Acaba de emprender el viaje definitivo a la edad de 97 años dejando enormes desafíos para seguir pensando la sociedad que nos toca vivir. Alain Touraine es el sociólogo contemporáneo francés más innovador y sugestivo debido a sus aportes a la sociología y las ciencias sociales en general con sus investigaciones iniciadas sobre cómo ha evolucionado el trabajo llevadas a cabo en las fábricas Renault en 1945. Un académico estudioso que supo conjugar con esmero la investigación y la docencia. Testigo viviente de la segunda guerra mundial y cuya juventud fue marcada por la ocupación.
Fue merecedor de muchas distinciones. Se le confirió la Princesa Asturias de Comunicación y de Humanidades, premio que compartió con Zygmunt Bauman. Respecto de lo que es menester decir dos precisiones que el mismo protagonista compartiría, la primera es que hubiera preferido que fuera en ciencias sociales porque en verdad es lo que realmente hizo durante sus años de sociólogo. Dicho sin menoscabo y dudas acerca del Premio. En segundo lugar, marcó siempre una distancia del posmodernismo poniendo el acento en los movimientos sociales y la acción colectiva.
Touraine fue un científico social en el sentido más amplio y un reputado sociólogo. De sus publicaciones son destacables por su penetración en el mundo en cambio y en cambio de paradigmas. Es oportuno subrayar algunas de sus contribuciones en sociología y las ciencias sociales porque supo analizar y ponderar las teorías en sus virtudes y limitaciones sin perder de vista el incentivo a los investigadores en su condición de profesor universitario.
No por acuciosidad, pero conviene decirlo que en su extensa referencia están lejos las repeticiones de sociólogos franceses muy citados entre los científicos sociales locales. No es seguramente por un descuido calculado y menoscabo de esa gran tradición sociológica sino para remarcar la huella y el deslinde de sus tesis y sugerencias. Sus propuestas de cambio conceptual y programático.
La sociología viva y actuante de Touraine de inmediato provoca el recuerdo de las valerosas marchas de las comunidades de Puno y Ayacucho y las dolorosas muertes por balas de metralletas. Sugiere, al mismo tiempo, la necesidad de tomar en serio el cambio de paradigma evidenciado al escuchar a una campesina (ver las grabaciones de la televisión local) decir en voz alta que ella no ha venido a Lima a pedir “limosna” sino a reclamar sus derechos, así como los de sus coterráneos. ¿Puede parecer extraño a los teóricos de la sociología profesional de nuestros días? Sí. El profesor Touraine ha confirmado que la sociología clásica periclitó.
De un modo cadencioso, matizado con preguntas incisivas pone en primer plano la bancarrota del liberalismo y las posturas revolucionarias porque a su juicio se han agotado tanto el modelo el modelo liberal como el revolucionario. De lo que se trata es de conseguir y mantener el control de la propia existencia social y cultural y esto se podrá lograr protegiendo y garantizando las libertades personales. Sin apelar a la esperanza sino a las expectativas realistas. Sin buscar protección en las religiones, naciones ni etnias. Sin buscar que identificar liberalismo con democracia cuya propaganda se escucha a cada paso.
Vivimos una crisis de los paradigmas predominantes donde las normas jurídicas y políticos han sino aplastadas y sometidas por la vida económica cuyas manifestaciones están a la vista. Un ejemplo vívido es el Congreso peruano de nuestros días que se convierte en un protagonista a vista de todos. El mercado domina todos los espacios sociales. Los cambios espectaculares provocados por la ciencia y la técnica están modificando la vida cotidiana de la que nuestros políticos locales no tienen noticia debido a su ceguera cultural.
En el cambio sociológico al que se refiere Touraine juegan un papel decisivo los términos de unidad y diferencia. En su esquema teórico para definir la democracia cultural apela a los términos tan mentados como iguales y diferentes tomados por muchos como incompatibles. Postula el sociólogo francés que son interdependientes. De este modo en el planteamiento de Touraine el pensamiento democrático pasa a ser instrumento para conjugar pasado y presente como camino a una democracia cultural que no apela a la filosofía de la historia como fundamento sino a la filosofía moral. Fundándose en los datos recogidos de la experiencia reciente entre los movimientos sociales y la democracia. De este modo, no tienen futuro en una democracia allí donde las comunidades están ligadas solo por el mercado como se promueve entre nosotros.
La originalidad y la basta panoplia de conceptos le permite a Touraine proponer un cambio de paradigma en el estudio de las sociedades contemporáneas. Desde la economía global cuya fuerza es dominante por sí misma. El liberalismo ciego sin límites para la acumulación de riqueza y la profundización de las desigualdades que lleva inexorablemente al incremento de las víctimas. Vivimos atrapados entre la competencia mundializada y las transformaciones tecnológicas aceleradas. Pasmados frente a la conciencia nacional fragmentada y un escenario donde las sociedades nacionales son devoradas por la internacionalización de los intercambios. Se requieren deseo de saber, competencia para investigar y una visión teórica realista.