Hace unos días, circuló en redes sociales un llamativo anuncio sobre la realización del Perú Capital Markets, Banking and Finance, una reunión que –aseguran sus promotores– busca impulsar el financiamiento para la reactivación económica del país. Lo llamativo del aviso era que, en el listado de panelistas, no había una sola mujer. Después del revuelo que originó la convocatoria, con memes incluidos, el anuncio reapareció y esta vez ya incluía a algunas mujeres; sin embargo, se ‘esfumaron’ varios auspiciadores.
Valgan verdades: hasta en los círculos de profesionales, graduados y doctorados, los elogios para las mujeres que los integran suelen ser “¡Qué guapa!”, “Regia”, “Espectacular”, “Bella”. Pero muy pocos se refieren a las mujeres con adjetivos no sexistas.
En un mercado de Lima Norte, un hombre, orgulloso, le contaba a otro que compraría una lavadora para su esposa. Y el interlocutor respondía: “¿Para qué vas a gastar tanto, hermano? Que siga lavando a mano, va a aumentar tu cuenta de luz y agua; no vale la pena”. El sexismo instalado como sentido común normaliza la exclusión de las mujeres por acción, con el disfraz de las buenas intenciones, y por omisión.
Situaciones como esta se repiten en el campo de las ciencias, las artes, el espectáculo, las letras, el hogar y la calle. Estructural e históricamente, el patriarcado fija las reglas de este juego de poder y exclusión, pese a que la población ya está equiparada: en el Perú, 50.8% de la población son mujeres, de acuerdo con cifras oficiales del INEI.
El Observatorio de Igualdad de Género de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) señala que el desarrollo sostenible depende de las mujeres porque “desempeñan un papel fundamental en la gestión, conservación, explotación y aprovechamiento de los recursos naturales como consumidoras y educadoras, a pesar de contar con serias limitaciones para su acceso y control”.
Por todo ello, y en aplicación del concepto de ‘discriminación positiva’, las listas de candidatos de partidos y movimientos políticos deben estar formadas con un tercio de mujeres. Pero nadie puede negar que a la mayoría de ellas las colocan solo por cumplir, de relleno, en los últimos lugares, sin opciones reales de ser elegidas.
Sin llegar a extremos perniciosos, es momento de que la mujer exija su lugar y que la sociedad y la clase política trabajen para que la alternancia sea una realidad en los procesos electorales.
Todos estamos embarcados en la lucha contra la corrupción pero, en paralelo, hace falta visibilizar otros temas de fondo. Para el 9 de diciembre está convocado el referéndum que consultará a la ciudadanía sobre la reforma del Consejo Nacional de la Magistratura, el financiamiento de los partidos, la no reelección de parlamentarios y la bicameralidad.
El Poder Ejecutivo había planteado un proyecto de ley donde la alternancia en las listas parlamentarias era requisito para la bicameralidad, condición que fue eliminada en el Congreso por la mayoría fujimorista y sus aliados apristas. Por ello, es vital que en esta última pregunta se marque un ‘No’ contundente. Estamos en campaña por el SI-SI-SI-NO.