La entrevista radial comienza con el vals “Tu voz”, interpretado por Lucha Reyes, como previa al especial sobre Juan Gonzalo Rose.
Lévano: Es la canción “Tu voz”, con letra y música de Juan Gonzalo Rose, en la voz de Lucha Reyes. Con ella hemos querido inaugurar este primer programa de 1998.
Juan Gonzalo, mi hermano, mi amigo, murió el 12 de abril de 1983, y, a raíz de la tristeza que me dejó su partida, escribí algo, que luego recordaré, en “El Diario Marka” (no confundirlo con el diario senderista). Queremos recordarlo ahora porque este sábado 10 de enero hubiera cumplido 70 años. Para rendir homenaje a este poeta vivo, viviente cantor, con canciones que seguirán sonando a lo largo de los tiempos, en este siglo y en el próximo cuando menos, vamos a conversar con César Calvo. También debía estar aquí Víctor Merino, otro gran amigo de Juan Gonzalo, y, además, compositor de hermosas melodías para alguno de sus poemas. Víctor no ha podido venir porque un traidor resfrío lo tiene postrado en cama.
César Calvo, muy buenos días. Otra vez para hablar sobre Juan Gonzalo Rose, y desde otro ángulo quizás.
Calvo: Mira, hermano, es un honor para mí el que me hayas elegido para conversar sobre Gonzalo. Yo creo que para el público audiente, que no conoce mucho de Gonzalo, habría que citar datos precisos sobre él.
Lévano: Correcto.
Calvo: Podrías comentar aspectos concretos de su vida, su exilio en México.
Lévano: He traído una antología de su poesía, precedida por un prólogo que escribí, a pedido de Juan Gonzalo Rose. Los que financiaron esta antología pidieron a Juan Gonzalo que escogiera un crítico de renombre para el prólogo, y le sugirieron a Alberto Escobar, a José Miguel Oviedo, críticos eminentes, pero Juan Gonzalo dijo: «¡No! Quiero a César Lévano», y me estrenó como crítico, guiado más por la amistad. Entonces escribí algo que puede ser adecuado a lo que pides. Allí hay algunos datos: Juan Gonzalo, nació el 10 de enero de 1928. Él decía que en Tacna, pero no; nació en Lima, en los Barrios Altos. Lo que pasa es que fue a Tacna de muy niño.
Calvo: Sí pues. Él era tacneño, pero nacido en Lima. Eso nos pasa a muchos provincianos, como a Raúl Vásquez y a mí, que somos loretanos, pero hemos nacido en Lima.
Lévano: Sí, yo decía entonces que una vez Juan Gonzalo recordó su infancia en Tacna, y la recordó como tierra paradisíaca, que nutrió la sensualidad matinal de su ser. Tierra de huertos abiertos —dijo—, en los cuales los niños podían comer frutos gratuitamente y los adolescentes recibir el regalo de un vaso de vino. Tierra de fortunas exiguas, de carácter templado por años de ocupación extranjera. Tacna la sobria. De allí es Jorge Basadre, el historiador cuya hondura le torció el cuello a la elocuencia inútil. En el colegio inició Rose su lucha por la justicia. Un día se trompeó con un inspector que maltrataba a un alumno. Viajó a Lima e ingresó al colegio Claretiano de Magdalena del Mar. Allí encontró unos curas fascistas españoles, que hablaban mal de la República, y, por rebelde, lo amenazaron con no tomarle exámenes de fin de año. Tuvo que ser trasladado a un colegio con nombre de poeta: José María Eguren, en el balneario de los poetas, Barranco. En 1945 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. El Perú vivía una primavera democrática. Al conjuro de la victoria mundial contra el fascismo, el pueblo impuso un gobierno constitucional. El APRA surgió de la clandestinidad con enorme fuerza de atracción: casi no hubo joven del pueblo que escapara a su fascinación. Uno de ellos fue Rose, que a los 16 años, en San Marcos, ya era dirigente de la Federación de Estudiantes del Perú. Nunca militó en el APRA.
Pero en mayo, en su reencuentro con las masas, Haya de la Torre habló de no quitar la riqueza a quien la tiene, sino crearla para quien no la tiene. Los que tenían la riqueza eran las empresas imperialistas y los barones del algodón y del azúcar, y no permitían crear nada que no fuera para su propio beneficio.
Esto es un poco el preludio de la vida de Juan Gonzalo. Después vino la dictadura de Odría y el exilio.
Calvo: El exilio en México.
Lévano: Sí. Él escapó de una redada policial, en la que caí yo, en enero de 1953. Juan Gonzalo escapó y fue a dar a México, donde le quitaron el pasaporte y frustraron su viaje a España. Tú lo conociste a su regreso.
Calvo: Sí, yo conocí a Juan Gonzalo a su regreso de México, en 1956.
Lévano: ¿Qué imagen guardas de él? Tú eras un poeta muy joven.
Calvo: Sí, tenía 17 años, y creo que al año siguiente obtuve una mención honrosa en el primer concurso de poesía que hizo la Casa de las Américas en 1960. Yo ya lo conocía por sus poemas editados en mimeógrafo, por los estudiantes del Frente Revolucionario en el que estaban Juan Pablo Chang, Héctor Béjar, Juan Gonzalo, Gustavo Valcárcel. Estabas tú, acabado de salir de la prisión; publicamos en mimeógrafo poemas de “Cantos desde lejos”, que todavía no se había editado en Lima. Estaba publicado como “La luz armada” en una edición que se hizo en México. Era una primera edición no corregida aún por Juan Gonzalo. Ahí estaba “Carta a María Teresa”, y el poema “César, el nuestro, Lévano ha caído”. Cuando conocí personalmente a Gonzalo, fue como conocer a Dios… Éramos un grupo de jóvenes entre los que estaban Carlos y César Franco, Samuel Arana y, posteriormente, Javier Heraud, y, después, Antonio Cisneros; pero ya en esa época estaban Rodolfo Hinostroza, Edgardo Tello y un grupo de jóvenes que empezábamos a escribir.
Lévano: Sí… Ahora, hay otras facetas interesantísimas de Juan Gonzalo. Yo lo conocí en la militancia revolucionaria y clandestina, antes del exilio. Recuerdo que una vez hicimos una reunión secreta en la Huerta Perdida… Y otra vez lo hicimos en el salón general de la Casona de San Marcos… pero un domingo, que no había nadie, claro que con la complicidad de los porteros. Estamos hablando de épocas de la dictadura de Odría. Pero lo que quería recordar ahora, y le voy a pedir a nuestro amigo que maneja el sonido que nos ponga una canción, una canción que Juan Gonzalo hizo en esos días, antes del destierro a México. Es una canción dedicada a Felipe Pinglo, titulada “Felipe de los pobres”
Calvo: ¿Quién la canta?
Lévano: El mismo Juan Gonzalo.
Calvo: ¡Qué maravilla!
Lévano: La voz no es buena y la grabación lo es menos… Pero escuchemos a Juan Gonzalo Rose en su canción adolescente “Felipe de los pobres”, dedicada a Felipe Pinglo Alva:
Felipe de los pobres
tu musa es jaranista.
Antes de que se fuera
tu último cantar
colgaste en las estrellas tu guitarra
en el cielo de un barrio popular.
En cada noche un valse de Felipe,
limeño pinturero y palangana,
quebrando en dos la cinturita firme
que se deslíe al sol de la jarana.
En cada barrio un valse de Felipe,
palomilla de costillas musicales,
que es trovador de calcetines rotos
de una niña prisionera en sus cristales.
Que es trovador de calcetines rotos
de una niña prisionera en sus cristales.
Me hacía notar César Calvo el cambio de letra. «Tu musa es jaranista», dice la presente versión. Esta canción tiene su historia…
Calvo: Sí… yo la escuché con tu «musa es comunista».
Lévano: Exacto. Le hice una entrevista a Juan Gonzalo, que se publicó en la revista “Marka”. Para esa entrevista, hubo dos escenarios: uno fue una filmación que hizo Jorge Reyes, el cineasta peruano que trabaja en Europa. Jorge Reyes tenía pensado filmar documentales con entrevistas a intelectuales diversos. Dividía a los intelectuales peruanos en tres categorías: los que claudicaron, los que se entristecieron y callaron, y los que continuaron luchando. Esa filmación se hizo, pero nunca ha sido exhibida. Juan Gonzalo en esa película lee sus poemas “Carta a María Teresa” y “El vaso”. Simultáneamente, en un pasaje de la filmación, yo entrevisté a Juan Gonzalo. Por desgracia la grabación de la entrevista me fue robada. Es una pena. Han podido sacar una copia y devolverme el original. Ahí cantaba Juan Gonzalo: «Tu musa es jaranista». Ante ello le dije: «Antes de que te fueras a México decías: “Felipe de los pobres, tu musa es comunista». «Sí —dijo— en México había en exilio apristas, comunistas y socialistas en general, y pensé que era sectario ponerle “Tu musa es comunista”. «Sí, pero ahora dice “Tu musa es jaranista”», repliqué. «Es que ahora está en el poder Fernando Belaúnde Terry, pues; ja, ja, ja», río. Era 1980. Sígueme contando, Juan Gonzalo tenía imagen de hombre melancólico, pero al mismo tiempo tenía un ingenio a prueba de balas.
Calvo: La primera impresión que daba Juan Gonzalo era la de ser un hombre melancólico, alejado, distante. Y como hacía reír sin cambiar de gesto, solo sus ojos brillaban, su apariencia seguía siendo nostálgica… Era un personaje formidable. Te digo una cosa: hasta ahora no sé cómo he podido seguir vivo sin él…
Lévano: Sí, era un personaje irradiante.
Calvo: Fue para nosotros un hermano mayor: nos cobijó, nos enseñó, nos educó. Nos educó humanamente, no solo política y poéticamente. Yo creo que Rodolfo Hinostroza, Javier Heraud, Arturo Corcuera, Mario Razetto y yo debemos a Juan Gonzalo todo lo que conseguimos hacer en la vida y en la poesía.
Lévano: Curiosamente, en vida, Juan Gonzalo… En otro sentido lo fue Julio Ramón Ribeyro hasta hace unos diez años (Ribeyro siguió vivo), pero si hubiera muerto antes, hubiera sido también un marginal como Juan Gonzalo Rose, a pesar de que hizo incluso algún programa de televisión con Pablo de Madalengoitia.
Calvo: Sí, en esa época Juan Gonzalo fue famoso, e incluso ganó mucho dinero.
Lévano: Sí, él hacía los libretos. Me cuentan que llegaron a encerrarlo con llave para que no se escape… Juan Gonzalo, tú lo sabes, simplemente desaparecía. Estabas conversando con él y repentinamente ya no estaba.
Calvo: Literalmente, se borraba. Antes hizo un programa de radio que se llamó “Mesas Separadas”.
Lévano: Y periodismo escrito. Tenía una columna en la revista que dirigía Genaro Camero Checa, llamada “Campanario”. Eran dos carillas que escribía semanalmente.
Calvo: Ahí perfilaba Gonzalo su insondable ternura, que teñía todo lo que escribía y hablaba.
Lévano: Yo quería leer este párrafo, no sé si me lo permites, del prólogo que hice para “Camino real”. Pero quiero hacer una observación antes. Juan Gonzalo, como Julio Ramón Ribeyro, en su momento, fueron desconocidos para el gran público (Julio Ramón recién saltó a la fama hace pocos años). Pero a pesar de ello, Juan Gonzalo sigue vivo y pendiente. En San Marcos una joven, de pronto, me sorprende pidiéndome prestado un libro de Juan Gonzalo Rose para fotocopiarlo, y otro día encuentro en una pizarra del Patio de Letras de San Marcos una cuarteta de “Año Nuevo”. Ese poema terrible de Gonzalo, y uno se pregunta: ¿cómo, si nadie habla de él? Los críticos literarios no hablan de él. Los poetas ni lo mencionan (adrede, me parecen para ver si se olvidan de él —aún en vida—).
Calvo: Era un terceto perseguido por la crítica oficial, recuerda tú: Juan Gonzalo Rose, Gustavo Valcárcel y Alejandro Romualdo. Eran prácticamente uno…
Lévano: Por sus ideas, siendo que Juan Gonzalo era el menos político, en el sentido estricto de la palabra.
Calvo: Yo creo que era tal vez el más político y el menos partidario. Lévano: Sí, era el menos partidario. Una de sus cosas sorprendentes era, precisamente, su lucidez, aún en su última etapa, cuando se le veía sumido en el silencio, en ese bar de San Felipe.
El mencionado prólogo que escribí a su pedido, en 1981, dice así:
«Hay un hecho que a lo mejor asombrará a los peruanos del futuro: Ribeyro o Rose son marginales, o casi, en nuestro país; tampoco fatigan la atención extranjera; sin embargo, pocos expresan, como ambos, el Perú de hoy, su transición —todo lo histórico es transitorio—, su angustia, su fidelidad a una esencia ancestral, junto con el trato y el conocimiento de lo universal en la literatura, las ideas y las sociedades. Son hombres de ciudad, y, más específicamente, de la ciudad de la costa. En uno de sus poemas más tempranos, Rose escribe: “A mí izquierda tengo una fábrica”. La novela más reciente de Ribeyro, “Cambio de guardia”, refleja, en el prisma de un arte heroicamente fiel a su nobleza estética, la presencia creciente de la clase obrera. Escribí hace pocos años, bajo seudónimo, para guarecerme de la represión y la muerte por hambre, en el suplemento de “La Crónica” (mi nombre estaba vedado a todos los periódicos y tenía una familia con cuatro hijos), que la limpieza en la prosa de Ribeyro es un hecho moral en el Perú. Hay una estética de la sobriedad, que es una expresión de hondura. En su libro de crítica “La caza sutil”, Ribeyro dice de “El otoño del patriarca”, de García Márquez: “Lo que le falta, a mi juicio, a esta obra ejemplar, es lo secreto, lo no-dicho, lo callado, lo que debe adivinarse, o leerse entre líneas. Esa dimensión invisible, pero operante de las obras que más admiro”. En el arte de Ribeyro y de Rose siento la mesura y el señorío, la interioridad laboriosa, la energía concentrada, que he visto en los ojos y en las palabras de los indios sabios. Ambos cultivan y transforman dialécticamente, artísticamente, algunas de nuestras mejores tradiciones».
En fin, ¿tú cómo ubicas esa poesía de Juan Gonzalo? ¿Qué caracteriza a esa poesía y a ese hombre también, por supuesto?
Calvo: Es bien marcada la caminata de ascenso de su poesía, desde los primeros versos de “La luz armada”, que se transfiguran en “Cantos desde lejos”, Juan Gonzalo da un salto a “Simple canción”, y da otro salto, sube otro peldaño, con esa poesía prosaísta que fue muy censurada por Sebastián Salazar Bondy, me refiero a “Las comarcas”. Recuerdo que Sebastián publicó una crónica censurando a Rose, acusándolo de poco imaginativo. La crónica se llamó “Rose en un mundo de transición”. Yo contesté a Salazar Bondy, en el diario “Expreso”, con un escrito que se llamó “Un libro de transición y un crítico de kindergarten”. Esto molestó mucho a Sebastián Salazar Bondy. Ahí hacía más o menos la enumeración esta que estamos haciendo ahora, de los diversos Juan Gonzalo. Porque después de “Las comarcas”, viene otro cambio, hacia una poesía más profunda, y densamente vallejiana, que ha sido la última.
Lévano: Vamos a hacer una pausa, César.