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Este artículo es de hace 7 años

¿Existe una cultura de los refranes?

OPINIÓN | "¿Existe una cultura de los refranes?", por Guillermo Giacosa.
Guillermo Giacosa

Los refranes eran cosa seria durante mi infancia. Los tomaba al pie de la letra y para mi hablar en balde era hablarle a un balde y después cargar con las palabras hasta el sitio donde fueran necesarias. Nadie imagina cuánto me costó comprender la mecánica de este fenómeno y como la vergüenza de no saberlo me impedía preguntar.

Todos decían que fulano “hablaba en balde”, y todos, menos yo, parecían saber de qué se trataba. Otros decían Fulano está “haciendo de las suyas”, y yo me preguntaba ¿Si él hace de las suyas, yo hago de las mías? ¿Qué son las mías? ¿Mis juguetes, mis revistas, mis lápices de colores? Y ahí sentía que todo en el universo estaba sometido a un permanente escrutinio por parte de los adultos.

Me parecía injusto que alguien, como dijo mi padre, metiera en casillas a su hijo. Mi viejo, que era un pan de bueno, se solazaba porque un amigo suyo había metido a su hijo menor en una casilla. Imaginaba al pobre niño en un casillero del vestuario deportivo. Cuánto tiempo lo dejaría y por qué lo había encerrado era un misterio. Mi incipiente claustrofobia rechazaba esta solución bárbara, pero, una vez más, el orgullo de no mostrar mi ignorancia vencía mi curiosidad.

“De tal palo, tal astilla” esa sí que era absurda. Pregunté qué era una astilla y ahí pude confirmar que los adultos eran realmente incoherentes. Si cada palo tiene sus astillas propias qué necesidad hay de andar diciéndolo como si se tratase de una gran verdad.

Al principio creía que “Talpalo talastilla” era un lugar y que las personas mencionadas eran oriundas de dicho sitio. Había muchos entre los amigos de mi familia y me asombraba que mucha gente que yo creía nacida en Rosario fuera de “Talpalo talastilla”.

Un día pregunté: ¿Mateo es de Talpalo? Como me quedé en “Talpalo” nadie se dio cuenta y mi orgullo salió invicto. Había, sin embargo, una afirmación de estos mismos adultos que alentaba mis esperanzas. Era estimulante pensar que aún me faltaba descubrir lo mejor.

La frase en cuestión era: “Ya vas a ver lo que es bueno” o “Cuando seas grande vas a ver lo que es bueno”. En medio de tanta estupidez saber que luego vería lo que es bueno me alentó a seguir adelante. La más negativa de las frases, lo supe luego, fue la única que interpreté positivamente. Ahora, pasados los años, confieso que, hasta el presente, he visto de todo pero lo bueno bueno que me prometieron de niño aún está por llegar. Eso espero al menos.

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Esta es una columna
El análisis y las expresiones vertidas son propias de su autor/a y no necesariamente reflejan el punto de vista de EL PERFIL
Rosario, Argentina (1942). Ha trabajado más de 30 años en distintos medios de comunicación de Argentina y Perú. Ha sido asesor del director general de la Organización de las Naciones Unidas (UNESCO) en temas de juventud y ha asistido a proyectos en África, Europa y América Latina. Ha publicado los libros Jugar a vivir (2005) y Sábados en familia (2008). Recibió el Premio Peter Berenson de Amnistía Internacional por su defensa a los Derechos Humanos.