En general es considerada una descortesía preguntar la edad a una dama. ¿Qué se oculta detrás de ese hábito cultural? Podría estar ligada a los períodos reproductivos: el del hombre puede eventualmente acompañarlo hasta la vejez y el de la mujer concluye con la menopausia.
Datos antropológicos revelan que en no pocas culturas las mujeres eran apartadas del núcleo social cuando ya no eran aptas para la procreación. Ese hecho podría estar incorporado a nuestra memoria genética y de allí partiría esta norma social.
El mandato de todas las especies es el de sobrevivir y esa supervivencia, que guía casi todos nuestros actos, contiene el mandato de la reproducción. Es ese imperativo el que modela nuestra conducta a un punto que la sofisticación de la vida moderna no nos permite imaginar.
Detrás de arreglos, bailes, maquillajes, citas, etc, está actuando la naturaleza para prolongar la vida. La recurrencia de imágenes sexuales y el celo los 365 días del año son las expresiones más obvias, pero no las únicas, de la carga que se nos ha impuesto. Concluir el ciclo reproductivo puede ser percibido inconscientemente como la finalización de la vida y ello obligaría a la mujer a ocultar sus años con el mismo esmero con el que los impotentes ocultan su impotencia. La edad en la mujer podría ser el equivalente de la impotencia en el hombre.
Es más común que una mujer confiese su edad, que un hombre su impotencia.
Durante muchos siglos las mujeres no vivieron más allá de su ciclo reproductivo. En el siglo XIII una vida humana se consideraba cumplida si había llegado a la edad de Cristo.
Un cronista llama, a una persona de 40 años, "hombre de edad avisada" y a uno de 50, "hombre de avanzada edad". En el siglo XV para llegar a los 40 había que esquivar pestes, guerras, etc. En el siglo XVII la esperanza de vida oscilaba entre los 25 y los 33 años.
Hasta inicios del siglo XIX la vida de una mujer transcurría entre embarazos, lactancias y entierros de hijos. Las familias trataban de no encariñarse demasiado con los niños como una forma de autoprotección contra el dolor.
La infancia era considerada una suerte de enfermedad, un mal que una vez superado recién otorgaba al individuo su reconocimiento como persona humana.
Hasta los diez años el niño medieval era vendido, abandonado, asesinado. No tenía existencia propia. Cumplida esa edad se lo hacía trabajar en campos o casas. Las mujeres vivían pariendo y su existencia era menos sencilla y más breve que la de los hombres, según prueban en las actas matrimoniales que registran que un tercio de los matrimonios corresponde a viudos que se vuelven a casar.