Ceausescu, el dictador rumano, citó, exaltado, a un poeta de su país por sus maravillosas palabras. Las mismas, anticipamos, son un elogio enfermizo al racismo. Decían así: "Que quien ame a los extranjeros / sea devorado por los perros/ su casa sepultada bajo los desperdicios/ y su nombre arrastrado por el barro."
Pocas veces leí algo tal vil e inhumano, pero fueron muchas las veces que observé comportamientos racistas, que hacían honor a esa necrófila poesía. Más, diría que si en el lugar del término extranjero colocáramos una nacionalidad concreta, no serían pocos los que celebrarían esas palabras.
Racismo en el aparentemente inocente plano de la lengua significa "Doctrina de la raza" y el término raza deriva del italiano razza que a su vez deriva del latino "ratio" que quiere decir "orden de las cosas, categorías, especies, razón."
Las tres primeras características señaladas podrían ajustarse, con un poco de esfuerzo, al significado actual de racismo, la última: "razón" queda totalmente fuera de juego pues, de usarse, mostraría que las diferencias físicas entre los seres humanos, solo disfrazan una misma biología y un cerebro dotado de las mismas capacidades más allá de los colores exteriores.
Francia, Bélgica, Reino Unido (potencias colonialistas) y los emergentes Estados Unidos fundaron parte de sus políticas en doctrinas racistas pretendidamente científicas. Sostenían que el color estaba ligado directamente con rasgos genéticos y sociales que nada, ni la mejor educación, ni el más adecuado medio ambiente, podrían cambiar.
No pocos estudiosos han tratado de probar infructuosamente y basados en prejuicios y observaciones superficiales, cuando no infantiles, que la supuesta "raza negra" era definitivamente inferior y, por tanto, no debía gozar de las prerrogativas que gozan los blancos.
El alemán Blumenbach (1752/1840), considerado el padre de la antropología física defendía "la superioridad estética de la raza caucásica". Estas palabras en boca de un científico suenan a auto-descalificación.
Pretenderse juez de lo que es físicamente bello y de lo que no lo es hoy suena a locura. Como también suena a locura el texto de Gobineau (1816/1882) "Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas." Subsiste una discusión si se debe decir raza humana o especie humana. Me inclino por decir que somos una especie, a cuyo interior no existen razas, sino etnias.