Tendido en el lecho, Étienne de la Boétie se refleja en la muerte de la tarde. Él ha aprendido que los últimos días son más largos porque son más intensos. Étienne está pedido por la muerte; lo saben él, su esposa y un amigo que lo visita día a día antes de que la peste complete su labor en La Boétie.
Aquel amigo es un hombre menor que Étienne (este ya se despide de la vida apenas a los 33 años). Michel Eyquem de Montaigne ha visitado al moribundo para cerrar el primer lapso de amistad que los ha unido. Luego vendrán las lecturas, se irán los años, y Michel seguirá intensamente fiel a ese compañerismo.
Le dará forma de eternidad en sus ensayos; pero esto será después; ahora, Étienne desea aligerar la pena de Michel, y ambos hablan de América como de un recién nacido. Montaigne recordará siempre la primera vez que supo de La Boétie; cuando leyó el opúsculo Servidumbre voluntaria (1548); en él, La Boétie, de 18 años, declara que todos los seres humanos son iguales: “No puede entrar en el entendimiento de nadie que la Naturaleza haya puesto a algunos en servidumbre habiéndonos puesto a todos en compañía. De aquí a la libertad, la igualdad y la fraternidad apenas faltan más de 200 años. Tiempo después, en una carta latina a Montaigne, asqueado de las “guerras de religión” (una paradoja, un oxímoron), La Boétie alude a América: “Los dioses también parece que extienden al occidente”.
Étienne morirá el 18 de agosto de 1563; Montaigne lo sobrevivirá hasta 1592. Nunca viajará a América, pero la observará, como todo.
Una tarde, en la Corte, en Ruan, Montaigne ve llegar un tumulto de soldados y burócratas que rodea a tres personas casi imposibles: indígenas del Brasil. Michel habla con ellos, y estos se burlan de la servidumbre voluntaria con la que los europeos soportan el despotismo: ni la libertad ni igualdad ni fraternidad. Montaigne sufre un déjá vu (un “ya visto… y osído”).
Étienne le habla hoy en boca de esos extraños y torna de la muerte para confirmar nuestra humanidad universal. Montaigne irá a casa a escribir lo ya oído (Ensayos, I, 30) y se hará otro objetor de conciencia y un adalid de la mutua tolerancia.