Keiko Fujimori siempre pensó que las elecciones del 2016 las había perdido por tener a la prensa en contra, pero hoy que sucede todo lo contrario, y cuenta con el multimillonario apoyo de casi todos los que entonces llamó "periodistas mermeleros", parece que se encamina a su tercera y más estrepitosa derrota.
En la impotencia de su desesperación se ha visto obligada a retirarse el protector facial, de apacible y delicada candidata con que se manejó en la primera vuelta, para mostrar en la segunda su hereditaria agresividad, con esos destemplados gritos de "no te corras Pedro", "no te chupes", "amárrate bien los pantalones"; aderezados en las últimas horas con los de: "¿Cerrón dónde estás? … te doy 24 horas, sino iré a buscarte"; confundiendo lo que debe ser el alturado debate electoral con un vulgar pugilato personal de mangas arremangadas, chaveta y afilados cuchillos.
Lo que está logrando, a dos semanas del balotaje, es simplemente mostrar el talante, prepotente y dictatorial, que lleva en la sangre. Es la misma actitud desafiante que mostraba Alberto Fujimori cuando a voz en cuello tildaba de "chacales" a los jueces", preparando el golpe de Estado, para luego poner y comprar magistrados a su antojo, que lo blindaran de los más execrables actos de corrupción y abominables crímenes cometidos durante su gobierno, como el de los nueve estudiantes de La Cantuta que fueron exterminados e incinerados parra borrar toda huella, o los ametrallados en Barrios Altos, dentro de los cuales no hubo piedad ni misericordia para el niño Javier Ríos de ocho añitos de edad, quien de rodillas imploraba que no lo maten.
Keiko muestra la misma vena con que enfiló cruelmente contra su propia familia nuclear en distintos momentos y por mera ambición política. Esa por la que reemplazó a su madre como primera dama y avaló las torturas electrizantes de su padre. La misma que, años después y dueña del Congreso disuelto, negó la libertad de aquél con el voto de los 73 congresistas de su bancada, y luego saboteó el indulto porque no deseaba que el exdictador le haga sombra en el liderazgo del fujimorismo. Y, por si fuera poco, en inescrupulosa operación fratricida, sembró a su hermano Kenji en una ilegal compra de votos cuando éste buscaba impedir la vacancia de PPK, defenestrándolo luego del Poder Legislativo y hacer que la Fiscalía lo acuse a doce años de cárcel.
Es el estilo con que también, y al mismo tiempo, dirigía a sus huestes parlamentarias para amenazar al fiscal que la investigaba por lavado de activos y organización criminal, José Domingo Pérez, y que éste sepa "con quién se está metiendo"; del mismo modo en que desde el chat "La Botica" se conspiraba para "chancar", "joder" y matar" a dicho funcionario.
Es la misma Keiko que cosió a puñaladas la institucionalidad del país, propiciando la vacancia de dos presidentes, cuatro sucedidos en el cargo, varios gabinetes triturados y más de 40 ministros relevados; sumiendo al país en el caos y dejándolo desguarnecido ante la pandemia que ya lleva más de 170 mil muertos. A esa tragedia nos han llevado sus destemplados desafíos de navaja y cuchillo.
Por eso no debe extrañarse la forma en que hoy esas bravatas se vienen revirtiendo contra ella, sintiéndose masivo rechazo a su candidatura, pese al inmenso poder económico y mediático del que hace gala. Basta mirar las calles y plazas para comprobar que, pese a disfrazarse como originaria de cada zona que visita, recibe solo la compañía de raleada concurrencia de sus partidarios, muchos de ellos pagados por adelantado y en efectivo, como se ha visto en los videos que circulan en redes; a diferencia de su contendor, Pedro Castillo, que solo llega a cualquier ciudad del territorio nacional y en el camino se van sumando los simpatizantes, hasta constituirse en espontáneas y vibrantes multitudes que abarrotan las plazas públicas en cada mitin, lo cual permite avizorar que está muchísimo más cerca del triunfo que la hija del exdictador.
A estas alturas, es posible concluir en que las bravatas de la acusada de organización criminal no solo expresan lo belicoso de su personalidad, sino también, su miedo y desesperación ante lo que parece ser otra inminente derrota; por lo que ella y la derecha bruta y achorada a la que representa, solo atinan a deslegitimar el proceso electoral e intentar sumirlo en condenable violencia; como se ha evidenciado del llamado público de su aliado Rafael López Aliaga a dar "muerte" a Castillo (con la complacencia de la prensa adicta), continuada con los estridentes desafíos callejeros de Keiko y su huestes, y seguido del infame terruqueo a Jorge Salas Arenas, el presidente del JNE; lo cual no debemos permitir, en defensa del orden democrático, la pulcritud del proceso electoral y la libre voluntad de los electores.