“Zafari,” dirigida por Mariana Rondón y presentada en el Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz, es una obra que invita a la reflexión sobre las complejidades de la supervivencia en tiempos de crisis. Ambientada en un pequeño zoológico, la película mezcla la alegoría animal con una narrativa social profundamente vinculada a la crisis venezolana, utilizando el simbolismo de Zafari, el hipopótamo, como un recordatorio del orden natural en un mundo donde la sociedad humana se desmorona.
La trama sigue a Ana, Edgar y su hijo Bruno, una familia de clase alta en decadencia, atrapada en un país donde la escasez de alimentos, agua y electricidad convierte la cotidianidad en una lucha por la supervivencia. Desde el ventanal de su departamento, Ana observa el festejo de sus vecinos por la llegada de Zafari, mientras ella intenta recolectar comida en los apartamentos abandonados. Lo que al principio parece ser un drama familiar, se transforma en una inquietante exploración de la fragilidad emocional cuando un día unos ruidos extraños en los pasillos comienzan a aterrorizarla y ver que era para su sorpresa era una Zebra, parte importante dentro de la película.
Rondón, reconocida por sus trabajos anteriores, logra encapsular con gran maestría la sensación de asfixia y desesperanza que reina en el ambiente. La película no solo destaca por su contenido social y político, sino también por la forma en que traza el paralelismo entre los humanos y los animales del zoológico. Zafari, que aún tiene comida en un mundo donde todos los demás sufren la miseria, se convierte en un símbolo de las desigualdades que prevalecen, incluso cuando todos parecen estar al borde de la ruina.
Uno de los puntos más potentes de la película es la representación de los contrastes sociales. Mientras la familia de Ana se ve envuelta en el caos, perdiendo la cohesión que alguna vez tuvo, una familia humilde que cuida el zoológico parece mantener, a pesar de todo, una cierta alegría de vivir. Esta disparidad entre las dos familias resalta las tensiones subyacentes en la película, especialmente cuando las acciones de Ana, motivadas por el hambre y la desesperación, la llevan a cruzar líneas éticas, culminando en una escena impactante en la que mutilan a una cebra para sobrevivir.
La decadencia emocional y física de los personajes principales es palpable a lo largo del filme. El deterioro de la relación entre Ana y Edgar es retratado de manera cruda, mientras que la desconexión con su hijo Bruno refleja la desintegración de la familia como unidad. En este sentido, “Zafari” ofrece una visión devastadora de cómo la crisis económica y social puede erosionar no solo los recursos materiales, sino también los lazos más íntimos y afectivos.
El clímax de la película es brutal e inesperado, aunque completamente coherente con la lógica narrativa que se ha ido construyendo. Sin desvelar demasiados detalles, la secuencia final, en la que el marido de Ana aparece con la boca ensangrentada, encapsula de manera visceral el tema central del filme: en tiempos de extrema necesidad, el instinto de supervivencia puede llevarnos a actuar de las formas más salvajes e inimaginables.
“Zafari” es un filme que no se siente cómodo, pero precisamente en esa incomodidad reside su poder. La película es un testimonio feroz de la lucha humana por la supervivencia, no solo en un plano físico, sino también emocional. A través de su narrativa desgarradora y sus potentes imágenes, Rondón nos confronta con las preguntas más difíciles sobre la moralidad, la unidad familiar y lo que realmente significa ser humano en un mundo que ha perdido el control.