Yo, que no había leído nada de Patricio Pron (y a falta de mayores opciones y mejor consejería literaria), he devorado Lo que está y no se usa nos fulminará (Penguin Random House, 2018). He comenzado con este conjunto de cuentos de Pron porque lo urgente era leer algo del ganador del Premio Alfaguara (la novela con la que ganó este certamen, dicho sea de paso y entre paréntesis, acaba de llegar a las librerías de Lima luego de mucha espera).
Decía que he leído este libro de Pron porque había que estrenarse con algo de Pron, y ahora que ando más calmado debo admitir que no me ha gustado tanto como esperaba. Quizá el problema era que esperaba un diamante o algo parecido. Se publicó el año pasado y apenas tuvo reseñas tibias o frías o indolentes y no salió en los recuentos de los mejores libros de ningún lado y eso ya era como para sospechar que no se trataba de ninguna joya. Rebe (amiga española y proniana) me ha dicho que debí haber leído otro de Pron para engancharme con Pron. Cualquier otro menos este.
Le he pillado el estilo a Pron, no obstante, y tampoco puedo decir que me gusta ni mucho menos que me desagrade; solo digo que se lo he pillado y ya, como quien se da cuenta de que Manet usa los tonos verdes de una manera tan suya, es decir, excelsa.
Y aquí vuelvo a los cuentos o me pierdo.
El título que da nombre a este conjunto proviene de una canción de Luis Alberto Spinetta, y no hace falta ser muy listo para anticipar allí un primer lazo con lo argentino. Las formas tradicionales se rompen y, pese a eso, hay un gran respeto por la tradición argentina del cuento. Existe un manifiesto homenaje a Borges, Cortázar y Piglia (idea al vuelo: en el mercado editorial, un escritor argentino la tiene más difícil que cualquier otro escritor por la inmejorable tradición que lo precede o lo sobrepasa, según sea el caso, y que de ninguna manera puede evadir). Quizá el relato más destacable es “La repetición”, y resulta un tanto paradójico que sea el mejor y que, al mismo tiempo, se aísle del resto justamente por ser el menos lúdico y el de estructura y lenguaje más convencionales.
Pron juega con la tradición, que es la mejor manera de respetar la tradición. Imprime en el texto sus lecturas, que son varias y no se circunscriben a lo argentino (de hecho, lo dice el propio autor en la nota final: “algunos escritores escribimos “con” nuestra biblioteca”) y he pensado que hay que ser Patricio Pron para escribir y publicar un libro así. Vale aclarar: un autor con trayectoria.