“…Cuando hace tiempo dejé tus lares entristecido, con la pena de los hijos que se van, hubo un límpido aguacero y una lluvia de luceros en mis ojos contemplando tu volcán… Hoy que regreso peregrino fatigado, con el corazón cansado de buscar felicidad, Arequipa soy feliz en tu regazo con el beso y el abrazo que me otorga tu bondad…”, reza la letra de la canción: El regreso de Los Dávalos y mientras avanza esta melodía, los latidos de mi corazón lo hacen al compás hasta provocar una inesperada taquicardia… y no es para menos, en este mes se celebra un aniversario más de la tierra que me vio nacer: ¡Arequipa!
Ya son 479 años de su fundación y con ellos hay un sin número de generaciones que nacieron y disfrutaron de cada una de las bondades de esta prodigiosa tierra. El verdor de sus campiñas amortiguó nuestros primeros pasos, la blancura del sillar cobijó el calor de nuestros hogares, las aguas del río Chili templaron nuestra fortaleza y la imponencia del Misti forjaron nuestro carácter.
Es cierto que la mayoría no somos del linaje de los tradicionales lonccos (primeros descendientes de los españoles que vivieron en la campiña o en el campo, de andar y hablar singulares por su carácter recio y elegante, según describe el Wikipedia), pero nos sentimos bien arequipeños porque amamos la tierra que nos vio nacer, aunque nuestra ascendencia sea de cualquier otra parte del Perú.
Y cómo no ‘sacar pecho’ por la variopinta gama de intelectuales que desde estas tierras aportaron con bien al país. ¿Cómo ser indiferentes ante la valiosa muestra artística que sus hijos prodigan a la humanidad? Sería inadmisible no reconocer que de sus campiñas crecen frutos de sabor envidiable que son ingredientes principales de los fantásticos potajes que ya recorren paladares a nivel internacional.
No somos orgullosos, solo damos cátedra de tener una buena dosis de amor propio, nada más. El Misti no tiene nada que ver con la convicción de decir las cosas tal y como son, no es tener mal carácter, no confundan. Y menos anden diciendo que se nos subió la nevada a la cabeza, cuando algún disparate hicieron y provocaron nuestro fastidio.
Y no nos miren raro cuando entonamos nuestro himno con gracia y garbo, que mientras otros aprendían a leer y a escribir con el clásico ‘Coquito’, nosotros lo hacíamos con estas estrofas: ‘Entonemos, entonemos, entonemos un himno de gloria, a la blanca, a la blanca, a la blanca y heroica ciudad. ¡Cuatro siglos forjaron su historia del baluarte de la libertad…!”
Solo quien ha dejado su terruño podría comprender la nostalgia que sentimos a millas de distancia cuando escuchamos el tintineante sonido del nombre de nuestro hogar. Aquel que cobijó nuestros años mozos, el que ahora baila desenfrenadamente en su cumpleaños y aquel que mañana abrazará el retorno de sus hijos. ¡Pronto volveré mi amada Arequipa, pronto nos volveremos a ver para estrecharnos en un abrazo hasta convertirnos en un solo ser!