Las últimas revelaciones acerca del congresista Rolando Reátegui y su relación con Keiko Fujimori en el presunto lavado de activos trae a colación un episodio que viví en la selva peruana.
De Lima tomé un avión frío de neblina y llegué a una estufa hecha vegetación y lluvia. Cuando llegué a Tarapoto, hace poco, el balsero me enseñó el lugar de ocio de un millonario; desde lejos se ve el lujo de una casa campestre en la falda de un cerro lleno de ramas y hojas verdes en la ribera alta de la famosa ‘Laguna Azul’, la joya de la selva virgen tarapotina.
Me dijo: "Es de Rolando Reátegui". Me causó sorpresa esa posibilidad: que un congresista sea dueño de esa parte de la naturaleza que debió ser protegida, me causa espanto, no, así no juega Perú, y veía las estatuas salir de la maleza verde, las hamacas, en varios niveles, escaleras de sogas entre otros adornos. Me sentí como Indiana Jones estupefacto ante una casa de la isla perdida. Añadió: "Los congresistas fujimoristas siempre llegan a vacacionar allí". Lo decía con orgullo.
Pero más sorpresa me causó lo que me dijo a continuación: "Keiko Fujimori tiene varias tierras por acá, lo sabemos todos". Me llenó de indignación y decidí, mejor, disfrutar tan bello paraje. Tarapoto es un lago lleno de sorpresas, susurré.