Keiko Fujimori sorprendió anoche al pedir un alto, una tregua, a lo que ella llamó guerra política, y al invocar al presidente de la república, Martín Vizcarra, y todas las organizaciones políticas a un reencuentro de diálogo y consenso a fin de trabajar juntos por el país, dejando de lado las diferencias y los enfrentamientos que pueden llevar al Perú a la deriva.
Keiko dijo que es hora de trabajar juntos por el bienestar de los peruanos a pocas horas de que se reanude la audiencia en la que el juez Richard Concepción Carhuancho puede decir que cruce al otro lado de reja para que cumpla 36 meses de prisión preventiva, mientras se la investiga por ser presuntamente la lideresa de una organización criminal creada por ella dentro de Fuerza Popular para licuar el dinero que recibió de la Caja 2 de Odebrecht.
Las declaraciones de la aún lideresa de Fuerza Popular tienen sin duda el objetivo de conseguir que al menos una parte de la opinión pública considere que ella está arrepentida, que la detención preliminar la hizo cambiar y que ahora quiere actuar de un modo distinto y que no es justo una prisión preventiva de 36 meses sin que no haya todavía una condena firme. Sus palabras son también para detener de alguna manera que más integrantes de la bancada de Fuerza Popular sigan los pasos de Francesco Petrozzi, Daniel Salaverry, Úrsula Letona, Rosa Bartra, Alejandra Aramayo y otros.
Como para hacer más creíble su ánimo de arrepentimiento, Keiko anunció que hará cambios en todos los niveles de Fuerza Popular y que sus propuestas e invocaciones son al margen de lo que pueda pasar hoy en la audiencia en que se definirá si va a prisión preventiva. No habla en serio Keiko.
Nunca lo ha hecho. Son palabras de política calculadora en momentos cruciales de su vida. No se puede confiar en alguien que ocupó el puesto de su madre. Ya, para no ir muy lejos: traicionó la reservada reunión del encuentro con Vizcarra.
No está mal que un político hable de tregua, de reencuentro, de un nuevo comienzo. Lo malo es que lo dice Keiko.