Dicen que recordar es vivir y eso es lo que hago siempre, recordar y vivir. Y esta vez quiero recordar al poeta de las Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga); al amado Cesáreo Martínez, al inconfundible Chacho de la raya inquebrantable y de la dulce conversa, al que siempre jugaba con las palabras.
La reunión con unos amigos era en el Palermo que estaba en la avenida La colmena; en esta ocasión felizmente yo había llegado a tiempo y cuando ingresaba al local mis ojos se detuvieron en un cartel afiche grande pegado en la puerta de vidrio con un poema de Chacho cuyo título estaba en letras grandes: DE LA ROSA, EL POETA Y EL TIRANO que empezaba así: El fulgurante, regio rugir de la humanidad / Es la historia de la rosa, el poeta y el tirano / La rosa viaja en el ojo el poeta a través de los tiempos / y los témpanos. Con mucha curiosidad leí todo el poema y pude captar su mensaje que aún sigue vigente. El poema terminaba con estos versos: Son los tiempos en que la rosa es el culto de los hombres / Y hay tiempos pasados, como el nuestro, tiempos de cal y fuego / Tiempos en que el tirano persigue a la rosa para lincharla / Pero la rosa siempre repentina, rauda y rutilante / Canta desde aquí.
Con ese poema el poeta se presentó en mi vida y en mis sueños. Las palabras rosa, poeta y tirano llamaron mi atención porque percibí que la relación entre ellas era intensa; las saboreé y aún sigo saboreándolas y ellas aún siguen resonando en mis oídos y tronando en mi corazón. Por coincidencia, la mañana del mismo día en un conversatorio en La Cantuta, el gran novelista Miguel Gutiérrez nos había hablado de Chacho Martínez, de su poesía coyuntural, sobre todo de Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga).
Nos decía que estaba muy lejos de ser una poesía panfletaria como algunos estudiosos la calificaban. Para Miguel Gutiérrez era una poesía que se identificaba con los reclamos de los trabajadores, las huelgas y en esta ocasión el contexto había sido la huelga magisterial la más larga que se llevó a cabo por los años 1977. Estos dos hechos fortuitos me estaban empujando al encuentro con el poeta. Era para mí un aviso, una invitación para saber más de él. Muchos días después fui a la librería El caballo rojo que estaba contiguo a El Palermo para comprar unos libros pero mis manos cayeron sobre un número de la Revista Hueso Húmero en la que encontré un extenso poema de Chacho, “Entre el wamani y la carretilla, a José María Arguedas, una vez más”.
Algunos versos que leí a la volada me gustaron, por ejemplo, este: Porque nací del rocío y la piel mojada de la piedra. Verso que me llevó a preguntarme ¿quién era ese hombre que se consideraba hijo del rocío y de la piel mojada? Hubieron otros versos más: Tú que me arrancaste de las tinieblas, alza para mí tus oráculos. / Dime cómo se labran los pensamientos sanos. / Di cómo he de permanecer con mis días para que mis hijos / no me desconozcan.
Si hasta entonces el poeta era un enigma poco a poco se me iba descubriendo tal como era, como un ser que refresca el alma. Ya en casa leí todo el poemario de diez estrofas de estructuras diferentes y lo hice mío; me cubrí con ese aliento mítico andino. Ahora que lo pienso, estos sucesos que ocurrían iban tomando su lugar en el tiempo y espacio. Después de esta ocasión, hubo otras actividades como entrevistas, recitales, presentación de libro, etc., en torno al poeta y a su producción literaria.
Era febrero de 1982, un día de verano, que leí en un periódico local una entrevista que le hacían a Chacho sobre el recital que iba a dar en un centro cultural de Miraflores y que se iba a cobrar entrada. El periodista le preguntaba ¿cómo es posible que un poeta que se identifica con las luchas de la clase trabajadora, de los sindicatos pueda dar un recital en un lugar elegante pituco de Miraflores y luego cobrar entrada? La respuesta del poeta me asombró más. Dijo que cuando uno va un concierto, al teatro, o a deleitarse con una danza clásica o de otra naturaleza, etc., uno va a ver, a disfrutar una obra de arte y creación, cualquiera que fuese uno tiene que pagar la entrada. ¿Y por qué no hacerlo, cuando uno va a un recital poético que también es arte, es creación? Y en eso tenía toda la razón. Muy intrigada fui al recital, y pagué una entrada para conocerlo físicamente y escucharlo. El timbre de su voz me deleitó. Recordé los poemas de Vallejo, de Juan Gonzalo Rose, de José María Arguedas, etc. Y si fui al recital de Miraflores fue más por la insinuación de otro poeta celoso que trato de desmerecerlo pero como yo ya había leído algunos poemas de Chacho no pudo convencerme. Fue la única vez que pagué para conocer a alguien, en este caso al poeta, para escucharlo y enamorarme de su poesía, de su compromiso con el pueblo. Y así fue el inicio de tantas aventuras compartidas, de tantas anécdotas que hasta hoy me hacen sonreír, sonrojar y hasta renegar.
Algunos versos que leí a la volada me gustaron, por ejemplo, este: Porque nací del rocío y la piel mojada de la piedra. Verso que me llevó a preguntarme ¿quién era ese hombre que se consideraba hijo del rocío y de la piel mojada? Hubieron otros versos más: Tú que me arrancaste de las tinieblas, alza para mí tus oráculos. / Dime cómo se labran los pensamientos sanos. / Di cómo he de permanecer con mis días para que mis hijos / no me desconozcan.
Cuando Cesáreo presentó su poemario Celebración de Sara Botticelli en el salón de Convenciones Crillón, en marzo de 1983, la entrada al recital – presentación era el costo del poemario. El salón estaba repleto y todos tenían su libro en la mano, es decir, que colaboraron con el poeta. Fue un verdadero recital poético – musical. Entre los presentadores estuvo el dirigente del SUTEP, el profesor Horacio Zevallos, con el acompañamiento de un grupo musical que no recuerdo bien su nombre. Era la segunda vez que lo veía de cerca, y como en el anterior recital su estentórea y melodiosa voz resonó en todo el ambiente. Cuando me acerqué como todos los asistentes para pedirle un autógrafo me dijo: te estaba esperando e inmediatamente me alcanzó un papelito con un número telefónico y me indicó que lo llame ni bien pueda. Claro que no lo llamé de inmediato. El papelito solo a mí me había dado, eso lo percaté bien. Un buen tiempo seguí sus recitales y otras actividades a través de las notas de prensa. Meses después fui a la Editorial Quipu del profesor Hernán Alvarado para comprar unos libros para mis estudiantes del colegio nacional de Chosica y ahí también encontré a Chacho quien para mi suerte me ofreció su ayuda para transportar los paquetes de libros que yo había adquirido hasta Chosica. Fue la primera vez que me acompañó a casa y después, las visitas se repitieron y también nuestra relación amorosa amical se fue consolidando.
Chacho fue siempre hechura de sus sentimientos, de sus lecturas y de sus amigos, confiaba plenamente en ellos. Siempre había un motivo para la celebración y qué mejor ocasión cuando le dije que iba a ser padre. Aunque incrédulo lo celebró mucho con los amigos y consigo mismo, particularmente con el poeta Paco Bendezú que fue su vecino en Jesús María. Las cervezas eran azules como la esperanza y la espuma que bullía en el vaso eran burbujas que se elevaban hasta sus ojos y danzaban en su paladar. Un buen día me acompañó al control medical y a la salida del consultorio le pregunté qué quería fuera, niño o niña. Muy suelto de huesos me respondió: árbol. Muy molesta le dije, ¿qué te pasa? Y seguía, jugando conmigo, entonces río, y así fue enumerando todo lo que se le ocurría hasta hacerme renegar. Y cuando llegó el momento del nacimiento me llamó al hospital para preguntarme sobre el sexo del recién nacido y yo le dije que fue árbol. Y nuestro árbol dio el primer grito llenando nuestros corazones de un amor puro, intenso y esperanzador. Y desde un 9 de mayo hace más de una treintena de años nuestro árbol nos sostiene y nos cobija. Nos refresca y perfuma con su follaje, a mí en especial porque Cesáreo se fue a otras altitudes.
Hay tantas cosas que me gustaría contar sobre Chacho en nuestras vidas. Desde que nació Manuel Agustín, cada momento, cada paseo por las riberas del Rímac, en Cocachacra, en el mismo Chosica; también por las alturas de Santa Eulalia fueron muy anecdóticos y particulares. Magu disfrutaba mucho bañándose en el Río Maldito, que así lo llamaba al río de Santa Eulalia porque Paco Bendezú le acuñó la palabra en sus recuerdos al leerle un cuento sobre un río maldito. Y Cesáreo lo celebraba puesto que juntos disfrutaban de ese ambiente natural bucólico, soleándose como lagartijas encima de las piedras grandes que había en el cauce del río maldito y al final de la jornada campestre, después de tantos chapoteos regresábamos entonando las canciones que ellos en ese momento creaban. Estas salidas se repetían con frecuencia por diferentes partes de las márgenes del río Rímac, a veces íbamos con más miembros de la familia. Cuántos recuerdos se agolpan en mi memoria pero en esta ocasión sólo quiero recordar a Cesáreo padre, a Cesáreo amigo, confidente y consejero de su hijo. Por ejemplo, recordar que un día padre e hijo habían salido como de costumbre a pasearse por las calles de Chosica, así en la avenida 28 de julio había puestos ambulantes con productos diversos y hasta que encontraron una tienda con figuritas y rompecabezas que los niños deseaban para jugar. Manu en ese entonces tenía aproximadamente cuatro años y embelesado por lo que veía se quedó ahí contemplándolos por eso no se dio cuenta que su padre ya no estaba con él, entonces empezó a buscarlo y preguntar a cuanta persona con quien se encontraba si habían visto a su papá porque se ha perdido mientras él veía algunos juguetes, hasta que alguien le recomendó que se acercara a la radio local para que le envíe un mensaje. Manuel así lo hizo, se presentó ante el periodista radial y le dijo que su padre se había perdido, entonces el señor le preguntó cómo se llama tu papá, al que respondió: Chacho. Entonces, el señor Longa muy presto, que así se llamaba el periodista radial, tomó el micro parlante y en voz alta envió un mensaje a Cesáreo que decía “Señor Chacho, no se vaya con la señora Chacha, aquí lo espera su hijo; tiene miedo de que le pase algo”. Este mensaje resonó en todo Chosica. Algunas personas que nos conocían se preguntaban qué había pasado. Por su lado Cesáreo también buscaba a su hijo por donde habían estado hasta que una amiga común se le acercó y le dijo que escuchara el mensaje altisonante; entonces Chacho corrió a buscarlo. La anécdota era que Manuel había perdido a su padre y no esté a su hijo. Manuel no quiso nunca aceptar que él era quien se había perdido. Así hay muchas cosas que me gustaría contar pero dejémoslo aquí.
La partida de Chacho hace más de 20 años fue doloroso para nosotros, especialmente para Manuel Agustín, quien sintió la ausencia del padre, del amigo de aventuras, del confidente.
Quisiera terminar esta pequeña crónica con unos versos de su obra póstuma Sol de Ciegos: Sobre los ruidos humanos, Señor, el río / ha levantado su voz / Pero el hombre está allí, perplejo y maravillado / La escena del horizonte lo tiene embrujado / Aunque, al parecer, es el crepúsculo quien gime / Como una fiera sorprendida en su acto sagrado / gime / que esta visión sea, por hoy, su recompensa.
Y la presencia de la obra poética de Cesáreo Martínez será y estará como una fiera sorprendida que gime, que en esta sociedad tan desigual, y que su visión será su recompensa.