Seguir el vaivén de sus aguas, atrapar cada reflejo solar, aspirar ese olor salado y no sentir la temperatura del ambiente más que de la brisa, resultan propicios para rendirle culto al descanso. Allí, en la playa, donde los millones de litros de agua compiten con las toneladas incontables de arena, para regalarnos un sinnúmero de placeres.
La ciencia avanza como el segundero de un reloj. De igual forma, los males mutan y evolucionan. Cada día se muestran más silenciosos, asintomáticos y hasta casi invisibles. Los estudios más sofisticados no pueden detectarlos y es cuando la ciencia y la humanidad no llegan a un acuerdo. Ambos se acusan, desconfían y se alejan.
Se dice que cuando Platón recibió tratamiento médico, sentenció: “Lava el mar las dolencias de los hombres” y parece ser cierto. Los médicos egipcios habrían descubierto la Talasoterapia (thalasso=agua de mar y therapeia=para sanar), hace más de 4000 años y con buenos resultados; por ello los romanos lo practicaron.
Según el médico colombiano Wilmer Soler Terranova, de la Universidad de Antioquía, el agua de mar posee 95 elementos químicos de la tabla periódica, muchos de los cuales deberían estar en nuestros organismos porque son beneficiosos y de fácil asimilación.
Esta podría ser la razón por la que nos es completamente relajante y deleitoso visitar de vez en cuando el mar y sus atractivos. Sumergirse en sus aguas elimina todas las toxinas acumuladas y nos provee del mejor tratamiento que el ser humano pueda imaginar.
Los placeres del mar han cautivado a propios y extraños para sacarles pura inspiración. Cada mililitro de agua o partícula de arena guarda celosamente confesiones que solo la brisa marina logra extraer de los compungidos corazones humanos sedientos de relax, dejando allí un mar de emociones.