La historia nos empuja a la fábula y el dinero al espanto. La última vez que Perú le pegó a la pelota en Alemania hace 82 años, en los Juegos Olímpicos de Berlín, el nazismo gobernaba, ‘Lolo’ Fernández y ‘Manguera’ Villanueva compartían ataque, y nos marchábamos por barco tras desacatar a la FIFA y ser eliminados por Walk Over por negarnos a repetir el partido ante Austria a puerta cerrada.
La última y única vez que enfrentamos a Alemania, en México ‘70, nos dirigía un brasileño y Teófilo Cubillas era un ‘Nene’ adorable y respetado. Caímos 3-1 en primera ronda.
Si nos plantamos en el presente, donde los jugadores son millonarios vestidos de corto, nos enteramos, por ejemplo, que la selección alemana cuesta 26.55 veces más que la selección peruana, según cálculos de la web Transfermarkt. Que ni siquiera André Carrillo y sus serpenteos con el balón alcanzan al más barato de los alemanes, el defensor Nico Schulz del Hoffenheim.
No tendríamos, entonces, chance alguna esta tarde, a la 1:45pm (hora peruana), en el Rhein Neckar Arena, en Sinsheim, una ciudad tan pequeña que toda su población cabe en su estadio (35 mil). Pero competimos. Lo demostramos ante Holanda. Eso no se discute, pero no por eso debemos conformarnos. La otra vez la prensa argentina dijo una gran verdad en medio de sus alaridos: jugamos lindo pero perdemos.
Sin ahondar en cuestiones estéticas, lo cierto es que la tenemos pero no controlamos. Somos una mala copia del ‘Tiki-Taka’ español. Y ya ven cómo le fue a la ‘Furia’ en Rusia 2018. Sin movimiento, la posesión es un espejismo porcentual. Entercado con Cueva a pesar de su intrascendencia, Gareca ha optado por dos variantes: la vuelta de Edison Flores, y el ingreso de Ruidíaz. Luego de ser eliminada por primera vez en fase de grupos en un mundial, Alemania avanza en su proceso de reconstrucción. Perú, en cambio, persigue la jerarquía. Ya salimos de la ruina. Toca profundizar y hacer daño. Sin fábulas ni espanto.