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Este artículo es de hace 6 años

El Terror de los fujis

Luis Torres Montero

Cuando duerme, duerme parado. Su desayuno, chaufa de anaconda y tres patas de otorongo, cazados la noche anterior, en la madrugada y sin linternas en el espeso bosque del Vraem. Cuando era pequeño no comía tico tico muchos menos chizitos. Lo suyo era ceniza viva del Misti.

De él también dicen que come helado con sabor a rocoto sin utilizar la lengua. Lo sueñan pateando el penal fallado de Cueva haciendo gol fulminando redes se saca la camiseta del Perú y con un soplo encuentra hasta las caquitas de los roedores. Es capaz de comerse un pelotón de abogados descalzos, ofreciéndoles antes un código civil no pirateado. No tiene sombra, ni está en las sombras; él es la sombra.

No tiene respiración, él es aire denso cual gancho limpio. Aborrece el gimnasio. Imita a los murciélagos en las cuevas de la Chira poco antes de rendirse en meditación zen. Un día, las moles cara de piedras ingresaron a sus aposentos. Él miro fijamente y de una vocal desintegró los pies de lo ajeno.

Cogoteado por choros peligrosos con poleras naranjas y chaira oliendo a bacalao, se batió con ellos metiendo cocachos y se van los intrusos como terremoto. Según la historia familiar, cuando nació, el médico salió corriendo del quirófano.

El bebé le hizo una llave por arrancarlo del paraíso. (Top Secret: solo se sabe de él que nació un Domingo, como cualquier Pérez.).

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