos aportes condujeron a la inteligencia artificial (IA) y robótica, presentes en todas las áreas de nuestras vidas, desde la economía, política, arte, cultura, ciencia, filosofía y hasta en nuestra cosmovisión y cotidianidad.
Perú a la zaga
El mundo ha pasado de la tecnología electrónica a la tecnología digital. Las especialidades se multiplican al tiempo que se integran y con inusitado ímpetu surgen nuevas áreas como biología informática, psicología robótica, neuroeducación, etcétera. El viejo profesor Peter Drucker (1994) decía hace tres décadas que el valor económico básico no serán los recursos naturales sino el “conocimiento” −del que hoy carecemos− y la información −que se nos escapa−. ¿Tenemos un lugar en la avanzada de este mundo de cambios vertiginosos y constantes? La respuesta es ingrata: no; vamos a la zaga.
Byung-Chul Han sostiene que “[L]os medios digitales hacen posible el dominio de la información, [y que] las ondas y los medios digitales de masas pierden importancia. Lo decisivo para obtener el poder es ahora la posesión de la información” porque estamos viviendo en el “capitalismo de la información” donde la paradoja de la libertad y la transparencia nos conduce a la “dominación despiadada de la información”. Ergo, la culminación de los estudios superiores con el bachillerato automático genera un agujero negro por donde desaparecen la lectura sistémica, el pensamiento ordenado y la elaboración de un trabajo siguiendo pautas elementales para ordenar el cerebro, y sin estos elementos ¡es imposible organizar el aparato cognitivo y sensorial! Estamos matando la posibilidad de vivir creativamente e innovar nuestras vidas y nuestro entorno.
Crítica y creatividades ausentes
No es verdad que todo tiempo pasado fue mejor, pero hay referentes valiosos como los maestros sanmarquinos José Antonio Russo, Francisco Miró Quesada Cantuarias, Luis Felipe Alarco, Víctor Li Carrillo y Augusto Salazar Bondy, quienes valoraban la crítica, el diálogo y el debate. Allí están allí sus obras para volver a ellos y superar la alienación. Leerlos puede ser el punto de partida para pensar con rigor. Salazar decía que la crítica “no se compadece con la ambigüedad, la vaguedad, la rigidez o la oscuridad del lenguaje”. Los escritos y obras de estos maestros hacen empalidecer a muchas publicaciones actuales.
¿Por qué es importante la crítica? Porque es el fermento de la creatividad. Es el cuestionamiento de todo lo que a primera vista parece convincente y verdadero. No es una postura, sino obligación y compromiso con la verdad. Es efectiva arma contra el ‘papanatismo’ intelectual de nuestro medio, que se encandila con frases ingeniosas y hasta graciosas y pintorescas como “¿en qué momento se jodió el Perú?”, salida de la ficción de un ingenioso escritor nuestro, repetida hasta el cansancio desde 1969 (cuando apareció en una novela) como si fuera un cuestionamiento sociológico o histórico cuando en realidad se trata de un recurso narrativo de un personaje de ficción. Si de verdad nos interesa nuestro país, nuestra viabilidad histórica, nuestra situación actual, allí están las preguntas que dejaron Matos Mar, Quijano, Basadre, Araníbar. Invoco especialmente a los estudiantes a ensayar respuestas a partir de la reflexión sistemática sobre la base de la ciencia, la investigación y el conocimiento.
A los jóvenes invoco a conducirse con pensamiento crítico y actitud de duda hasta de las expresiones de quienes aparecen como autoridades en ciertas materias o áreas, como podría ser el caso del abogado César Azabache, quien respecto a las alternativas para encontrar una salida legal sobre cómo vacar del cargo al presidente Castillo sostiene con entusiasmo que es “Imposible pasar por alto el giro copernicano que ha representado entre nosotros pasar de un sistema que protegió enérgicamente las inmunidades del presidente a uno que admite sin mayor discusión que se le investigue como posible responsable de cualquier delito mientras ejerce el cargo” (La República, 10.7.22). Afirmación desacertada, que trastoca la analogía y altera el sentido en que se usa la expresión “giro copernicano”, que constituye un vuelco radical del pensamiento cuya evidencia es palmaria para el razonamiento común, y es una revolución o un cambio de paradigma que en un instante nos hace pensar de otro modo. Los cambios no pueden concebirse dentro de la estructura conceptual criticada, sino en otro modo de pensar como el que “nos lo proporciona la transición de la astronomía ptolomeica a la copernicana”, para usar la descripción del propio Tomas Kuhn. “Cambios de esta clase no fueron simplemente correcciones de errores individuales englobados en el sistema ptolomeico”, dice Kuhn. Entonces es legítima la pregunta siguiente: ¿el señor Azabache tiene intereses personales o es que el reputado abogado carece de criterios epistémicos usuales en derecho?
El giro copernicano o cambio de paradigmas es un asunto de enorme calado y resulta imposible compararlo con arreglos forzados de tipo legal dentro de un mismo sistema conceptual. Al exjuez y profesor universitario Luigi Ferrajoli le tomó más de cuarenta años de estudio e investigación, bajo la influencia de sus maestros Norberto Bobbio y de Hans Kelsen, para formular una teoría de derecho que se denomina garantismo, que es un paradigma consistente en la constitucionalización de los derechos fundamentales como el derecho a la vida, a la salud, a la educación y la libertad. Para darle sustento a su teoría propone una epistemología y una lógica consistente (2008), y no se tomó a pie juntillas las influencias y aportes de sus maestros. Esta actitud le permitió identificar diez aporías o contradicciones relevantes en la teoría de Kelsen (2017). Hoy está abierta la polémica muy fecunda sobre el paradigma garantista.