La expresión Triángulo Norte no nos es familiar en Sudamérica pero si lo es en América Central y EEUU. Se refiere a tres países: Guatemala, Honduras y El Salvador que mantienen una tensa relación con los Estados Unidos a causa de la constante migración de habitantes de las pequeñas naciones hacia la superpotencia.
La sensibilidad estadounidense hacia este tema se ha visto exacerbada, en los últimos tiempos, por la activa presencia china en el área y la posible competencia que ella comportaría. Según datos de los EEUU 408.000 personas cruzaron la frontera de este país con México en 2016 y actualmente una caravana de un par de miles de hondureños, transitando en suelo mexicano, marcha hacia la frontera estadounidense.
La política de Tolerancia Cero del presidente Trump con respecto a los migrantes, tensa aún más el panorama y ya los EEUU han hecho mención, ante esta situación, de dos palabras que tienen fuertes resonancias políticas y humanas: seguridad nacional. Del lado opuesto se subraya otro tema de fuerte connotación humana: reunificación familiar.
Como sabemos muchas familias centroamericanas se han visto divididas debido a la Tolerancia Cero y esa realidad ha dado un nuevo y sensible matiz a este viejo e irresoluble problema bajo el actual ordenamiento económico.
EEUU ha comunicado al presidente hondureño que si la caravana que marcha hacia su país no se detiene, EEUU no se dará más dinero ni ningún otro tipo de ayuda a su país y extendió la amenaza a Guatemala y El Salvador. Al respecto se informó que entre 2015 y 2018 los países del Triángulo Norte recibieron un aporte de 2 mil 600 millones de dólares. Cabe preguntarse qué destino tuvo esa ayuda.
Quizás sea ese un tema que haya que revisar. Podemos colegir, en todo caso, que no fue suficiente para incitar a los habitantes del Triángulo Norte a permanecer en sus propios países, pues el éxodo sigue en marcha.
¿Sería desatinado crear fuentes de trabajo estables, que permitan condiciones de vida dignas, allí donde se origina el conflicto?
Seguramente solucionaría, en el largo plazo, el problema. Sospecho, sin embargo, que las elites que gobiernan esos países y quizás hasta los propios Estados Unidos, nunca apoyarían a los sectores sociales y políticos capaces de llevar adelante un proyecto de esa naturaleza.