En una calle de la Piura destruida, un hombre solo mete pala bajo un sol que nos lame a veintiocho grados de temperatura. Son más de cuatrocientos metros de una enorme zanja de tierra en una calle de cuatro carriles con alameda flanquean casas de dos o tres pisos de cuatrocientos o más metros cuadrados donde viven familias acomodadas de la ciudad, que estaban cómodas hasta que el diluvio del año pasado los convirtió en náufragos de un río que probablemente este año volverá a salirse de su cauce, si los pronósticos del arribo de un niño son confirmados y si los políticos y funcionarios del Estado hacen lo de siempre; muy pocas cosas inteligentes.
Una promotora de la editorial que publica mis libros me lleva en su motocicleta a los colegios donde muchos niños me esperan para una conversa y que les firme sus libros.
“Por estas calles iba sobre el barro, -me dice la promotora bajo la lluvia-, llevaba libros de un sitio a otro. Aun cuando estábamos con el agua al cuello, logré sobrepasar la cuota que me puso la empresa.”
Un hombre palea solo donde debería haber un ciento, pero trabaja, una mujer va en moto, bajo el diluvio, pero produce. En el Congreso, en el ejecutivo, una banda de delincuentes usa el poder para no ir a la cárcel, pero fueron elegidos por personas como la que va en moto, como el que mete pala aunque no sepan para qué.