Escuché una canción de Luis Miguel, una versión que decía que un señor equis haría de Jesús María un distrito maravilloso. Los pelafustanes que piratean así la música apenas se dan cuenta de que esta práctica los pinta de cuerpo entero: aun no entran a la alcaldía, pero ya comenzaron a robar.
Escucho a Belmont y siento vergüenza, veo que Urresti tiene aceptación, me impresiona que una analfabeta funcional como la Capuñay pretenda decir algo cuando es evidente que nada inteligente puede salir de su boca, me aterra que un socio de Alan García sea considerado una opción, me asquea a niveles indecibles que un idiota como el hijo del corrupto de Castañeda asome siquiera la cabeza.
Lima está harta de castañedas, urrestis, reggiardos, pero puntean las preferencias con el voto de minorías que parecen decirnos que a ellos les importa un bledo la ciudad.
Será porque una alcaldía es vista por millones de personas como un enemigo que en algún momento enfrentará al que hace su negocio en la calle, al que conduce una combi asesina, al que invade la calzada donde pone una tienda de ropa o comida, al que no saca licencia, al que ensucia visualmente los barrios con sus gigantescos y millonarios paneles o se apropia de un espacio de la playa que nos pertenece a todos.
Vivimos en ciudades que pagan impuestos para que el alcalde de turno se lo robe. Con todo, la democracia prosperará, e irán cayendo estos traidores y acabarán con sus huesos en la cárcel, y sus nombres por los suelos: presidentes, jueces, fiscales, alcaldes, regidores dejarán de serlo para convertirse solo en presidiarios.