La única forma que Martín Vizcarra, el presidente de la República, reforme el Estado es que cierre el Congreso. La única manera que pueda luchar contra la corrupción de los Cuellos Blancos, es que, por la vía constitucional, saque de sus puestos a esos congresistas marcados con la K del Kaos y la C de Chávarry.
Ayer, en su mensaje presidencial, el mandatario dio el primer paso. Les dijo a los secuaces de la Señora K empernados en el Congreso que se pongan a trabajar en todas las reformas que ofreció en el mensaje del 28 de julio –son 4 ¡solo van tratando una!–, o se proyecta para mandarlos a sus casas sin sueldos y gollerías.
Y es que la situación amerita. Los ciudadanos nos vemos sorprendidos cada día por los insoportables floros de Úrsula Letona –un atentado a cualquier coeficiente intelectual–, con Daniel Salaverry, Héctor Becerril, Luz Salgado, y otros personajes oscuros que tratan de frenar y alargar las reformas que necesitamos todos los peruanos. No es posible, por ejemplo, que el Congreso, que defiende a la red criminal los Cuellos Blancos, intente nombrar a las cabezas del Jurado Nacional de Elecciones, entre otras instituciones.
Eso es un golpe contra el presidente Martín Vizcarra, pero es más grave, es atentar contra las futuras elecciones presidenciales, es dejar el camino allanado para que la Señora K sea elegida presidenta, y no precisamente por tener mayoría, sino por una mano peluda y viscosa. Tampoco nos dejemos.
Sigamos saliendo a protestar en las calles. Por ejemplo, y lo comentamos en esta columna malapalabrera hace un par de días, fue un desatino que Salaverry deje para después de tres años, la reforma política donde, curiosamente, se iba a tratar la reelección de los congresistas.
El presidente ha dejado en claro la cuestión de confianza por la vía constitucional.
No hay escape para la Señora K. Está atrapada en su laberinto malhechor. Seguirá planeando con su Fiscal de la Nación los próximos pasos. De repente manda otras legiones evangelistas, o mezcla el fútbol con las balas.