Son muchas y muy complejas las conductas que hacen parte de la cultura. En aquella definición de la cultura que afirma que ellas es la acción transformadora del ser humano sobre la naturaleza, le debemos agregar un sinnúmero de creencias racionales e irracionales y no pocos prejuicios y estereotipos que, a veces, impulsan reacciones, que no estaban en nuestros planes.
No podemos olvidar tampoco las supersticiones que se transmiten de generación en generación y que tienen un efecto real sobre nuestras emociones y nuestra conducta. Muchas veces cuando un gato negro se cruza en nuestro camino, la sal cae al suelo o pasamos por debajo de una escalera, pensamos en un antídoto que nos proteja. Y uno de esos antídotos es tocar madera. Incluso cuando se habla de una enfermedad o de un accidente, siempre hay alguien que exclama: "toco madera".
Vale la pena preguntarse qué raro poder tiene ese elemento para hacernos sentir que su sólo contacto nos puede evitar una desgracia. El origen de esta superstición es poco conocido. Se habría originado en ritos muy antiguos que unían la exclamación "toco madera" con el gesto de realmente hacerlo.
A falta de madera algunos se tocaban el cráneo. Eso en la actualidad ha derivado en humor que representaría la falta de inteligencia de quien lo hace.
Numerosas sociedades politeístas muy antiguas veían en los elementos naturales la presencia de la divinidad. Los celtas consideraban a los árboles como una fuente de poder y tenían la costumbre de recargar energías tocándolos. Los persas relacionaban la madera al dios del fuego y tocarla los ponía bajo la protección de dicha divinidad. En la mitología griega el roble era un símbolo de potencia y un atributo de Zeus.
Los cristianos transformaron, a su manera, estas creencias, muy arraigadas y extendidas, e hicieron, del hecho de tocar la cruz en la que murió Jesús, algo semejante a lo que culturas más antiguas habían ya sembrado como forma de protección.
Tocar madera se transformó, en consecuencia, en una forma de solicitar la protección divina. Esta superstición, según un estudio de la Universidad de Chicago, tendría un real efecto entre quienes creen honestamente en ella.