Después de 39 años de ausencia, Jaime llegó al pueblo cangallino de Incaraccay, a las 7:30 de la mañana del viernes 18 de febrero, y al bajar del ómnibus, sintió una lluvia tierna, una lluvia que la noche anterior había mostrado su mejor fuerza.
Jaime llegó a la colina de Huallata, el barrio de Incaraccay que está al lado de la carretera que viene de Huamanga y se va al centro de Cangallo. La garúa de febrero insistía y su familia empezó a disfrutarla después de un largo viaje de 10 horas desde esa árida Lima que no sabe de lluvias.
Cuando Jaime recordaba que, en 1983, su familia había demorado más de dos días para llegar a Lima desde Ayacucho, escuchó una voz ronca, muy conocida, una voz con resaca. “Jaime, Jaime, Jaime”. Era Arturo Huaytalla Huamaní, quien también había viajado a ver al pueblo en su aniversario. Lo llamaba desde la puerta de la casa de adobe que levantó su mamá Griselda. Estaba sentado en el banquito de su infancia de la puerta grande de la casa, que Griselda ha ordenado que no la tumben mientras ella esté con vida. “Si quieren casa de ladrillos y cemento, pueden hacerla; pero sin tumbar mi casa de adobe”, ha dicho en varias ocasiones frente a Arturo y a sus otros hijos que viven en Lima.
El pueblo de Incaraccay está creciendo, dejando que la tristeza se vaya con el viento. Tiene ahora más casas de material noble, esquinas entusiastas. Tiene hasta una nueva plaza cerca de la cual inauguraron el jueves 17 una canchita de fulbito de gras artificial techada en su totalidad con un partido de unos cangallinos mayores que se hacen llamar “Veteranos de Ayacucho”. Sus calles aún no están asfaltadas, pero hay planes para esto gracias al empuje y las ganas de su joven alcalde Fray Prado Huaytalla. Es un pueblo verde, de gente valiente y hospitalaria; un pueblo que, en febrero de carnavales, se baña de música y canto en medio de lluvias repentinas.
Incaraccay está muy cerca de Chuschi, el pueblo ayacuchano donde el 17 de mayo de 1980 los encapuchados iniciaron una guerra que dejó miles de muertos en todo el país, pueblos sin gente, enlutados de tristeza y zozobra. Los uniformados reaccionaron ante el ataque de los encapuchados, tomaron el pueblo, y Jaime se convirtió en uno de los miles de niños cuyas familias escaparon de las zarpas del terror a Lima y otras capitales de regiones. Desde aquel tiempo, Jaime no volvía al pueblo. Cuando llegó a Huallata fue como si entrara a una película que vio de niño y que ahora le han hecho modificaciones.
Aquel viernes 18 del retorno, por las calles empinadas, Jaime bajó de Huallata a la plaza antigua del pueblo y vio que el tiempo no perdona. Su casa no era tan grande como la imaginaba, sus colinas infantiles eran apenas empinadas breves. Las chacras, que antes eran para la alimentación doméstica, habían desaparecido para darle paso a las viviendas de familias jóvenes, y al otro lado del río, en las laderas de las colinas más altas había tractores de gran tamaño y sembríos inmensos. Los eucaliptos no son ya los árboles más buscados de la zona. La gente necesita chacras para sembrar todo tipo alimentos.
Jaime seguía bajando y preguntó a un cangallino con cara de resaca: ¿Qué pasó ayer? Le contó que muchos visitantes como él habían bailado la noche anterior con Dúo Ayacucho en medio del lodo del disfrute y juegos artificiales en Pampa Victoria; y que esa mañana se alistaban para la ceremonia de develación del monumento a Basilio Auqui Huaytalla en la antigua plaza. En este pueblo, muchos años antes, el 18 de febrero de 1750, según el historiador Max Aguirre Cárdenas, nació Basilio Auqui Huaytalla. En aquel tiempo, Incaraccay se llamaba Incabamba que significa “lugar del inca”, donde había una especie de fortaleza de piedra, un rumi wasi, con estilo arquitectónico del imperio, que se manejaba desde el Cusco. Con el tiempo, Incabamba pasó a llamarse Incaraccay, es decir, un lugar donde las propiedades del inca quedaron en ruinas.}
La misa solemne, con autoridades del lugar y pueblos vecinos, fue la antesala de la ceremonia de develación del monumento a Basilio Auqui Huaytalla, donado por los hermanos Domingo y Moisés Huaytalla Llallahui. Después de la ceremonia, que acompañó con su canto la Tuna de Huamanga, se escenificó la hazaña del héroe Basilio Auqui Huaytalla en la lucha contra los españoles por nuestra independencia.
Jaime se asombró con la gran organización. Vio a los morochucos ataviados con ponchos marrones con ribetes verdes, chalina blanca, chullo moro, sombrero negro, maniobrando con destreza con una mano a su caballo y con la otra su cocobolo.
Las mujeres lucían la clásica pollera roja, blusa y sombrero blancos; adornaban sus espaldas con llicllitas rojas de finísimo tejido. La lluvia aparecía y desaparecía. “La fiesta es mejor con lluvia”, le dijo a Jaime una incarajina de sombrero que veía la escenificación y se alistaba para ver la carrera de caballos y bailar alrededor de la yunza en Pampa Victoria.
Después de la ceremonia de develación del monumento por el aniversario 76 de Incaraccay, sobre caballos de paso, los hermanos Sandro y Óscar le hicieron un homenaje con su canto al caballo, ese noble animal de mirada humana. Luego, hubo una demostración de lo que pueden hacer los caballos de paso cuando les ponen música ayacuchana. La gente del pueblo miraba con sorpresa el espectáculo, los ojos de los visitantes se expandían. Domingo Huaytalla demostraba sus destrezas sobre su caballo de paso y, después, coloridas comparsas cerraron esta parte de la fiesta por el aniversario en la plaza de Incaraccay.
La carrera de caballos en Pampa Victoria fue un atractivo singular, siempre ha sido el plato de fondo desde los tiempos de la fundación. Pampa Victoria es una inmensa llanura verde a la ribera del río de Incaraccay que tiene una loma natural donde el público se aglutina para ver las carreras degustando los platos típicos y calmando la sed con los líquidos más insospechados. Jaime pudo reconocer, con la ayuda del legendario jinete “Morovaca”, a varios tipos de caballos morochucos: saynos, bayos, alazanes, que querían saltar ya al campo de carrera. Cuando hay carrera, los caballos se impacientan, les tiemblan las patas, como el sacudón del motor de un auto de carrera. Llamó su atención la destreza de una adolescente entre los bravos jinetes de Incaraccay.
Los jinetes que compiten en Pampa Victoria no tienen DNI azul, son niños que sueñan en grande. Cerca del lugar, la yunza se resistía y aún estaba en pie y se turnaban para animar la fiesta los hermanos Aguilar, Joselito Kuyay, María Jesús Rodríguez, Dúo Pasión Cusibamba, Chanquil Mayu y otros. Todos los acontecimientos eran grabados por el equipo de Isaac Sarmiento (Wallpa Waccay) de Canto Andino.
“Hay más autos que caballos”, pensó Jaime en la carrera al mirar la fila interminable de vehículos de todos los tamaños, marcas y colores que se extendía desde Pampa Victoria. Jaime sintió la felicidad de los viejos tiempos y disfrutó del aniversario de su pueblo como lo hicieron los integrantes de las familias Garamendi, Huamaní, Gómez, Llallahui, Huaytalla, Tineo, Gómez, Escriba, Bautista, Roca, Bellido, Salvatierra, Vargas, Sulca, Béjar, Cuya, Paquiauri, Auqui, De la Cruz, Moreno, Baygorrea, Cuba, Méndez, Prado y más. En Lima, Jaime casi nunca se reúne con sus paisanos, todos están como separados en esta metrópoli; pero en el aniversario de Incaraccay, después de 39 años de ausencia, llegó a compartir con muchos de ellos que viven en Lima venciendo las adversidades.