En la literatura peruana Lima figura, sobre todo, en la producción narrativa; raras veces se le asocia a la poesía, aunque a menudo se ignora que ambas mantienen un vínculo vetusto, como lo demuestran algunos poemas de César Vallejo o de representantes de la generación del cincuenta. A pesar de ello, distintas voces poéticas han continuado su recorrido por la capital, registrando su “constante transformación”.
En “Lima escrita. Arquitectura poética de la ciudad 1970-2020” (Intermezzo Tropical), el investigador Carlos Villacorta reúne a cuarenta y ocho poetas intergeneracionales que dan cuenta de los cambios que ha experimentado Lima en las últimas décadas. Entre los seleccionados figuran autores de obra conocida y otros cuyas obras viven en las sombras (por el momento), lo que resulta loable y alentador, pues es una antología motivada por mapear a la creación misma y no darle piso al amiguismo literario.
El autor, quien también es poeta, ha sabido determinar siete criterios que sostienen la estructura del libro, que casi llega a las doscientas páginas y contiene dibujos de Alionca Respaldiza. El primero, inferir que Lima es “La ciudad de la gracia”. Y lo ejemplifica con la selección de poemas que comparten una cualidad: las muy variadas emociones que despierta esta ciudad, desde el júbilo, como ocurre con “Poética de la alegría”, de Victoria Guerrero, hasta el terror, como es el caso de “1993”, de Luisa Fernanda Lindo.
Al igual que la narrativa, la poesía ha retratado algunas de las zonas que dan vida a la Ciudad de los Reyes. En “Distritos” desfilan los elementos que tratan de definir los sentimientos que produce la ciudad en sus poetas: barrios, residenciales, edificios, parques, ríos, gatos, muchachadas, familiares, recuerdos y sueños que habitan en casas, etc. Aquellos ingredientes componen poemas que revelan con nitidez ciertos rasgos de una Lima cambiante, indescriptible, moderna y, al mismo tiempo, excluyente.
Villacorta ha titulado “Limeñxs” al tercer apartado de la publicación, donde aparecen celebridades de sectores populares que hicieron de la urbe un sitio turístico, de mitos, de aliento, del selfi y más. Allí se encuentran papá Chacalón, el pintor Víctor Humareda y Sarita Colonia, la patrona del pobre. También tienen lugar personajes desconocidos como Juana Cabrera, quien, a pesar de que “tiene libreta electoral”, cuestiona a una ciudad que no la reconoce como ciudadana. Una similar situación atraviesan las mujeres del penal Santa Mónica en “Santas”, de Melissa Patiño, poeta que años atrás fue encarcelada de manera injusta. Allí ellas son “seres arañando las paredes intentando trepar desesperadas”.
“En alguna vieja calle de Lima” el lector se topará con un tributo a la nostalgia de los encuentros y desencuentros que nacen en la ciudad, con distintos tonos y sugerencias que varían de acuerdo con las vivencias de las voces que las enuncian. Carlos López Degregori lo demuestra con “La cita”: “Mañana se cumplirá otro año y no la encontrarás. / No acudirá puntual a esta plaza-de-lima vestida / de astillas multicolores y de trapos. / Preguntarás por ella inútilmente… Y cuando termine 1999 y solo llueva querosene / acudirás puntual / a esta plaza-de-lima otra vez / y entonces puede que la encuentres / pero ya será tarde”.
El recorrido por la capital continúa en “Paseantes”, capítulo que exhibe la manera en que se ha poetizado la ciudad desde el punto de vista de quienes la caminan y los avatares que enfrentan al caminarla. En “Poema sin límites de velocidad”, Carlos Oliva esboza la esperanza de alguien que sobrevive a una ciudad sumida en el caos: “Y en medio de todo / Yo con mi bocina / Yo con mi voz levantada / Entre tantos accidentes / Risueño / Ilusionado / Y sin más palabras / Que estos versos sin frenos por las avenidas”. En otra tribuna, existen quienes se adecúan al ritmo de vida que impone Lima. Alessandra Tenorio lo refleja en “Autorretrato”: “ya no me asusta el ruido de los carros/ ni la gente que grita la devaluación del amor tras su ventanas”.
“Extramuros”, sexta sección del libro, agrupa a ciertas voces que han poetizado a Lima fuera de su territorio, en algunos casos con una óptica no limeña como sucede con la lirófora tacneña Giovanna Pollarolo y su poema “El sueño del bodeguero”, que revela cómo la capital puede cambiar significativamente los proyectos de vida de los migrantes. El asunto no se zanja ahí. Incluso, para los mismos limeños o para quienes han vivido en la capital, Lima sigue siendo una ciudad alejada que los condena al exilio. Jorge Frisancho evidencia esta indiferencia con imágenes sobrias: “Porque eres, Ciudad, lo que no queda / lo que no viaja, lo que no se mira / en ciego orbe que convulso gira”.
Con “Estaciones”, donde convergen discursos poéticos que grafican el estado anímico de Lima según sus características climatológicas, culmina esta publicación que, además de destacar por ser una antología sesuda, guarda en ella un aspecto que nadie se había atrevido a cuestionar: ¿qué es Lima para sus poetas, sobre todo en el último medio siglo? En el prólogo, Carlos Villacorta precisa que “este proyecto no puede mostrar todos los rostros de la capital”. Su honestidad es admirable; más aún, sabiendo que, por ahora, tanto en narrativa como en poesía la Lima pandémica es un tema, por lo menos, incipiente.
Sin dar concesiones y con luminosidad certera, “Lima escrita. Arquitectura poética de la ciudad 1970-2020” muestra a quienes configuran la ciudad y, con ella, su poesía, a través de incursiones y búsquedas siempre incesantes. Vale la pena, y algo más, seguir esta ruta poética que, pasando por casi todo sus dominios, ayuda a entender y a mejorar las relaciones que tenemos con esta Lima utópica y del infortunio.