Nadie puede pensar que saldremos de esta crisis con una nueva normalidad. La crisis que atraviesa el país requiere de medidas de emergencia que el nuevo gobierno deberá encarar si es que no quiere seguir atrapado por las circunstancias como le ocurre al régimen de Francisco Sagasti que no ha sido capaz siquiera de sincerar las cifras del coronavirus
Así tenemos unos datos que nos indican que las muertes superan las cien mil víctimas (Sinadef), mientras que el Ministerio de Salud apenas registra unas 45 mil, una contradicción que evidencia el fracaso de las medidas ordenadas para enfrentar la pandemia surgida hace más de un año en el poblado chino de Wuhán.
Con más de tres millones de empleos perdidos, con miles de negocios quebrados, con millones de familias enfrentadas al hambre se requiere de medidas de excepción para hacer frente a la crisis política y social que vive el país. Los problemas que enfrentamos los peruanos merecen respuestas radicales, porque de eso depende la supervivencia de millones de familias afectadas por la pandemia.
Si algo ha quedado en evidencia en estos meses, en los que hemos tenido que enterrar a nuestros muertos, es que el mercado no es la solución a nuestros problemas, una emergencia en la que el Estado no ha jugado el papel regulador que se requería frente a la emergencia desatada por el coronavirus y agravada por la acción de los mercaderes de la muerte.
Un Estado sin capacidad para resolver problemas básicos como la falta de oxígeno, de camas UCI, de atención primaria de la salud para evitar que los casos se agraven y terminen colapsando los hospitales, es la evidencia más clara de que necesitamos otro Estado, pero a la vez otro tipo de participación de la sociedad, en la que esta no se limite a ser una comparsa del accionar autoritario de nuestros gobernantes.
Si hoy la candidata de Fuerza Popular se atreve a hablar de reformas constitucionales es porque el hartazgo de la gente frente al statu quo ha llegado a su límite. La gente no quiere que se trafique con las vacunas, pero tampoco con sus medios de subsistencia, con sus empleos, con el hambre que aqueja a sus familias.
Si hoy carecemos de vacunas y de medicamentos frente a la pandemia es porque la embrionaria industria farmacéutica fue liquidada durante el fujimorato; si las importaciones chinas arrasan con la producción nacional es porque se igualó a la industria nacional con la extranjera sin reparar en los beneficios de los que goza aquella en sus lugares de origen; si se trafica con las compras desde el Estado es porque no existen normas de transparencia que nos señalen las inconductas de nuestros funcionarios. En suma, requerimos de nuevas reglas para el Estado y la sociedad.
No se trata de simples palabras. La pandemia ha demostrado que los grandes países industrializados, con los Estados Unidos a la cabeza, han sido incapaces de enfrentar la pandemia con todos los recursos que tienen a la mano. La primera potencia mundial suma 500 mil muertes, mientras que China, con la movilización de su aparato estatal y social, apenas suma 4700 muertes.
Tremenda diferencia no es una casualidad y revela además la importancia que se le da a la vida humana en una y otra sociedad, sin que esto signifique glorificar al Estado chino, que tiene sin duda muchos aspectos que cuestionar. Una de ellas, sin duda, es la forma cómo se traficó con las vacunas en el país y que revelan un millonario negociado.
Sea como fuere, las recientes cifras económicas revelan que estamos asistiendo al surgimiento de una nueva potencia global. Pese a que los Estados Unidos sigue liderando el PBI mundial con unos US$ 22 billones (el 24% del total), seguido de China con US$ 15 billones (16%), las distancias se acortan cada vez más y, de acuerdo con un estudio de Bloomberg, en el 2035, China sobrepasará a los Estados Unidos; mientras que, en el 2050, tres de las cuatro primeras economías mundiales serán asiáticas.
"Durante los últimos 40 años, desde las revoluciones de Reagan y Thatcher, el ideal del libre mercado ha sido el principio organizador de la economía global. En los próximos 30 años, el equilibrio entre el mercado y el Estado cambiará. Las economías con altos niveles de propiedad y control gubernamentales estarán en ascenso", señala el informe de Bloomberg.
De este modo, queda en evidencia que el libre mercado no es más la panacea para el desarrollo que nos han querido vender todo este tiempo los promotores de la Constitución de 1993. Las cifras indican que la presencia del Estado como regulador del mercado es una mejor fórmula. Si no entendemos esta premisa estaremos descolocados una vez más, como lo hemos estado a lo largo de nuestra historia republicana, gracias a gobernantes que se preocuparon solamente por sus bolsillos y por los intereses de sus amos en el exterior.